42. "No me dejes ir."

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*Escuchen la canción de multimedia al leer el capítulo.

Una fresca brisa recorre el lugar, calándome los huesos mientras mis dedos juguetean con algunos de los flecos que decoran las mangas de mi jersey. El frío se ha hecho más intenso a medida que ha pasado el tiempo, pero todavía no me he movido de mi lugar. Blair se ha ido, argumentando que necesitaba un café para mantenerse despierta. Me preguntó si yo quería algo, pero rechacé su oferta con una sonrisa y permitiendo que se marchara de allí. Y ahora me encuentro sola, con el humo saliendo de mi cabeza por tantos pensamientos acumulados y el pecho estrujado, por la sensación de vacío que tengo en el corazón.

Mi cabeza se inclina hacia atrás, chocando contra la dura y fría pared y me permito cerrar los ojos unos minutos, tratando de conciliar un poco de paz en un día tan tormentoso, aunque me es prácticamente imposible. Escucho el ruido de los tacones de Blair resonar, por lo que me preparo mentalmente para lo que sigue. Quizás sigamos peleando, como es normal.

–Hola cariño. –una fina voz, algo ronca, llama mi atención. No es Blair.

Abro los ojos de golpe y enderezo la cabeza, mirando a Pauline. La mujer, con fina destreza, se desliza a mi lado y toma mi mano, apretándola con las suyas. Está tan fría.

–Pauline. –digo, sintiendo que no debo hablar mucho porque me largaré a llorar.

–¿Cómo estás?

Me encojo de hombros. –La verdad no sé. –mentí.

En realidad, me sentía como la mierda. Sola, triste y abandonada. Sin contar que el agujero en mi pecho continuaba creciendo.

–¿Y él como está?

Sus rubios cabellos están recogidos en un moño desordenado, seguramente hechos a las apuradas en el avión. Tiene unas marcadas ojeras, incluso más notorias que las de mi mamá, mucho más visibles. Y puedo sentir el constante temblequeo de sus extremidades bajo mi mano. La compadezco. No debe de ser agradable estar trabajando en Italia y que te llamen diciendo que tu esposo casi muere por un infarto. Había tardado diez horas, más o menos en llegar, y se notaba que tenía los nervios de punta.

Suspiro. –Sigue inconsciente.

Asiente y mira hacia adelante. –Venía hablando con tu madre... –debo reconocer que eso me sorprende. –Dicen que van a hacerle algunos estudios, porque no saben qué pudo haber ocasionado el infarto.

–¿Tiene problemas cardíacos? –pregunto. Últimamente no sabía nada de él. No me hubiera extrañado para nada que no me dijera algo sobre su salud.

Niega levemente con la cabeza. –No. O por lo menos no lo sabíamos... hasta hoy.

Nos quedamos unos minutos en silencio, hasta que ella suelta un suspiro, pasando sus manos por los jeans que lleva.

–Probablemente deba entrar y buscar a Blair o a tu madre. ¿Quieres venir?

Frunzo los labios mientras ella se levanta de su lugar. –No. Estaré bien.

–Cualquier cosa nos llamas, ¿vale?

–Vale. Y por favor dile a mamá que estaré aquí.

(...)


Mis pies se mueven solos, como si estuvieran siendo guiados por algo o alguien, algo inexistente, tan inverosímil que ni siquiera lo veo o lo escucho. Estoy siendo guiada por mí misma, llevándome a un lugar inexplorado para mí, a un lugar desconocido. Y no temo perderme, porque sé que mientras vea el hospital a mis espaldas, sabré por dónde ir. Sin embargo, tenía el trasero dormido y duro por estar sentada tanto tiempo, así que salí a caminar por el gran parque del St. Hudson. Es bastante bonito, a decir verdad.

She's Broken. | h.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora