01.

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Golpeaba su lápiz contra el escritorio con desesperación, ya quería que la campana sonara y por fin poder irse a su casa. Además, la mirada del profesor Nakamoto la incomodaba.

Cinco minutos, ¡cinco más! Pero parecían eternos. Comenzó a guardar sus cosas y cuando terminó de hacerlo la campana sonó.

—¿A dónde va, alumna? —cuestionó el profesor Nakamoto al notar que ella se había levantado.

—A casa, ¿a dónde más?

—¿Me haría un favor? —sonrió ladino.

Uno de sus encantos era su hermosa sonrisa. Todas allí se daban cuenta de lo atractivo que era el profesor, soñaban con él y ¿cómo no? Si era joven y muy guapo, además de ser todo un caballero.

—¿Qué clase de favor? —lo miró inquieta.

—¿Podría llevar estos documentos a la oficina? —se acercó a su escritorio y tomó los papeles.

—Ah... Claro. —se acercó a él y los tomó. Él rozó sus manos con las de ella y le sonrió.

Hace días que el profesor la retenía después de escuela y se comportaba raro. Le sonría seguido, le pedía favores sólo a ella y hacía todo lo posible para tener la atención de la chica. Discretamente, claro.

El año escolar recién había comenzado un par de semanas atrás y ya tenía un problema con el cuál lidiar: Nakamoto Yuta.

Dejó sus cosas sobre el asiento y fue hasta la oficina, le entregó los papeles a la secretaria y regresó al salón.

—Listo. —dijo tomando sus cosas para irse.

—Gracias, ¿ya se va?

—Sí, mi mamá me espera. —mintió. Su madre llegaba más tarde que ella.

—Está bien, hasta luego.

—Adiós. —dijo antes de salir como un rayo de ahí.

Nakamoto la incomodaba, ella se daba cuenta de su comportamiento y, aunque no negaba el hecho de que era muy guapo, no se sentía segura.

Llegó a su casa y decidió preparar la cena mientras su madre llegaba. La cocina era algo que le encantaba desde pequeña y lo había aprendido de su madre, quien había trabajado en restaurantes y sabía cocinar varios tipos de comidas.

—¡Llegué, cariño! —escuchó la voz de su madre desde la sala.

—¡Estoy en la cocina!

Su madre se encaminó hasta allí y vio a su pequeña mujercita (así es como la llamaba sin importar que ya tenía diecinueve) moviéndose de un lado a otro en la cocina.

—Mhm, huele bien. —sonrió.

—Me quise adelantar con la cena.

—Creo que empezaré a llegar tarde más seguido. —bromeó.

—Por mí no hay problema, sabes que amo la cocina. —su madre sonrió y la abrazó.

—¿Qué tal te fue?

Descartando los constantes coqueteos del profesor Nakamoto...—Bien, ¿y a ti?

—Bien, aunque estoy muy cansada.

—La cena ya está lista.

—Bien. Prepararé los platos.

(...)

El agudo sonido de su alarma la despertó. Maldijo por lo bajo al intentar apagarla y terminar cayendo de la cama. Se incorporó y miró el reloj.

—¡Mierda, voy tarde!

Ni siquiera se dio cuenta de las tantas veces que su alarma sonó. Se cuestionaba porqué su madre no la levantó.

Tener al profesor Nakamoto a primera hora no era para nada una ventaja; la puntualidad era algo que le agradaba en sus alumnos.

Tan joven y tan estricto, pensaba.

Trató de alistarse lo más rápido que pudo para después salir de casa; el próximo autobús llegaba en diez minutos y no tenía tiempo para esperar. Así que decidió correr.

Entre empujones, quejidos y malas miradas, logró pasar por la multitud de personas que transcurrían a esa hora por las calles. Estaba completamente agitada y podía jurar que su cabello era un desastre.

Al llegar a la puerta se arregló un poco y procedió a dar dos toques. Esta se abrió dejando ver al profesor Nakamoto.

—Diez minutos tarde. —dijo arremangando su camisa y viendo su reloj.

—Lo siento, profesor. No volverá a ocurrir.

—Ha dicho eso muchas veces —habló en tono serio. Ella se limitó a bajar la cabeza—. ¿Sabe que de ésta no se salva, verdad? —la chica asintió— Me verá después de clases, en detención. Pase.

Entró al salón cabizbaja, si tan sólo no fuera tan perezosa y hubiera escuchado su alarma no tendría que ver a su querido profesor después de escuela.

Lo peor de estar en su clase era aguantar sus miradas y acercamientos para "asegurarse de que ella estuviese trabajando". Quiso estrellar su cabeza contra el escritorio al momento de darse cuenta de que no entendió el problema. Malditos elementos, pensó. Respiró profundo y alzó su mano, captando la atención de su profesor quien no dudó ni un segundo en acercarse.

—¿Sí?

—¿Podría explicarme una vez más? Disculpe, es que estaba un poco distraída.

—No hay problema —sonrió—, ¿cúal quiere que le explique?

—La número tres, por favor.

Nakamoto asintió y tomó el lápiz de su mano, con la intención de rozarlas, y comenzó a explicarle. Constantes veces volteaba a verla y sonreía, cosa que no hacía nada más que incomodarla.

Una vez que Yuta terminó de explicarle y fue hacia otro compañero, resopló preocupada y recargó su cabeza sobre su mano. Sin duda le esperaba un largo día.

Be with You ; Nakamoto YutaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora