Son pocos los amoríos que cruzan la barrera de la juventud, aquella época de las aventuras, los riesgos y las nuevas experiencias, pero todo tiene un final. La vejez es, por excelencia, la antesala a la muerte y no hay mejor momento para despedirse...
Color blanco. Las paredes, las baldosas y los muebles; pero, sobre todo aquella bata de la doctora. Impecable y saturadamente blanco. Detrás del escritorio se encontraba Denisse junto a Nick tomados de la mano; el escuchaba atentamente las indicaciones, pero ella se hallaba aturdida y fuera de sí, en su ausencia las palabras de la doctora eran inaudibles y lo que pasaba a su alrededor era invisible, todo estaba totalmente en blanco.
—No podemos afirmar nada hasta que no se hagan los exámenes pertinentes —explicó la doctora—. Voy a emitir la orden para realizarlos lo más pronto posible. Voy a recomendarle algunos medicamentos que puede usar temporalmente.
°°°
Denisse continuaba absorta de las cosas que sucedían a su alrededor, hasta que estaban en el coche camino a casa de nuevo; parecía mirar por la ventana el paisaje urbano, pero en verdad, miraba al vacío.
—Vas a estar bien —fueron las palabras de Nick que rompieron el silencio.
—No lo sé —susurró ella volviendo en sí.
—Vamos a salir de esta, hemos salido de cosas peores antes ¿sí? —animó él, pero no recibió una respuesta a cambio—. Aún hay que esperar los exámenes, debemos ser optimistas, siempre dijiste teníamos que serlo.
—No —murmuró débilmente.
—¿Qué dices?
—¡No! —levantó la voz quebrándose por dentro—. No podemos mentirnos. No se puede ser optimista con esto. ¡Esto no es algo que puedas arreglar con un golpe!
—Sólo... tranquilízate —dijo Nick, de manera que Denisse lo intentó—. Aún no sabemos...
—No necesito exámenes para saber lo que sucede —explicó ella al escapársele una lagrima que limpió rápidamente.
Nick agachó su cabeza sin decir una palabra por la impotencia que sentía. El motor del viejo Volkswagen hizo un ruido fuerte que empezó a frenar el coche y a expulsar humo por el capó. El coche se averió en mitad de la carretera, la cual terminó con una capa de niebla blanca desde una esquina hasta la otra; similar a una estela en el mar o el rastro de un avión.
Se dejó caer en su asiento con un suspiro profundo, como dejando escapar aquel nudo en la garganta; luego volteó a ver Denisse, tomó su mano y la besó con la mayor ternura.
Siempre le gustó su cabello, no sólo cuando era joven; al salir sus primeras canas, supo de inmediato, que sería la anciana más hermosa de todas; y aún en un momento así, tenía un instante para recordarlo. Sus ojos oscuros fueron aquellos que abrían la puerta de sus miedos para traer luz y ahuyentar las sombras. Ella se esforzó en sonreír, aquella sonrisa invencible que tanta paz traía a su mundo. Lo que le frustraba a él era no tener el poder para hacer lo mismo, o eso creía.
—Tenemos que salir —dijo al quitarse el cinturón mientas el auto seguía expulsando humo—. Llamaré a Bill para que venga por el auto.
—Voy a esperarte cerca.
°°°
Una moneda diminuta atravesó la rendija y el molesto ruido de la llamada indicaba que era tiempo de marcar. Tenía en sus manos una pequeña hoja que sacó de su billetera donde guardaba algunos números telefónicos para casos de emergencia; de forma lenta y pensativa pulsaba cada botón del tablero.
—¿Hola? ¿Quién habla? —contestó un hombre desde la otra línea.
—Soy Nicholas, ¿cómo va todo, Bill?
—¡Nick! Mucho trabajo estos días, pero nada nuevo, ¿cómo van las cosas por allá?
—Verás, ahora mismo tengo un problema con mi auto, me temo que esta vez es algo grave —explicó Nick contemplando el tiempo que le restaba de la llamada—. Está totalmente averiado.
—Voy a ir con la grúa para traer tu coche al taller, ¿En qué parte de la ciudad estás, querido amigo?
—En la calle Ammer, hay una cafetería en frente, estaré ahí con mi esposa.
—¿Necesitan que los lleve a casa? —sugirió Bill con amabilidad.
—No, descuida; llamaré a nuestra hija para que pase por nosotros; es increíble que necesite una excusa para ver a mi hija —explicó él mirando el número de Karla en su lista—. No tardes mucho.
°°°
—¿Vamos a tener que hablar con nuestros hijos? —preguntó Denisse al momento que justo detrás de ella una grúa se llevaba el coche.
Estaban sentados en una de las mesas de una elegante cafetería, Denisse tenía un vaso de avena en sus manos a medio terminar; mientras que Nick, sentado frente a ella, tomaba un café.
—Deben saberlo —respondió Nick—. Son nuestros hijos.
En ese momento Bill se despidió de Nick desde la grúa con su fuerte bocina,
—Desearía no tener que hacerlo, ellos tienen otras cosas de las cuales preocuparse: sus vidas, sus familias. No quisiera ser una carga para ellos. No querría distraerlos de sus cosas ahora.
—No puedes olvidar que eres una parte importante en sus vidas, además, también eres su familia.
—¿Y por qué molestarse? Después de todo no sabemos de qué se trata.
En ese instante un coche se aparcó en la acera e hizo sonar la bocina. Era el auto de Karla, Nick se ponía de pie cuando Denisse le tomó de la mano.
—Que sea otro día —pidió ella mirándole a los ojos—. Déjame asimilarlo antes de hablar con ellos.
—Está bien —asintió Nick—. No tiene por qué ser hoy. Pero quiero pedirte un favor; quiero que confíes en mí. Sé que no soy el hombre perfecto, pero confía en mí, lo necesito... Realmente lo necesito.
Nick lloró.
—No sé hace cuanto tienes estos episodios —agregó él—. Pero no puedes simplemente ocultarme todo esto. No puedes dejarme por fuera... Sólo quiero que sepas que estoy aquí, que es lo único que deseo.
Denisse asintió con tristeza.
—Nick, lo lamento, yo... te amo y lo siento —logró decir con un nudo en su garganta que no podía sacar sino a través de un llanto desesperado.
—Ven abrázame fuerte y no digas una palabra.
Mientras ellos se abrazaban en la cafetería, Karla los miraba desde el auto al tocar la bocina para que se apresuraran.
Sobre la mesa quedó aquella avena blanca a medio terminar y aquel café negro.
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