CAPÍTULO TRIGÉSIMO | Más allá

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En la madera buscaba pulir las aprensiones de su corazón, en cambio con la segueta cortaba las ansiedades de la mente, donde con un martillo y cincel golpeaba su fracaso; se hizo ebanista de los momentos felices, pero artesano de los tristes recuerdos. Labraba en las tablas del desaliento una profunda hendidura que marcaba una leve curvatura al abismo. En el lugar más recóndito de la casa estaba Nick tallando un marco nuevo sobre una gran mesa que guardaba en el sótano. Al terminar su sencilla pero laboriosa obra, tomó el viejo poema que atesoraba en la biblioteca y lo posicionó en el enmarque tras el cristal.

Junto con el nuevo cuadro agarró un clavo, un martillo y un marcador para salir del sótano decidido a colgarlo en un lugar especial de la casa. El pequeño clavo era martillado contra el concreto agrietando la pintura unos milímetros. Antes de enganchar el cuadro escribió un mensaje debajo de la puntilla recién ubicado en el muro: Los deseos si se cumplen.

Al final, el viejo poema ocultó aquellas palabras escritas en el mal llamado 'muro de los lamentos' que tenían en la cocina, dónde sólo con bajar la mirada se notaba el remiendo en la pared y un absurdo intento de ocultarlo.

Se sentó en el comedor para examinar qué tal se veía su creación —nuestra noche eterna— reafirmó Nick con una sonrisa.

°°°

La gente se preguntaba qué hacía con su vida encerrada siempre en esa casa todo el tiempo; uno de sus vecinos con su gorro para el frío la miraba entrar solitaria, como de costumbre a su casa cargando un par de bolsas en sus manos.

Ella dejaba el pequeño mercado a un lado mientras buscaba las llaves en su bolso, el gran abrigo de lana que tenía le dificultaba la movilidad de sus brazos. Torpemente logró abrir la puerta y cerrarla fuerte una vez adentro. Dejó las botas de invierno a un lado del tapete para no arruinar la cerámica de la sala que estaba impecable.

Acomodaba las cosas en la cocina con el ruido molesto de las bolsas al sacar cada producto, se trataba del único sonido que podía escuchar, lo cual aumentaba la sensación de fastidio en sus tímpanos. Enlatados en la estantería junto a la ventanilla, lácteos en la nevera, carnes al congelador, harinas en la vieja alacena de madera, pero al tomar la champaña meditó un segundo mientras la sostenía en su mano...

Apartó el abrigo en un perchero de roble que custodiaba la sala de su casa, decidió quedarse con aquel acogedor suéter que Denisse un día le regaló. Una champaña en la mano y una copa en la otra hasta llegar a un improvisado despacho dónde guardaba una inmensa biblioteca. En vez de aburridas paredes tenía estantes de libros viejos y románticos, era una colección de toda la vida, de cientos de novelas e historias a través de las cuales tenía la felicidad que no vivía.

La madera y las solapas cubrían desde el piso hasta el techo de donde colgaba una antigua lámpara amarillenta como un sol iluminando la pequeña habitación mágica. ¿Qué hacía una vieja sola encerrada en su casa una noche de invierno?, se sentaba con su champaña a la maquina de escribir y desahogaba en sus más íntimas y novicias penas en papel, porque su dolor tenía un color a tinta y letras, dónde sólo había lugar para el sonido de sus arrugadas manos escribiendo en las teclas de aquella máquina como un pianista al componer de improvisto un jazz o una melancólica balada.

Llevaba años construyendo una historia, la historia de un té que sabía horrible.

Mientras unos gozan del paraíso, otros sufren las llamas de un fuego eterno; unos gritan de alegría y otros en su dolor, pero todos gritan —leyó entre sus líneas antes de beberse un gran trago de su copa luego de espaciar en la ruidosa máquina.

No me sepulten todavíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora