CAPÍTULO CUADRAGÉSIMO SEGUNDO | Obliviscatur

219 37 52
                                    



—¿Qué hace ella aquí? —preguntó Walter pidiendo una explicación con semblante de inquietud.

—Lo sabe —manifestó Nick al sentarse sobre la cama y mirarlo a los ojos con preocupación, de forma que le hacía entender lo que ocurría y la gravedad de lo que significaba.

Él estaba junto a Nick en su habitación donde nadie podía escucharlos discutir. Intentaba prepararse para salir a enfrentar la verdad que le esperaba tras la puerta. Aunque sabía que Nick también se sentía acorralado, no podía evitar su miedo y necesidad de buscar un culpable, pero no había uno.

Al direccionar su mirada a un punto ciego en la pared de su habitación, divagaba en suponer que sabía que ocurriría, que la aparición de Nick luego de tantos años no traería nada bueno para él.

La puerta del armario era a la vez un espejo, por lo que al mirarse allí: viejo y en su silla de ruedas, recordó el milagro de seguir con vida. Permanecía en una lucha aparente por vivir, no obstante, no dejaban de ser sus últimos años. ¿Tenía algo que perder? Concluyó una respuesta: No. Por lo que inhalo una bocanada de aire antes de suspirar-

—Veinte años, nos separamos por veinte años para evitar que esto ocurriera —Walter bajó la mirada al meditar en lo que les esperaba tras la puerta—. Debí sospechar cuando volviste que algo así terminaría sucediendo. Dime, ¿qué significa esto?, ¿qué cambia ahora?, ¿es importante en este momento?, ¿no es demasiado tarde para todo?

Pasó las últimas semanas pensando en el pasado, recordando en el viejo álbum familiar que guardaban en un cajón junto a la cama; tal parecía que las limitaciones que le recluían en su habitación le liberaban al mismo tiempo del miedo y el dolor de hacer memoria de una triste historia, momentos que por dos décadas luchó por dejar atrás.

Walter levantó mirada hasta Nick al esperar que esbozara una palabra.

—El pasado es incorregible, determina lo que somos en el presente como si estuviera escrito o predestinado. Nada va a cambiar, pero Karla, nuestra hija, merece saber la verdad. No ha venido a juzgarte por lo que pasó, está aquí para conocerte y nosotros se lo debemos.

Vivía una guerra consigo mismo cada día al batallar por levantarse de aquella vieja silla de ruedas, su cuerpo sudaba con los numerosos intentos de avanzar en la costosa terapia que prometía devolverle la movilidad de sus piernas. Todas las mañanas una enfermera venía a visitarle para observar su proceso, la pequeña casa se convirtió en el lugar de mejora para Walter. A pesar de eso el progreso de su terapia no daba resultados, por lo que la desmotivación surgía al mismo tiempo que su resignación.

—No —dijo Walter—. Está aquí para liberarme.

La silla de ruedas era su lugar y cada día se aferraba más a ella, aunque sus deseos eran otros. Solía pasar las tardes mirando a la carretera a través de la ventana, la gente transitaba de un lugar para otro, los autos en su afán continuaban su marcha frente a él, como si le dieran un espectáculo de lo que era la vida en la ciudad: un ir y venir sin fin y sin razón. En sus noches sólo tenía lugar para el recuerdo, cuando hojeaba el viejo álbum familiar mientras escuchaba las viejas canciones de la radio.

Cerró las cortinas de la ventana antes de abandonar la habitación. Nick asintió antes de empujar la silla de ruedas para tomar camino por el corredor de la muerte. Su corazón latía con fuerza a medida que avanzaban en el pasillo, sus ojos atónitos ante el encuentro enervaban también todo su cuerpo al llegar el momento.

Su mirada no tuvo otro destino más que cruzarse con los ojos de Karla en la pequeña sala de su casa, era la conexión de dos incertidumbres que buscaban encontrarse.

No me sepulten todavíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora