En su trono era el soberano, el rey del mundo y el gran conquistador. Colocaba sus pies la mesa al sentirse un emperador en las cuatro paredes de su cubículo, después de todo ¿quién no se sentiría poderoso con un café en la mañana sobre su escritorio?
Su oficina era cúspide del reino y el aroma alimentaba su ego. Zapatillas lustradas, un costoso traje y una fina corbata acrecentaban su sensación de gloria. Perfume, anillo y reloj le establecían su grandeza.
La ventana estaba empañada por el invierno, pero en otras épocas del año tenía una hermosa vista urbana del centro de la ciudad. Al ir dejando el vaso vacío despertaba de su delirio, al reconocer que toda su majestuosidad se sustentaba en una maquina expendedora de café en el corredor de su piso, donde sólo bastaba mirar al redor para darse cuenta de que, igual a él, decenas de empleados sostenían la misma ilusión de poder artificial.
Will lanzó el vaso de cartón hacia la cesta de basura que tenía a corta distancia de su escritorio, sin embargo, falló su lanzamiento al dejarla caer en el suelo.
—¡Diablos! —dijo entre dientes al decidir que no se incomodaría en recogerla, se hallaba demasiado cómodo en su trono de cuero como para molestarse por un vaso de cartón junto al basurero.
Alguien tocó la puerta de su despacho, era la secretaria del jefe que se acercaba con una montaña de documentos y carpetas las cuales dejó caer sobre el escritorio de Will obstaculizando su visión del despacho. Como si todo el papeleo invadiera su falso imperio.
—Fredric quiere que tengas todo listo para mañana a primera hora, así que empieza pronto —ordenó la mujer luego de dejar todo el trabajo frente a él.
—Es demasiado para un solo día —Will trató de pedir algo de consideración, pero no estaba en manos de ninguno de los dos, debía sentarse a revisar cada uno de los archivos hasta terminar. La mujer terminó por cerrar la puerta tras salir de la oficina y dejando a Will de nuevo en su solitaria soberanía.
Tomó el teléfono para hablar con su esposa con una especial decepción, dejó escapar un suspiro angustioso mientras la llamada replicaba y él, se quedaba pausado al mirar todo el trabajo que tenía por delante. Indudablemente ese día saldría tarde del despacho.
Solía preguntarse por qué seguía allí encerrado, prisionero de un cubículo que cada mañana se le hacía más pequeño. Quiso olvidarse de todo al escuchar la llamada entrante, dejó de mirar los documentos y clavó sus ojos en el suelo, justo en el vaso de cartón fallido junto a la cesta de basura.
Recordaba su familia como el ancla que le hacía permanecer allí soportando la intolerancia de su jefe, pronto su hija entraría a la universidad y necesitaba dinero para los gastos, los costos de su auto, el apartamento, impuestos, recibos, deudas, entre otras cosas que le obligaban a quedarse y aguantar lo que viniera a su escritorio.
—¿Hola? —contestó su esposa al otro lado de línea al irrumpir sus pensamientos.
°°°
En el recital había prometido visitar a sus padres, por lo que llegó con sus hijos luego de las diez de la mañana. Nick y Denisse sospechaban de entrada que algo sucedía con ella y Jack, lo que los llevó a decidir que era mejor que Denisse hablara con Karla en un primer momento antes de cualquier cosa.
Karla y su madre conversaban en la habitación, al momento que los niños se quedaban con el abuelo en la sala de la casa haciendo cualquier locura que a Nick se le ocurriera.
—Estuvieron increíbles en el musical, ¡fue realmente grandioso! —elogió Nick a los niños mientras buscaba en la biblioteca lápices para dibujar—. Son los mejores nietos del mundo ¿sabían?
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No me sepulten todavía
RomanceSon pocos los amoríos que cruzan la barrera de la juventud, aquella época de las aventuras, los riesgos y las nuevas experiencias, pero todo tiene un final. La vejez es, por excelencia, la antesala a la muerte y no hay mejor momento para despedirse...