CAPÍTULO VIGÉSIMO SÉPTIMO | Interludio de otoño

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La mañana fue teñida de un extraño cielo entre nublado con un rojo intenso que cubría el horizonte; los particulares rayos de luz, no tardaron en abrirse paso por las ventanas del gran hospital al iluminar las blancas baldosas y la claridad de las paredes. 

A esa hora el personal de enfermeros y doctores empezaba a ir de un lado para otro dándole algo de vida al fúnebre lugar que no dejaba de ser insufrible. La soledad y el vacío se transformaron muy pronto en afán y estrés al aparecer las labores del día; un tradicional amanecer provocó un incesante movimiento en los corredores en cuestión de minutos.

Le habían permitido a Karla pasar a ver a su madre después de su pequeña huelga en la sala de espera, Denisse se hallaba profunda en la cama al dormir con aparente tranquilidad. 

Se pasó al menos dos horas acariciando la piel de su madre con delicadeza al pensar en lo hermosa que se veía reposar plácidamente; emitía un aroma nostálgico en el que evocaba noches de navidad, pascua, cumpleaños y otras celebraciones que se grabaron en su memoria año tras año, ella tenía la esencia de hogar que tanto buscaba recrear en su casa, no sólo momentos felices, si no la vida plena de cada día experimentar lo cálido de la predilección.

Karla estaba cansada, se desveló esa noche, de modo que sus ojos se notaban agotados, y su ánimo no era el mejor en ese momento. Tenía el cabello hecho un desastre, así que lo recogió  con un viejo lápiz sin muchas complicaciones; su rostro reflejaba que sin duda, le hacía falta una ducha y un buen lugar para echarse a dormir. 

El quinto café de la huelga no tenía efecto alguno en su cuerpo o su mente, por lo que desistió al adormecerse con su rostro recostado en la mano de su madre.

La orden de salida de Denisse fue firmada por el médico para las ocho de la mañana, debido a eso, aún quedaba casi dos horas para que Nick regresara al hospital para que por fin volvieran a casa.

El teléfono estaba pronto a descargarse por completo, no obstante pasadas las seis de la mañana mientras cabeceaba junto a la cama, sonó la esperada llamada de su esposo. Se despertó de golpe con el vibrar del celular en el bolsillo de su pantalón.

—Buenos días, cariño —saludó Karla al salir del cuarto a atender su celular con apuro a disculparse—. Lamento lo de anoche. No he podido dormir.

—Escuché el mensaje de voz, no tienes de qué preocuparte; los niños ya están en la escuela, estaban algo inquietos al no ser tú la que los llevara, pero les expliqué que volverías para la tarde. ¿Cómo está tu madre?

—Está bien —contestó ella poniendo su otra mano en la cintura al detenerse en medio del corredor—. Mucho mejor, en un par de horas podrá ir a casa. Siento que debo descansar —dejó escapar un pequeño bostezo—. Fue una larga noche y desearía ir a casa.

—¿Quieres que pase por ti al hospital en este momento?

—Por favor, creo que no aguanto más —asintió con voz consentida—. ¿Podrías llamar al periódico? Diles que tuve que atender un asunto familiar bastante delicado.

—Lo haré, el número de teléfono está en la nevera ¿verdad? —ella afirmó al encontrar que Will llegaba caminando por el largo pasillo desde el fondo donde la lámpara era intermitente, de manera que su silueta se definía y se desdibujaba al ritmo de la falla eléctrica de las luces del pasillo.

—Mi hermano acaba de llegar; debo colgar ahora, no tardes —dijo con afán de cortar la llamada antes que su hermano llegara hasta ella.

Karla bajó el móvil de modo lento señalando a Will con su mirada inculpadora, veía venir una bomba de tiempo que se aproximaba paso a paso a detonar; él mantenía sus ojos asentados en ella tratando de inmovilizarla, hasta quedar a pocos metros; ambos frente a la puerta de la habitación de su madre, en una tenue discusión que ambos anticiparon que pronto tendría lugar.

No me sepulten todavíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora