CAPÍTULO CUADRAGÉSIMO PRIMERO | Adagio del averno

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Cada golpe con la pala hacía más profundo el agujero en el jardín, cuando una y otra vez desenterraba un sentimiento asediador, no obstante, era demasiado temprano para desentrañar lo escondido en sus recuerdos, pero no por ello se detendría. No paró de cavar hasta que consideró que era suficiente.

Nick dejó la pala a un lado y tomó una bolsa donde guardaba los restos del gnomo Thom. Con un suspiró desalentador proveniente del cansancio de su cuerpo o de su alma dejó caer los pedazos de porcelana en el espacio que le había abierto en su casa para una cristiana sepultura.

Estaba decidido que no habría más gnomos en el jardín, que Thom era el último, por lo cual, mientras retomaba la pala y devolvía la tierra a su lugar determinaba que no valía la pena arruinar una nueva esperanza con más desilusión.

Terminaba de enterrar al joven gnomo cuando Denisse se paró en la puerta trasera a mirarlo.

—Se acabó el tiempo —dijo ella cuando Nick soltó la pala y volteó a verla.

°°°

Las velas sobre el pastel formaban el número sesenta y seis con el nombre de Denisse escrito en medio. Toda la familia alrededor cantaba por su cumpleaños y celebraban juntos la sorpresa que prepararon para esa noche. Denisse miraba el pastel al sentirse agradecida con todos por la noche tan reconfortante que le daban al reunirse todos.

Sus hijos y sus nietos cantaban alrededor, pero ella sólo volteó a ver a Nick con una sonrisa cuando terminaron de cantar.

—¡Pide un deseo, Denisse! —dijo Nick con su mirada dulce y tierna.

Ella cerró sus ojos y apagó las velas. Tenía claro sus deseos, siempre sabía lo que quería, por lo que no le costó mucho pedirle a la vida al extinguir las llamas del pastel.

°°°

Denisse sentó en el sillón mientras los niños le entregaban los regalos para que los abriera frente a todos. Por la época de su cumpleaños solían obsequiarle bufandas, suéteres de lana, gabanes, grandes abrigos y toda clase de utilidades para el frío; por esa razón, su armario estaba lleno de ropa de invierno. Las frazadas, los camisones y las sandalias no podía faltar nunca al abrir los detalles.

Todos tenían un regalo para ella, de modo el sillón, la mesilla de la sala y la alfombra estaban invadidas de cajas y bolsas. Reían y comentaban chistes al ir exhibiendo cada obsequio de tal manera, que Charles no tardó en usar la nueva manta de su abuela como una capa de superhéroe para jugar con Josh por toda la casa. Pero algo no andaba bien, Karla no estaba entre ellos y su ausencia se hacía más notoria cada minuto.

Nick le dio una seña a Jake y Will para que se reunieran en el sótano, una mirada seria y un movimiento de cabeza que señalaba que se retiraran de la sala juntos. En silencio sin decir nada, ni interrumpir las risas, se alejaron hacia las escaleras al subterráneo. No importaba cuando sigilo tuvieran, Denisse los miró marcharse con la sensación que algo malo sucedía.

Nick bajaba las escaleras luego de encender la luz mientras sus hijos le seguían. Abajo nadie podría escucharlos, por lo que Nick se recostó en una gran mesa al cruzar los brazos para los miraba en silencio primero a Jake y luego de un largo lapso a Will.

El viejo bombillo del subterráneo tenía fallas, por lo que la luz era intermitente y colgando del techo se balanceaba oscilando lentamente sobre ellos, haciendo de aquello un interrogatorio clandestino bastante intimidante. La mirada de Nick era una que buscaba soluciones para eso que el silencio trataba de evitar, sin embargo, esos mismos ojos puestos sobre Will parecían más una filosa acusación.

No me sepulten todavíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora