Prefería el café en taza de porcelana, estaba acostumbrada al antiguo juego de vajillas de su madre en el que solía servirle té, y años más tarde, café. Por lo tanto, sentía que el sabor del café en esos vasos de cartón era de menor calidad, o por lo menos, no le evocaba la misma sensación de hogar. Karla pasó todo el rato en un juego nervioso con el vaso de cartón en sus manos.
Nick era el último que abandonar la sala de espera, Karla lo convenció finalmente de que fuera a descansar esa noche, mientras ella se quedaba en el hospital al tanto de la cualquier situación que se presentara. Recién Nick se retiró de la habitación, ella tuvo un momento a solas para reflexionar; le tranquilizaba cargar con el peso de las circunstancias al liberar a cada uno de sus seres queridos de aquella pesadilla tormentosa, en la sala de espera.
Volteó lento a mirar el bolso que tenía en el asiento de al lado y los dos vasos vacíos listos para ser lanzados a la basura. Sacó el celular en un impulso ligero al pensar en su familia, que hasta ese momento no sabía nada de ella. Maldijo entre labios al ver las veintidós llamadas perdidas de su esposo, Karla se sintió culpable de la preocupación que debió sentir él hasta quedarse dormido.
Se propuso buscar un basurero para tirar los vasos mientras su teléfono replicaba al llamar a su casa con ansia. Recorría los pasillos del hospital sin obtener respuesta alguna al otro lado de la línea, de manera que al sonar el contestador logró tirar los vasos en la sección de las basuras que decía: cartones.
—Soy Karla, lamento llamar tan tarde; justo ahora estoy en el hospital, hace unas horas mi madre... se puso muy mal y tuvimos que traerla con urgencia. Estuve tan preocupada que olvidé todo, no miré el celular, apenas vengo a tranquilizarme cuando el médico dijo que estaba bien. Estaré en el hospital toda la noche, llámame cuando puedas. Por favor.
Al terminar de enviar la información al buzón de mensajes, distinguió el silencio que se manifestaba en los corredores a esa hora de la madrugada; era como un frío impávido que parecía ignorar a ratos, pero allí parada bajo esa lámpara de electricidad intermitente pudo ser abrazada por la ansiedad asoladora que invadía cada rincón sin dar tregua alguna, se sentía pequeña al ser rodeada por los siniestros sentimientos que se paseaban por el inmenso hospital. Pero ella conocía una ruta de escape, de manera que luego de estar en quietud por casi dos minutos en el limbo, emprendió camino en busca de una máquina de café.
°°°
Las puertas del elevador se abrieron al llegar al estacionamiento del hospital. A esa hora el lugar se hallaba desierto, a pocos metros aparcaron su amado Volkswagen justo donde Jake le indicó antes de marcharse; sacó las llaves de su bolsillo al caminar hasta su vehículo, al oírse los pasos de unos zapatos altos hacer eco en el solitario lugar, y justo antes de intentar abrir la puerta del coche se volteó a atender el ruido de aquellos zapatos venir a él.
—Es tu culpa —dijo Claire deteniéndose a la distancia en el desértico estacionamiento con su rostro desmaquillado y su ropa arruinada por la fuerte tormenta—. No debiste dejar que hiciera todo esto. Tenías que detenerla a tiempo.
Su expresión de ira y desprecio, en compañía de su timbre de voz irritada, no eran más que la mascara de un profundo dolor en su alma, por sentir que perdía a la única persona cercana en su vida que la amaba y la comprendía sin prejuicios. ¿Qué otro habría escucharla en sus inseguridades? ¿Quién más le hablaría con tanta compasión? ¿Quién haría el esfuerzo por irrumpir en su ardiente soledad? Todos decidieron abandonarla, y la única persona que optó quedarse a su lado, la vida se la arrebataba de las manos a la fuerza.
—Claire... —expresó Nick tratando de hacerla entrar en razón con mucha calma al entender su profundo dolor e identificarse de la misma manera.
—El cáncer no son vacaciones para acampar, o irse a los bares a cantar; ¡Está enferma, Nick! ¡Está muriendo! —su rostro era recorrido por lágrimas que le dolían en las entrañas sintiéndose desgarrada por dentro, le dolía en lo más íntimo y en su intento por hallar una solución, buscó a alguien a quién culpar de lo que acontecía.
ESTÁS LEYENDO
No me sepulten todavía
RomanceSon pocos los amoríos que cruzan la barrera de la juventud, aquella época de las aventuras, los riesgos y las nuevas experiencias, pero todo tiene un final. La vejez es, por excelencia, la antesala a la muerte y no hay mejor momento para despedirse...