CAPÍTULO DÉCIMO OCTAVO | Cuenta regresiva

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—Es la tercera estrella fugaz que veo —señaló Nick recostado en un pequeño colchón junto a Denisse a la luz de la noche—. ¿Quieres pedir un deseo?

—Es el tercer deseo que pido —sonrió ella el voltearse para mirarle a los ojos.

 —Tu mirada no ha cambiado, es la misma de hace casi cincuenta años.

 —¿Tus deseos han cambiado? —preguntó ella volviendo su vista al cielo.

 —Son los mismos desde que te conocí. ¿Tus deseos han cambiado?

 —Sólo ahora he pedido el mismo deseo tres veces —respondió con su tierna risa, esa que todos amaban ver y escuchar.

Nick se puso de pie y caminó hasta el Volkswagen. 

—Espero que hayas deseado esto —levantó el maletero del coche y sacó una botella de vino con un par de copas—. El médico dijo que no deberíamos, pero no veo ningún médico cerca.

—Creí que habíamos desechado la reserva hace años —dijo Denisse sorprendida mientras Nick le servía la copa.

—Gracias al cielo no bajas al sótano muy a menudo.

—Sólo bajar las escalas me llena de nostalgia y apenas logro permanecer allí dos minutos, a veces tres —bebió un trago se copa y suspiró con satisfacción—. Siempre has sabido crear los mejores momentos.

—No te apresures —replicó al caminar de nuevo al auto luego de colocar su copa en un pequeño tronco de madera que había junto a su lecho al aire libre.

Abrió la puerta y encendió la radio en la estación que Denisse frecuentaba.

—En nuestra época la señal no llegaba hasta aquí, ¡un punto para la tecnología! —dijo Nick regresando a recostarse junto a Denisse.

—¿En nuestra época? —preguntó ella mirándolo fijamente.

—Si, en nuestros tiempos...

—Esta es nuestra época, Nick... Son nuestros tiempos. Nuestros mejores tiempos. Estamos aquí, aún no nos hemos ido, eso tiene que significar algo.

—Seguimos aquí, tienes razón—respondió pensativo en sus palabras—.  A veces lo olvido...

Los ruidos de la noche y la montaña se entremezclaban en el frío viento que traía nuevos sonidos y sensaciones al pasar de los segundos.

—Cierra los ojos —indicó ella y Nick la siguió—. Siente... Respira hondo, despacio, escucha con atención... Estamos aquí. ¿Lo sientes?

La ciudad se veía justo frente a ellos con las luces de sus edificios y sus carreteras iluminadas a la distancia, pero arriba el cielo se veía mucho más grande e inalcanzable, como si la ciudad no fuera más que una triste imitación de la creación. Alejarse de la ciudad y sentirse cerca a las estrellas ocasionaba una sensación casi mágica en la montaña.

—Recuerda este lugar como un lugar en el que se vive —agregó ella abriendo sus ojos y bebiendo un poco de su vino—. Son nuestros rincones en el mundo, lugares desprendidos del cielo que hemos encontrado.

La noche transcurrió hasta que decidieron entrar a la carpa para dormir. No era igual a su cama grande y acolchada, pero ambos lograban sentir la paz de la noche cuando el otro estaba a su lado, era eso todo lo que necesitaban.

—¿Nick? ¿Estás dormido? —ambos estaban en silencio y absoluta oscuridad dentro de la tienda acampar.

—Eso intento —dijo él entredormido.

No me sepulten todavíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora