CAPÍTULO VIGÉSIMO OCTAVO | Los escapados

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Will viajaba en silencio en la parte trasera del auto, no tenía valor ni moral para decir nada en lo absoluto, por un instante se preguntó por qué seguía allí, y pronto su enmudecimiento se haría extraño al prolongarse desde la sala de espera hasta la casa de sus padres; por lo cual justo antes de llegar a casa en el viejo Volkswagen, Will se interrumpió a si mismo con una pregunta a su madre que iba en el asiento frente a él.

—¿Karla habló contigo? —su madre volteó con gesto de negación, cosa que para Will fue un alivio, al tiempo que se enojaba al ser engañado por su hermana en el hospital; pero Nick lo observó intimidante a través del retrovisor.

Nick aparcaba el coche frente a la casa, al momento que prefería no pronunciar una frase referente al tema, con el fin de no entrometer a Denisse en la situación que parecía pronta a discutirse, él consideraba que no era algo apropiado para tratar dadas las circunstancias que les confería al llegar a casa; eso sería como la gota irreversible que rebosaría la taza. Una vez que entrarán en el tema, no podrían escapar y eso les seguiría hasta su cumplimiento, similar a conjurar un destino inaceptable.

La inexistente conversación que nunca empezó quedó suspendida en el aire, mientras Denisse y Nick dejaban a un lado el cinturón de seguridad y bajaban del coche. Ella inhaló profundamente tratando de captar el olor a hogar que parecía huir a su paso, sólo fue una noche en su ausencia, pero le parecía que transcurrieron semanas desde que se marcharon, ahora desembarcaba en su destino preferido con un ramo de flores rojizas, pero con una desazón intima que no podía aflorar como pretendía y amenazaba hacerlo.

En su interior estaba más afectaba de lo que aparentaba, se preguntaba si ahí terminaba la travesía adolescente que estaba viviendo, si las aventuras o aquellos sueños estúpidos que cumplía día tras día llegaban a su fin, ¿debía resignarse? Por aquel momento mientras Nick tomaba su mano para entrar en la casa, consideraba si era o no el momento de desistir y finalizar aquel viaje; tal cual, Claire lo aconsejaba en su ignorancia.

Supuso que para su familia era mejor que se quedara en casa, sin preocuparles, sin lugar para inquietarles o molestarles con su situación, incluso para Nick; no podía ignorar que sí él hacía todas esas cosas, era por ella. Creyó, al abrirse la puerta, que no estaba afrontando su destino, sino buscando lugares donde ignorarlo, como si de alguna manera tratara de escapar a lo inminente; no lo terminaba de aceptar como fingía, al contrario, buscaba aferrarse a la vida, no era tan fuerte a la manera que suponía, eso demostró su caída y el final decrescendo de su canción.

No se dio por enterada del nuevo tapete de la entrada al pasar por encima de él, ni del reloj nuevo que estaba colgado en la sala junto a la biblioteca; lo único que admiró al entrar a su casa, fue la pared de la cocina, un vil intento de reparar algo que tarde o temprano cedería ante los años, porque ahora en su mente sólo merodeaba un pensamiento: es cuestión de tiempo

Colocando las flores en la mesa, concluyó al dejarse caer en el sillón, que todo se trataba una absurda insistencia de procrastinar un final no deseado.

—Me alegra estar en casa —esbozó con una aparente sonrisa al recostarse en el espaldar del viejo sofá. Se sentía extraña en su propia sala, como el día que tuvo que salir corriendo a respirar aire fresco, porque un impulso empezaba a acrecentarse a lo más lento de su latir, el impulso de huir aunque sea un instante, pero otro sentimiento surgía y era aquel que sugería que ya no era tiempo para escabullirse de su realidad, que en el juego del gato y el ratón ya había sido atrapada.

—¿Quieres té? —ofreció Nick al doblar las mangas de su camisa, a lo que ella asintió débilmente—. ¿Por qué no me acompañas, Will? Voy a enseñarte a hacer el té.

No me sepulten todavíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora