No quedaba nadie y la noche culminaba, los niños iban a la cama y cada uno retornaba a su casa; Nick y Denisse tenían la costumbre de mirar juntos desde la puerta a todos marchase a lo lejos, de modo que levantaban la mano con un gesto de alegría, pero esa noche sólo se veía la silueta de Nick despidiéndose solitario en la puerta. Debería ser un cuadro familiar, pero era un reflejo apocalíptico. El abuelo asolas agitando su mano en contraluz como una sombra triste y ermitaña. Will miraba por el retrovisor a su padre preguntándose si así serían las cosas cuando Denisse no estuviera, ¿siempre iba a ser tan melancólico y nostálgico alejarse de casa?
—No estás bien, ¿Pasa algo? —preguntó la esposa de Will, pero él negó de inmediato volviendo su atención a la carretera.
Nick regresó a la sala tras cerrar la puerta una vez que se apartaron en el camino. Ni siquiera se percató de su soledad, por lo que ocultando sus manos en los bolsillos recorrió la sala hasta apagar el interruptor de la luz quedar finalmente a oscuras. Estuvo a punto de subir las escalas a su habitación cuando se detuvo para ir de nuevo la cocina.
No había más luz además de la débil lámpara que parecía ser la única en toda la calle, frente al lavaplatos estaba su hija Karla limpiando lo que quedó luego de la cena.
—Ni siquiera te escuché llegar. ¿Dónde está mamá? —preguntó ella al notar que su padre la observaba en silencio junto a la pared remendada de la cocina, justo al lado del viejo poema enmarcado: nuestra noche eterna.
—No sé, debe estar en la habitación, seguro estaba muy cansada, fue un largo día —suspiró.
Necesitó acercarse a la alacena a doblar las mangas de su camisa, luego lavó sus manos con una pequeña toalla y empezó ubicar los platos que Karla iba enjuagando.
Nadie dijo una palabra más. Ambos enmudecieron y no cruzaron la mirada, de modo que el único sonido era el que provenía de los platos porcelana y el agua saliendo del grifo. El silencio era algo que se extendía bajo la lámpara de la cocina, los abrazaba, los cubría y por momentos parecía ahogarlos.
Notaron que no había más por lavar, así que al cerrar el grifo hasta la lámpara hacía un pequeño ruido eléctrico y fuera de la casa el viento de la noche mecía las copas de los árboles haciendo sonar sus ramas desprovistas, como si el mundo no pudiera callarse por más que lo desearan. Una vez apagaron la luz sus pasos hicieron eco.
Noctámbulos pasos de zapatillas lustradas caminando en la oscuridad, justo detrás unos booties de tono marfil que le seguían a destiempo. Sus pies, aunque cansados, no tropezaron entre las sombras. Se abrieron paso por un camino invisible, pero conocido; tenían la paz de saber dónde dar la siguiente pisada, de recordar siempre cual era el trayecto y dónde finalizaba su travesía sombría.
Nada hace más corto el camino que conocer su final.
Nick se dio la vuelta y abrazó a Karla teniéndola entre sus brazos por un largo instante que no bastaba. El fugaz momento sumido en invierno, dolor y silencio se hizo acogedor. Cada uno tomó su rumbo sin irrumpir con palabras, Nick subió las escaleras y Karla permaneció allí en las sombras...
Naufrago en su propia casa, terminó por cumplir su recorrido desde la entrada hasta su cuarto. Al empujar la puerta de su habitación no pudo evitar que las bisagras sonaran por todo el pasillo de forma molesta. Dejó sus zapatillas de lado junto al armario con un suspiro, y mientras cambiaba su ropa se cuestionaba de dónde venía esa sensación de desolación tan ardua que le invadía a cada paso.
Nunca se había sentido tan desierto... vacío. Sentado al borde de la cama, buscó entre los cajones junto a él unas píldoras para dormir, por lo que al tomarlas lamentó no tener un vaso con agua para acompañarlas.
Notó que Denisse seguía despierta, así que al recostarse le preocupó. Cuando ella le esperaba en la cama dejaba la lámpara encendida, pero esa vez simulaba dormir en un intento de evadir algo en total penumbra. Él permaneció allí hasta que las palabras afloraron sin fuerza, pero cono necesidad de manifestarse, se trataba de hablar o desvelarse con las palabras en la garganta. El silenció se rasgó en pedazos al afán de escuchar una respuesta; sólo no se contuvo a la impaciencia de tanta calma.
—No sé si quieras hablar —dijo Nick mientras miraba al techo y Denisse seguía volteada hacía la ventana—. Sé que estás despierta... Sea lo que sea esto que haces, quiero decir que... que nunca me acostumbraré a tu silencio. No a este silencio. Si lo que quieres es prepararme para la soledad, no pasará, nadie puede acomodarse sobre la ausencia. Si crees que así será menos doloroso, te equivocas. Esto no se puede amortiguar. Ya lo intenté...
—Nick... No lo hagas más difícil de lo que ya es. Estamos intentando que esto...
—No. No lo estamos intentando —interrumpió antes de absortarse al silencio como si se escondiera en las sombras.
Ninguno habló nuevamente hasta que Denisse se desacomodó para quedar mirando hacia arriba como lo suponía Nick. Ella creía que al ceder un poco al menos lograrían conciliar el sueño con algo de esperanza, por esa razón Denisse insistió. Trataban de buscarse mientras estaban atrapados en el silencio, pero no lograban encontrar al otro.
No esa noche.
—Necesito saber qué esperabas al conservar los documentos de la quimioterapia.
—Notablemente no soy quién decide aquí, no nos dejaste otra opción, luego de lo que dijo Claire el otro día, quise luchar una última vez, pero no puedo obligarte a cambiar de elección... Supongo que reservaba algo de esperanza para lo último. Pensé por un momento que podía cambiar el final de nuestra historia... Pero no.
—Ni siquiera sé que decir... —esbozó ella luego de escuchar a Nick.
—No hay nada más que decir. Las orquídeas son perfectas para matrimonio o funerales... Tú concluyes qué estaremos regando y sembrando los próximos meses.
No podía ignorar que, a pesar del tono tranquilo en sus palabras, había mucha carga y dolor en ellas, como si algo sumergido en su interior hubiese salido a la luz.
Nada quedaba más que palabras lanzadas al viento que se perdían entre las sombras, pero que al final flagelaban su alma. Al final de la velada estaban asolas en la misma cama. No había posibilidad alguna, estaban asidos por un destino singular: no encontrarse al culminar su noche eterna. Las heridas se llenaron, los miedos se llenaron, los recuerdos se llenaron, las lágrimas se llenaron, la nostalgia y la frustración se llenaron. Nada más se llenó.
—Nos estamos muriendo, pero aún nos queda un suspiró para luchar —dijo Nick antes de las píldoras para dormir hicieran efecto en él—. Quiero creer que nuestra noche aún puede durar un poco más... Sólo un poco más.
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No me sepulten todavía
Roman d'amourSon pocos los amoríos que cruzan la barrera de la juventud, aquella época de las aventuras, los riesgos y las nuevas experiencias, pero todo tiene un final. La vejez es, por excelencia, la antesala a la muerte y no hay mejor momento para despedirse...