Un mapache sobre la nieve disfrutaba de una zanahoria que encontró en la acera luego de la tormenta. Las ramas de los árboles incrustadas en la nieve y algunos trabajadores limpiando en el vecindario de todo el rastro caótico. El muñeco de nieve se hallaba totalmente desecho por la tempestad de la noche anterior, mientras tanto, Denisse miraba por la ventana a su vieja bufanda colgada en las ramas del árbol del jardín vecino, la tela se mecía por el leve viento que soplaba suave como un susurro en el aire.
—Era mi favorita —expresó ella al voltearse con su bata abrochada.
—Creí que no te aferrabas a las cosas materiales del pasado —comentó Nick con una sonrisa burlona al asomar sus ojos por encima de los pequeños lentes.
Seguía recostado en la cama mientras leía su libro antes de ducharse. Denisse bostezó al estirar sus brazos para relajarse al dirigirse a la puerta de la habitación.
—¿Tostadas? —preguntó ella antes de salir a lo que el asintió suspendido en su lectura indeleble.
Conducía su mirada entre líneas y letras inmerso en las hojas de la historia. Empezaba a sentir la fatiga de sus ojos, de modo que cerró el libro y dejó a un lado los lentes tratando de descansar. Escuchó a su esposa toser frenéticamente en el baño, dejó escapar un suspiró mientras se levantaba a acompañarla.
Salió de la cama para verla parada frente al lavado; él sentía algo en el pecho que no podía describir más que como dolor en el alma. Se acercó a ella para rodear sus hombros en un abrazo silencioso y recostó su cabeza en la de ella. Denisse trataba de recuperar su postura el respirar profundo y acariciar la mejilla de Nick con agradecimiento por permanecer a su lado en los momentos más turbios.
No era que no tuviera palabras, sino más bien que aquel abrazo por la espalda decía suficiente para ambos —No estás sola, estoy aquí, aún estamos juntos en esto, no es el final, hay que seguir luchando y aún te amo—, todo aquello y mucho más, sin siquiera abrir sus labios.
La mancha de sangre en la blanca cerámica del lavado fue limpiada por el agua al abrir el grifo hasta perderse en el desagüe.
—¿Quieres que traiga el inhalador? —preguntó él luego de besar su hombro.
—Estoy bien —musitó con debilidad al cerrar sus ojos—. Sólo vamos a desayunar.
°°°
La sala todavía era un caos, de manera que luego del desayuno, ambos se dieron a la tarea de decorarlo todo como lo tenían previsto. Alrededor de la casa el caos de la tormenta se reflejaba, el rastro del recio viento y las estelas de destrucción seguían allí, mientras ellos adornaban y embellecían su casa en medio del desastre.
Denisse insistía que debían llamar a Jake o a Will para que les ayudarán en el montaje del ornamento, pero Nick insistía que ellos solos podrían hacerlo como los años anteriores, además para qué querrían molestarlos por algo tan vano como unas luces en la entrada y unos tapetes.
Nick trajo del sótano una vieja escalera en la que se subió para ubicar las luces en la fachada de la casa. Junto a él, Denisse acomodaba una vieja guirnalda navideña en la ventana y una corona con una cinta roja para colocar en la puerta. Era como darle color a la crisis, pintar el dolor de alegría, o simplemente dibujarle una sonrisa a lo lamentable; lo hacían juntos, construían una vida, un mundo feliz, un corto futuro luego de tantos años, ignorando lo cerca que estaba el final, no viviendo como si fuesen a morir pronto, sino como si les restará mil años más. Mil años en los que soñaban estar juntos.
No eran muchas cosas las que tenían por colocar en la entrada, sólo tardaron un par de horas en instalar todo en su lugar y volver a entrar. Nick estaba cansado y los músculos de los pies le dolían al estirarlos, de manera que dejó la caja de herramientas y la escalera en la sala, esperando retomar fuerzas para bajar todo de nuevo al sótano. Se dejó caer en el sofá como si se desparramara entre los cojines, con su camisa de cuadros y su pantalón, dejó los zapatos a un lado para reposar sus pies en el suelo y reclinarse en el espaldar.
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No me sepulten todavía
RomanceSon pocos los amoríos que cruzan la barrera de la juventud, aquella época de las aventuras, los riesgos y las nuevas experiencias, pero todo tiene un final. La vejez es, por excelencia, la antesala a la muerte y no hay mejor momento para despedirse...