CAPÍTULO CUADRAGÉSIMO | Hemiolia

197 42 23
                                    


"La mejor mamá del mundo" decía el letrero colgado del techo en la sala, tenían globos por todo el lugar, los regalos estaban amontonados sobre el sofá y el pastel sobre la mesa llevaba su nombre acompañado del número sesenta y seis. La decoración era sencilla ya que los adornos de navidad ya hacían suficiente trabajo por toda la casa.

Los primeros en venir a abrazarla fueron Josh y Charles para desearle un feliz cumpleaños, mientras ella aún no podía creer lo que veía.

—¡Pero es mañana! —sonrió a Nick en broma.

—Lo sé, era parte de la sorpresa —respondió al abrazarla de la manera más acogedora.

°°°

Horas atrás Karla se reunió con Nick para ultimar los detalles de la sorpresa, él había utilizado la excusa de visitar al mecánico de autos para planear todo con ella; así que al momento que Denisse y Nick iban al grupo de apoyo, Karla y sus niños llegaron a la casa para decorar la fiesta de cumpleaños.

Guardó el coche en el garaje, de tal modo que Denisse no sospechara nada al llegar a la casa; Josh y Charles le ayudaron a traer la decoración del garaje a la sala. Su hermano Jake por su parte no tardó en aparecer con su esposa y su hijo, traían sus regalos y pretendían ayudar a decorar desde temprano.

Karla inflaba los globos, mientras su hermano, parado sobre una escalera, iba pegándolos al techo. Grace —la esposa de Jake— extendía un gran letrero colorido en el suelo de la entrada dónde decía: "La mejor mamá del mundo".

—¿Cuánto tiempo tenemos? —preguntó Jake al bajar de la escalera para descansar y ver a los niños jugando por toda la sala—. ¡Hijos! Tengan cuidado.

—Cuarenta minutos —contestó Karla al mirar el reloj y colocar otro globo sobre el sofá. Aún faltaban detalles, pero a breves rasgos la parte difícil estaba hecha.

Karla se retiró a la cocina para hacer algo de café al momento que su hermano y Grace seguían trabajando en terminar. Al prepararlo se percató que llevaba días sin tomar café en una taza de porcelana, las últimas semanas estuvo bebiendo en vasos de cartón de alguna máquina expendedora en su trabajo. Desechable, degradable, efímero, artificial, impersonal, perecedero, irreal. Demasiado tiempo sin probar un café decente.

Sentía que se había descuidado a sí misma; esperaba que el agua terminara de hervir, mientras miraba su reflejo en la ventanilla al preguntarse cómo es que había pasado tanto tiempo sin hacerse un café, sin darse un descanso o dedicarse tiempo. De repente todo no era más que trabajo y noches de depresión. ¿Cuándo la rutina se convirtió en algo hostigaste? Perdió sentido al verse en el cristal indeseada.

Hacía días no contestaba las llamadas de Jack, sabía que el divorcio vendría, pero aún no tenía agallas para afrontar el fracaso de sus decisiones. Aquel era el momento para tomarse un café, olvidarse la vida y del invierno. No quería beber más de lo fugaz, necesitaba algo que estabilizara su vida, aunque no lo encontraba.

Amaba aquellas tazas de porcelana que su padre compraba, nunca supo de dónde las sacaba, pero siempre quiso tener una similares a esas en su casa. Al servir el café, consideraba que aún estaba tiempo para cambiar la vajilla de su cocina.

Antes de salir de la cocina se fijó en el pequeño recuadro que estaba colgado justo en la pared donde un día estuvo la mancha de pastel, leyó la carta enmarcada de Nick, pero este no le hizo sentir mejor, sino que tuvo en ella el efecto contrario. Contrastaba su soledad con la noche eterna de la hablaba su padre. Su felicidad se había hecho utópica.

Caminó de vuelta a la sala a entregarle a Jake y a Grace su café para continuar trabajando en la decoración del lugar. Todos hicieron una pausa, de forma que Karla se recostó en la pared bajo el reloj que había dejado de funcionar, pero que nadie parecía estar interesado en reparar, ella por su parte ni se daba por enterada que el reloj estaba averiado y sus manecillas ya no marchaban.

No me sepulten todavíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora