CAPÍTULO VIGÉSIMO | Indomable soledad

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—¿Steve Straub? —preguntó una mujer al teléfono.

—Soy yo, ¿quién habla?

—Somos del museo central de arte moderno, recibimos un mensaje de un tal Nicholas diciendo querer donar una obra para la exposición del museo, más específicamente, una obra de su autoría.

Steve se quedó en silencio por un momento al meditar si seguir o no el juego que Nick le había propuesto.

—Si —cedió ante la petición de Nick—. La obra es mía, pero como verá es el señor Nicholas es el propietario actual y tiene la autonomía sobre la obra.

—Siendo así, le informamos que su trabajo estará en el museo por el tiempo necesario, gracias por su tiempo.

—¿Qué está pasando? —preguntó luego de colgar el teléfono y negar con la cabeza—. Nick.

°°°

La puerta de madera era de casi tres metros de alto, permanecía siempre reluciente y detrás se hallaba una cantidad inmensa de libros. Un anciano con ayuda de su bastón bajaba una por una las persianas de las ventanas; solían cerrar a esa hora.

Un grupo de ancianos permanecía en una de las mesas del fondo en silencio sepulcral. Uno leía el periódico al momento que otro roncaba entredormido con los brazos cruzados. En total había seis ancianos.

—No ha llegado —dijo uno de ellos mirando al reloj y acomódense las gafas—. ¿Creen que siga con vida?

Todos se quedaron sin responder por un rato, alguno bostezó antes de volver a su postura agónica en la silla y el hombre que bajaba las persianas se unió a ellos en la mesa.

—¿Por qué no cierras la boca y esperas? —contestó el que trataba de dormir—. Él siempre llega.

El amargo silencio regresó a reinar en medio de ellos. El único ruido que hacía eco en la vacía biblioteca era el de aquel viejo que trabajaba allí al caminar con ayuda de su bastón mientras recogía los libros dejados en las mesas. Uno de los ancianos sacó su inhalador del bolsillo de su chaqueta y lo usó para respirar pacientemente.

—Apuesto mis píldoras de hoy a qué sufrió un ataque cardiaco —irrumpió el mismo anciano.

—¿Eso es lo que quieres? ¡Bien! Apuesto mi caja de dientes a qué llegará.

Se quedaron mirando fijamente con el ceño fruncido hasta que sonaron las viejas bisagras de la gran puerta. Nick entraba a la biblioteca y saludaba con su mano mientras caminaba hacia ellos.

—¡A ver esas píldoras! —reclamó el anciano riendo.

—¿Qué están esperando? —dijo Nick al tomar su lugar en la mesa—. Que empiece el juego.

°°°

En esa ocasión Karla no pudo acompañarla y Nick tenía su juego con sus amigos, de manera que, Will tuvo que apartar un tiempo para llevarla a la reunión de aquella noche.

—No tienes que venir conmigo hasta el auditorio —sugirió Denisse mientras su hijo la acompañaba—. Puedo ir sola.

—Sólo quiero acompañarte hasta la puerta, no te preocupes —insistió Will como si su madre no pudiera valerse por sí misma para subir unos cuantos escalones y caminar por el corredor.

El llegar se quedó en la puerta observando a su madre hasta que se sentara con el grupo. Justo se devolvía cuando se percató de los anuncios en el tablero junto la puerta. Se detuvo en uno que llamó su atención: 'Abogado testamentario'. No guardó el número, sino que tomó el anunció y lo guardó en su abrigo al retirarse por el corredor; no se enteró que, al arrancar la publicidad, dejó caer del tablero el aviso de la funeraria

No me sepulten todavíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora