CAPÍTULO DÉCIMO PRIMERO | Desierto de mi alma

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Las pinceladas del artista pintaron en el lienzo marcas como de relámpagos, raíces y lianas se mezclaban en aquella hermosa obra maestra, aquella pintura que se había ido creando tras muchos años hasta la perfección. Lo que se veía a través del cristal, no era más que el resultado del tiempo. El arte no es para todos, algunos menospreciarían el trabajo del artista, muy pocos serían capaces de encontrar la belleza en esos trazos aparentemente puestos al azar, cada trazo era una sonrisa, una lágrima y un gesto de amor. ¿Quién apreciaría aquellas inverosimilitudes? Sólo quien ama verdaderamente, porque amar, en muchas ocasiones, puede resultar ser una total barbaridad.

Las estrías y arrugas que el tiempo había plasmado en su piel contrastaban con el recuerdo del pasado, sus piernas esbeltas y cuerpo seductor; no cualquiera entendería que el encanto atravesaba las barreras de la piel y era inmune al pasar de los años. El reloj de arena no se detenía.

Nick observaba a su mujer quitarse el vestido negro para ponerse la bata de rosas. Un día la escena le despertaba deseo, pero ahora le movía a sentimientos más profundos y complejos. El amor no sólo trascendía la edad, sino también el deseo. Ese pensamiento que llegaba a Nick le hacía preguntarse qué era exactamente el amor.

—¿Qué es el amor? —preguntó Nick mientras ella se acercaba a la cama para meterse bajo las sábanas.

—¿El amor? —ella acomodó su almohada y recordó tomarse la medicina que estaba sobre la mesa de noche.

—Si, estaba pensando que el amor no es algo que se siente —explicó Nick mientras ella acompañaba sus píldoras con un poco de agua—. Tampoco es algo que se hace.

—¿Dónde ubicas el amor entonces?

—Es algo que se vive... y que no importa cuantas veces muere, siempre regresa.

°°°

En la mañana Nick tomó el teléfono apresuradamente y con su pequeña hoja de contactos, marcó el número de Bill.

—Hospital para su auto, ¿en qué puedo servirle?

—Buenos días, Bill. Soy yo, Nicholas.

—¡Eh! ¿Cómo van las cosas amigo? Estuve esperando tu llamada, necesito saber que auto quieres comprar, encontré unos autos de lujo que quizás puedan gustarte.

—Cambié de opinión, Bill —respondió Nick y su esposa Denisse desde la cocina se asomó al escuchar la conversación—. Creo que vamos a reparar el viejo Volkswagen.

Denisse le hacía señas sin decir una palabra preguntándole que estaba haciendo y por qué había cambiado de decisión.

—¿Reparar el Volkswagen? —repitió Bill muy pensativo—. ¿Estás seguro?

—En verdad, es eso lo que quiero hacer; sé que harás un buen trabajo, eres el mejor que conozco; haz el presupuesto y arréglalo pronto.

—Tú mandas, Nick. El cliente siempre tiene la razón.

Al colgar el teléfono Denisse se acercó a él rápidamente a pedir explicaciones.

—¿Qué acabas de hacer?

—No quiero deshacerme del coche, es nuestro auto —dijo Nick tratando de calmarla un poco—. No puedo dejarlo ir así simplemente.

—Habíamos quedado en comprar uno nuevo...

—Lo sé, pero si aún hay oportunidad de repararlo ¿por qué comprar uno nuevo? —él trataba de convencerla mientras ella tomaba el teléfono para llamar a Bill—. Denisse, no concibo la idea de tener otro auto. Son solo piezas que tienen que ser remplazadas. Sabes que soy un testarudo y que soy incapaz de renunciar a las cosas que amo, gracias a eso estamos aquí, juntos.

No me sepulten todavíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora