Era un sujeto con un sombrero capotain verde en su cabeza, y su cabello castaño sobresalía hasta los hombros. Era alto y tenía poco más de treinta años, sin duda, un hombre bastante extraño. Siempre se le encontraba con una sonrisa tras el mostrador de una tienda. Vendía sombreros, amuletos y cientos de cosas raras. Se trataba de Freddy el <<loco de los gnomos>>. Nick empujó la puerta para entrar a la tienda haciendo sonar la campana.
—¡Buenos días amigo!, bienvenido al lugar más mágico de la ciudad, ¿en qué le puedo ayudar? —saludó Freddy con una sonrisa de oreja a oreja mientras Nick caminaba hacia él.
—Hola, hace años compré un gnomo en esta tienda —la expresión alegre de Freddy cambiaba por completo—. Fue un accidente, llevaba varios años con nosotros.
—¿Se rompió? —Nick asintió con vergüenza—. ¿Trajo los restos?
—Aquí están —respondió colocando una bolsa en el mostrador con los pedazos de cerámica del gnomo.
Freddy miró dentro de la bolsa y musitó con tristeza: —Bob.
—Acompáñeme adentro —sugirió él.
Nick lo siguió hasta el patio de aquella tienda donde tenía un cementerio a escala. Los epitafios mencionaban cada nombre y frases como: Ernest el gnomo más coqueto, Peter el gnomo mejor compañía o Carl el gnomo más inquieto.
Freddy dejó la bolsa a un lado, tomó una pala y empezó a cavar un lugar para Bob el gnomo más feliz.
°°°
La mezcla que usaba para restregar la pared de la cocina rayaba en lo tóxico, por lo que con unos guantes de aseo amarillo y un tapabocas limpiaba con sus fuerzas. La mancha de pastel en la pared no terminaba por salir, Karla no lo logró y Denisse llevaba toda la mañana intentándolo hasta que se dio por vencida.
Se sentó junto a la biblioteca a escuchar la radio y su atención se perdió mientras miraba la portada del libro que leía su esposo Nick. Se sentía rodeada de sombras y de fantasmas que la agobiaban, por un momento quiso tomar el libro, pero un ataque de tos no se lo permitió y a cambio, tuvo que ir deprisa hacia el baño, pero en su afán tiró el jarrón de cristal que estaba sobre la mesa de sala, el cual terminó por regar el agua y soltar la flor sobre el piso antes de quebrarse en mil pedazos.
Abrió el grifo del lavamanos para que el agua se llevara la sangre.
—Soy un desastre, maldición —se dijo mirando su reflejo en el espejo.
Recogió los trozos de vidrio y secó el charco de agua con la trapera. De la misma manera que Nick, al tomar aquella bella flor esa pequeña espina que ya estaba manchada también cortó a Denisse en el corazón. Pero Denisse hizo algo que Nick no hizo en su momento, arrancó la espina de la rosa y la puso en la basura junto a los vidrios.
Una vez vendó su dedo y acomodó los vidrios decidió bajar al sótano. Junto a la cocina estaban las escalas para subir a las habitaciones, y allí una disimulada puerta al sótano al cual Denisse no bajaba con mucha frecuencia.
Tiró de una cuerda que colgaba del techo para encender el bombillo y bajar las escaleras con precaución. Era un lugar repleto de cosas e historias, era como un pequeño museo de Nick y Denisse. Nick solía pasar más tiempo allí, reparando objetos y haciendo sus labores como un pequeño taller. Entre tantos elementos que se hallaban allí, Denisse buscaba uno en especial.
El letrero tenía pintado el nombre de Jerome sobre la madera, se trataba de una caseta para perro que Nick había construido para su mascota hacía casi veinte años. Denisse tocó la madera recordando a Jerome jugar en el patio de la casa con sus hijos, llegó a hacer un miembro muy importante de la familia y todavía sus recuerdos traían un sentimiento agridulce entre la alegría y la nostalgia de ya no estar. Estaba viejo y enfermo cuando ella con Nick decidieron que no merecía sufrir el padecimiento de su enfermedad y que sería humano terminar con su dolor. Aquella fue una decisión familiar difícil.
Nick se había encargado de contarle a Jake y Karla que había un mejor lugar donde Jerome había ido, algo así como el paraíso para las buenas mascotas. Will estaba mayor y podía entender conceptos como la muerte en ese momento, como miembro de la familia se despidieron de Jerome a celebrar su nuevo viaje a la otra vida. Aquella caseta en el sótano significaba mucho para todos y Nick se encargaba de conservarla.
Denisse subió de nuevo las escaleras, apagó la luz y cerró la puerta dejando el sótano en oscuridad absoluta.
°°°
Un hombre viejo caminaba por el centro de la ciudad con un gnomo de cerámica en sus manos. Dio la vuelta para entrar el taller de autos al que recurría con frecuencia en cuyo anuncio decía: el hospital de su vehículo. Bill estaba descansando tirado en una llanta.
—¡Nick! —saludó con entusiasmo al verlo acercarse—. Ayer estuve esperando que vinieras.
—Lo siento, ayer había muchas cosas que hacer. Estuve con Denisse en el hospital —explicó mientras le ayudaba a pararse de la rueda.
—¿Sucedió algo?
—Denisse está enferma —dijo a secas—. Hablamos del Volkswagen, parece que queremos comprar un auto nuevo.
—Es mi consejo, sin duda es lo mejor que pueden hacer. ¿Qué haremos con el coche?
—Es difícil, pero trata de conseguir a alguien que quiera repararlo y se lo venderemos aun precio económico, si en un tiempo nadie lo compra, entonces supongo que ira a una subasta o alguna chatarrería. ¿Puedes encargarte de eso?
—Es mi trabajo, Nick.
—Quisiera mi auto lo más pronto posible.
—¿Y qué auto es?
—Esa es una buena pregunta... Ahora no sé qué auto quiero. Me resulta difícil tomar buenas decisiones.
—¿Desde cuándo? —preguntó Bill.
—No hace mucho, creo que sólo los últimos... setenta años de mi vida.
—¿Te arrepientes del Volkswagen?
—No, no me malentiendas, no me arrepiento de nada, pero es como si quisiera volver atrás y valorar más las cosas.
—Sé que eres mayor, pero permite que te de una recomendación como tu amigo: no está mal tener retrovisores ¿entiendes? Son necesarios, porque de vez en cuando es útil mirar hacia atrás, pero no puedes quedar mirando el pasado, debes tener la mirada al frente, en el ahora, fija la mirada en la carretera y si es necesario quita el retrovisor.
—Bill —dijo Nick sintiendo que cada palabra le desgarraba el alma—. Es Denisse, tiene cáncer. Me destroza pensar que fui yo.
—No eres tú...
—Cuando la conocí era una joven irreprochable, fui yo el que la impulsó a hacer muchas cosas, entre ellas yo le incité a fumar y lo hicimos durante años, y ahora... la estoy perdiendo. No sabes lo que siento en este instante.
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No me sepulten todavía
Storie d'amoreSon pocos los amoríos que cruzan la barrera de la juventud, aquella época de las aventuras, los riesgos y las nuevas experiencias, pero todo tiene un final. La vejez es, por excelencia, la antesala a la muerte y no hay mejor momento para despedirse...