CAPÍTULO DÉCIMO NOVENO | Lo último que se pierde

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El Volkswagen estaba aparcado junto al restaurante en la gasolinera. En el pequeño estacionamiento sólo estaba el Volkswagen, el cual se veía diminuto al lado de un inmenso camión de carga. El hombre barbado y obeso de la tienda miraba por encima de su periódico a los ancianos que se bajaban del viejo auto, y sin prestarle mucha importancia regresó a su lectura mientras bebía un sorbo de café que puso sobre el mostrador, la taza de café tenía una inscripción llamativa que decía: Aquí toma el mejor tendero del mundo.

Nick y Denisse pasaron a las mesas dónde únicamente había un cliente sentado tomando el desayuno en una de las esquinas del lugar.

—Bienvenidos —dijo la mesera que se acercó a presentarles el menú, trajo una toalla con la que limpió de forma superficial la mesa que habían elegido.

—Disculpe, ¿dónde están los baños? —preguntó Denisse antes que se fuera la joven que les atendía.

—Los baños están reparación, tendrá que ir a la tienda que hay al lado —respondió ella antes de volver tras el mostrador.

Nick se quedó mirando la carta tratando de encontrar algo apropiado para el desayuno, Denisse caminó con su bolso hasta la tienda donde aquel sujeto algo incomodo le señaló el lugar de los baños. Eran una pesadilla. La cantidad de escritos en la pared, los papeles fuera de la cesta, los espejos oxidados y el que pequeño letrero en el lavado que se aconsejaba no beber el agua del grifo.

—¿Qué hice para merecer esto? —esbozó mientras buscaba puerta a puerta el baño que se encontrara en mejores condiciones.

El baño al final parecía ser el mas limpio y el menos usado de todos, le resulto desagradable e incómodo pero necesario. Al querer vaciar el inodoro este se averió y empezó a rebosar el agua a lo que Denisse salió del lugar muy tranquila agradeciendo al sujeto que leía el periódico, quien ni siquiera volteó a mirarla.

—Nick, tenemos que irnos de aquí —dijo Denisse apenas llegó al restaurante.

—¿No pediremos el desayuno? —objetó Nick exigiendo una respuesta.

—Por favor, sólo quiero salir de este infierno.

Al sujeto le pareció extraño que los ancianos tomaran tan pronto el coche para irse, el Volkswagen ya había arrancado cuando se percató de un pequeño charco de agua que provenía de los baños.

°°°

Pretendía en público que era indestructible, que disfrutaba la soledad, pero cada segunda era insufrible, sobre todo en las mañanas cuando al despertar se encontraba abruptamente con el otro lado de la cama vacío y sin vida. La situación no le motivaba a despertar y continuar viviendo, sino que producía en ellas un ánimo de darse la vuelta y no despertar nunca. No era sólo algo del momento, se trataba de la suma de años construyendo su tristeza y el más terrible final. Entendía bajo sus sábanas que era autodestructiva y que no tenía a nadie más a quién culpar de su de su desgracia.

Al levantarse se percató que no había ni un solo retrato de nadie en toda la casa, no siempre fue así, en algún momento se hallaban cuadros sobre las mesas, en las paredes, hasta pegadas en el refrigerador. Claire se encargó de quitar hasta la última, algo en ella evitó que tirara todo a la basura, de manera que, todas las fotografías se escondían en el ático, incluso los álbumes familiares.

No preparó té esa mañana, resolvió subir al desván. Era la primera vez en meses que subía allí, así que todo se encontraba cubierto de polvo y telarañas. Claire no evitó toser ante la suciedad el aire que llenaba el sitio. No sacudió la caja evitando levantar más polvo en el aire, sólo la abrió y sacó un pequeño retrato que tenía con su esposo y sus hijos. Le dolía y aceptaba la culpa que sus seres queridos se alejaran por completo. Allí se quedó nostálgica en el ático sin querer bajar a probar si quiera un bocado de comida.

No me sepulten todavíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora