CAPÍTULO VIGÉSIMO QUINTO | Huéspedes del silencio

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Arrastraba sus viejas botas por el suelo al sostener su mirada en el andén húmedo por la lluvía, los cordones de los zapatos desajustados parecían no importarle mucho, ya que llevaba una sonrisa de satisfacción en su rostro, y no era para menos, acaba a de recibir el primer salario en su nuevo empleo.

Al transitar por la acera cargaba con un viejo bolso rosado que hacía semanas tomó de un basurero, fue meticuloso en haber cerrado sus agujeros con pequeños parches de jean; allí guardaba su uniforme de trabajo al cual le había tomado mucho aprecio, era por así decirlo, su conjunto más elegante y formal. Tenía puesta una desaliñada camisa blanca que con el maltrato se tornaba amarillenta y andrajosa, y unos devastados vaqueros azules que rastrillaba en la acera a cada paso sintiendo el bulto de dinero en los bolsillos del pantalón (no era mucho), pero estaba orgulloso de tenerlo.

Esa noche al cruzar la carretera del lavado de autos no pudo evitar ser encandilado por las luces de un viejo Volkswagen que aceleraba en medio la carretera, fue más alarmante aun cuando le vio derrapar frente a la puerta del hospital para detenerse en seco.

Reconoció el auto con intriga preguntándose a sí mismo qué sucedía mientras fruncía el entrecejo.

Nunca olvidaría el rostro de ese anciano que bajaba asustado del coche pidiendo ayuda. No dudó un segundo en correr hacía allí para ayudarle cuando vio que otras dos personas más jóvenes salían del vehículo cargando con una mujer mayor.

—¡Un paramédico! —gritó él mientras colaboraba en traer la mujer hasta la entrada.

El rostro de Nick palidecía al atravesar la puerta del hospital, y con una mirada desesperada agradeció en silencio la ayuda de aquel hombre.

°°°

Todo aquello que le antecedió no era más que una profunda preocupación, que no tardaba en convertirse en miedo al ver a su esposa alejándose en una camilla, hasta perderla de vista tras una puerta a la que tenía prohibido el ingreso. Las oxidadas bisagras del portón sonaban al cerrar y abrir débilmente para terminar por aquietarse en silencio de modo lento.

Nick se quedó de pie a unos metros de la puerta, anonadado por lo que sucedía frente a él, su sensación de desmoronamiento le resultaba aterradora, dada su cruda idea de soledad y pérdida que le hacían pensar que todo a su alrededor, no se desvanecía, sino que colisionaba inevitablemente a un vacío abismal en el que todo se perdía en suma oscuridad. No esperaba lo peor, pero sabía que nada bueno resultaría de ahí.

Nunca había estado tan cerca del abismo como aquella noche y le horrorizaba en lo más profundo de sí. Sus manos temblaban al mirar al corredor prohibido a través de las pequeñas ventanillas enrejadas; no sentía, ni lograba conciliar la más vaga idea fuera de aquella impotencia que inquietaba su alma sin misericordia.

Karla fue la única que se atrevió a acercarse y colocar la mano sobre su hombro al tratar de decirle que las cosas terminarían de la mejor manera, fue aquel pequeño gesto que hizo a Nick aterrizar de nuevo su mente al corredor del hospital.

—Es sólo un desmayo, estará bien —dijo ella mientras su hermano Jake y el sujeto desconocido permanecían atrás.

—No —su voz era casi inaudible por lo débil y dificultoso que se le hacía siquiera decir una sílaba con aquel nudo en su garganta—. No es un simple desmayo, tiene cáncer, no es simple...

Karla logró llevar a su padre a sentarse en la sala de espera en la que permanecía enmudecido al tratar de rezarle al cielo una señal de esperanza o sólo un destello de luz en medio de la sombría tormenta, sufría la sensación de ser abandonado por aquello en lo que creía y cada segundo que marcaba el reloj era como un golpe fuerte en sus más sensibles pesares.

No me sepulten todavíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora