Un círculo relleno de azul y un pequeño algodón circulando a través de él. Todo el derredor estaba en negro, era como observar la imagen de un planeta color cielo. El hedor era insoportable ya que toda la tarde expuesto a la luz del sol y a una temperatura considerablemente alta. El rostro de alguien irrumpió en el círculo azul y el algodón. Se trataba del sujeto que subía los desechos al camión de la basura asomándose al interior de aquel bote de desperdicios entre la acera y el jardín.
El hombre levantó aquella caneca mirando el pan y los huevos quemados por completo y lanzó aquello al camión.
°°°
Al lado de la puerta de madera se hallaba un pequeño tablero de madera donde se pegaban anuncios publicitarios. Entre ellos se hallaba el de un abogado testamentario y un letrero que promocionaba una empresa de seguros. El papel sobre la puerta indicaba que se trataba de un grupo de ayuda para personas con cáncer.
—Mi nombre es Denisse —todos voltearon a mirarla en incomodo silencio—. El lunes pasado me detectaron cáncer de pulmón.
—Bienvenida, Denisse —saludó el hombre barbado que dirigía la reunión, se distinguía por llevar una escarapela con su ridícula foto sonriendo y su nombre: James Smith—. Un aplauso para Denisse.
Hacían un círculo con sus sillas, eran nueve personas en total en aquella reunión, el salón era inmenso por lo que el eco de las palabras lo hacía sentir un lugar solitario.
—¿Alguien quiere compartirnos algo de lo que vivió está semana? —preguntó James al anotar su nombre en la asistencia de aquella noche—. ¿Nadie? ¡No sean tímidos! ¡Vamos! ¿Quién quiere empezar?
—Yo quiero decir algo.
—¡Eres una valiente, Rosy!, adelante.
—Como todos saben hace casi un mes empecé la quimioterapia —explicó la señora de cabello castaño, tenía la menos unos cuarenta y cinco años—. Mi cabello empezó a caerse esta semana, me di cuenta cuando me peinaba para pasear a los perros, sabía que pasaría, pero sigue siendo difícil de aceptar; desde joven he cuidado mi cabello con especial cuidado y ahora se irá yendo lentamente.
—Gracias por compartirnos esta experiencia tan conmovedora, no todos son capaces de afrontar la quimioterapia, aplaudamos a Rosy —James se puso de pie y camino hasta un escritorio que tenía cerca para tomar un libro infantil con ilustraciones—. ¿Quiénes recuerdan el cuento de Caperucita roja? —Todos a excepción de Denisse alzaron la mano—. ¡Muy bien! Como todos ya la conocen, supongo que no hay necesidad de contarla de nuevo. Al lobo no le importa atacar a los débiles, si es una abuelita enferma en cama o una jovencita impotente, a todos puede pasarle, no hay distinción, pero al final algunos pueden salvarse. El cáncer es un lobo que consume, pero como el lobo del cuento puede ser vencido. ¡Tenemos que ser como el estilista de una fea, no podemos rendirnos!
Fue una reunión bastante angustiosa, cada minuto era insufrible y depresivo, uno de los asistentes cabeceaba del sueño y otros parecía momificados en sus sillas sin siquiera pestañear. Al terminar cada uno se marchó. Denisse se preguntaba como algo así podía ayudarles y peor aún, como es que decidían seguir viniendo.
—Le agradezco por las palabras de hoy —dijo Denisse mientras James cerraba la puerta.
—Gracias a ti, Denisse por venir a compartir con nosotros, esperamos verte la próxima semana y poder saber más de tu historia.
—No... no creo que regrese —respondió ella siguiendo el paso de James por el largo corredor hasta las escaleras.
—Entiendo perfectamente, no es para todos, algunos no se encuentran su lugar en espacios como este; me agradó mucho tener la oportunidad de conocerte y si algún día decides venir te estemos esperando con las puertas abiertas.
—Es muy amable de tu parte, igualmente deseo que el grupo siga firme.
—Mucha suerte con la quimioterapia —expresó para despedirse al llegar a las escalas.
—No pienso hacer el tratamiento.
—Ya veo, es una decisión respetable. Supongo que al notar que todos están luchando contra su enfermedad, sientes que no encajas. En alguna oportunidad me gustaría conocer la historia detrás de esa decisión. Séneca decía que la muerte es un castigo para algunos y un regalo para otros.
—Me hace sentir malagradecida con la vida.
—¿Quién se niega a recibir un regalo? —preguntó antes de marcharse—. Espero volver a verte, Denisse.
Denisse salió del edificio cubriéndose con una chalina, en una silla de la acera la espera Nick con un par de cafés calientes, ella lo recibió con una sonrisa.
—Sabía que no te gustaría —afirmó Nick correspondiendo su gesto.
—¿Cómo sabes que no me gustó? —preguntó mientras absorbía el aroma del café al cerrar los ojos.
—Sé cuando algo te gusta o no. ¿Quieres que tomemos un taxi o prefieres caminar?
—Caminar, quiero pasar un rato contigo camino a casa —dijo entrecruzando sus manos—. Hace años solíamos caminar de noche a distraernos un rato ¿recuerdas?
—Lo recuerdo bien, fueron las primeras noches —ambos cruzaban la carretera a su paso lento—. Parece que así también serán las últimas.
—Hay cosas que quisiera hacer, lugares que visitar, recuerdos que revivir, si estos son mis últimos meses desearía vivirlos con los mejores momentos.
—Bill reparará el auto muy pronto y podremos ir a dónde quieras. Yo quisiera ir a la luna.
—¿A la luna? —pregunto ella al detenerse en el semáforo.
—¿Quién no querría viajar a la luna en Volkswagen?... Nunca creí que la luna fuera de queso, pero ahora a los setenta años, tengo mis dudas.
—Has perdido la cabeza —bromeó Denisse mirando alrededor—. Lamento lo de esta mañana. El coche, las cosas en el sótano, el desayuno. Fue un completo desastre.
—No hay que disculparse, tienes razón, Bill dijo lo mismo; sabes que siempre estoy llevando la contraria.
—Así me conquistaste —sonrió Denisse al parpadear lento—. Entiendo que quieras revivir el pasado conservando cada cosa. Son importantes para ti y para mí también lo son. ¿Crees que pueda vivir a través de tu memoria cuando no esté?
—Serás eterna en mis recuerdos.
La luz plateada de la luna era opacada ocasionalmente por el transitar de las nubes nocturnas; al pasar, aquel brillo volvía a resurgir de nuevo preparado para enfrentar la siguiente nube pasajera, al final ese resplandor que parecía apagarse volvía una y otra vez en una misma noche. La luminaria era puesta en constante desafío distraída de su esencia, aplastada por las sombras, parecía que sus fuerzas inagotables le permitían levantarse siempre; a medida que pasaba la noche su destello se percibía más débil, menos intenso y más cercano a la oscuridad.
Nick terminó el café llegando a su casa, así que tiró el vaso de cartón al bote de basura en el jardín.
—Gracias por el café —dijo Denisse aún con el café a la mitad al momento que Nick abría la puerta.
—Ven, tienes que hablarme de ese maravilloso grupo de apoyo —expresó él con sarcasmo mientras entraban a la casa.
Denisse se quedó mirando parada el tapete de la entrada hacia la pared de la cocina pensando en que Claire iría mañana a visitarlos, odiaría que viera la mancha de pastel. Nick se percató de la manera en la que Denisse observaba su desastre y se sintió mal por ello.
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No me sepulten todavía
RomanceSon pocos los amoríos que cruzan la barrera de la juventud, aquella época de las aventuras, los riesgos y las nuevas experiencias, pero todo tiene un final. La vejez es, por excelencia, la antesala a la muerte y no hay mejor momento para despedirse...