CAPÍTULO TRIGÉSIMO CUARTO | Insurgir

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La tina estaba caliente, su cuerpo desnudo se refugiaba en la acogedora bañera, la temperatura perfecta para sumergirse en el crudo invierno. Era hermosa con cada desperfecto, no era una modelo, tampoco tenía las caderas o los pechos que quiso cuando joven, pero era preciosa al bautizarse de lleno en el agua. A su joven edad entendía la belleza de lo imperfecto, las pecas en sus hombros, su rostro y su piel pálida. Con el tiempo empezó a enamorarse de sus defectos al abrazar su imagen en el cristal con cariño y verse a sí misma tan bella como en verdad era. No se concebía en una divinidad artificial, sino en una beldad real, con todo lo que eso significaba.

Hermosa imperfecta con los más lindos desaciertos, con su cabello desplegado en el agua al ensimismarse en lo profundo.

Sórdida en el baño, sentía su alma desgarrarse, dejando que sus lágrimas se entremezclaran en la ducha. Derruida al sumergirse por completo y no querer salir jamás. Ahogó sus gritos deseando morir y acabar con su consternada noche. Se destrozaba en silencio, absorta de respirar al encontrarse bajo el agua y mirar al techo inmutada, adentrada en los pensamientos más deprimentes y vacíos, que de por sí, ya asfixiaban su vida. ¿Cuánto tiempo más se mantendría aferrada al mundo?

°°°

Se esforzaba en llevar a su padre en la silla de ruedas desde la acera hasta la puerta de la casa que lograron alquilar por algunos meses, toda la mañana estuvieron en la primera sesión del tratamiento para Walter. Estaban agotados y no veían la hora de descansar. Al abrir la puerta y pasar a dentro, Whitney notó lo pequeño que se le hacía al lugar, la sala todavía estaba llena de cajas por desempacar y en general todo parecía ser un desastre. Tuvo que apartar del camino algunos muebles que tenía regados por el pasillo para poder llevar a su padre al cuarto.

El lugar se le hacía realmente incomodo, pero era lo que tenían en el momento, ella no quería que su padre supiera de su incomodidad, de modo que se reservo todo comentario y opinión, lo único que le quedaba era hacer de esa casa un lugar más acogedor para ambos. Parecía que la navidad ese año sería bastante simple y desapercibida, no había decoración, ni árbol, ni luces que ayudaran a cambiar el ambiente que les rodeaba.

Las pocas ventanas no permitían que entrara luz suficiente a la casa, además, varias de las lámparas debían ser reparadas, por lo que las sombras inundaban las habitaciones y pasillos de la casa. Whitney suspiró mientras ayudaba a su padre a recostarse en la cama y se sentó un momento a su lado.

—¿Cómo te sentiste? —preguntó girándose para mirarlo.

—Es difícil... como todos los procesos en la vida... pero vale la pena —hizo el esfuerzo de sonreír y hacerle saber que todo estaba bien.

—Debo terminar de organizar este desastre —se puso de pie al encender la televisión y salir de la habitación para encontrarse con la catástrofe que azotaba la casa. Concluyó pronto que debían deshacerse de muchas cosas que tenían ya que no había lugar para ellas en el pequeño lugar.

°°°

El viejo Volkswagen estaba aparcado en la esquina de una calle poco transitada de la ciudad, cada diez minutos el tren que pasaba por los rieles elevados haciendo temblar el alrededor de las carreteras y las casas aledañas. La gran estación ocultaba la poca luz del sol que atravesaba las nubes del invierno, por lo que todo el derredor se hallaba sumido en una espesa sombra que trataba de consumirlo todo del mismo modo que la nieve que se arrumaba en cada sitio que se lo permitía.

Nick estaba parado junto a una cesta de basura mientras tomaba un café caliente, esperaba encontrarse con un desconocido que podría ayudarle a solucionar un asunto pendiente con Denisse. A pocos metros de distancia se alejaba una mujer empujando un humilde coche en el que ofrecía café por las carreteras de la fría ciudad.

No me sepulten todavíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora