CAPITULO 1

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OCTUBRE 2017

BELTRAN


A principios del mes todavía no me había muerto ni me había matado y el simple hecho de permanecer vivo de una extraña manera me hace feliz. Siento cada vez más seguido la necesidad de pensarme así, como me ocurre en este preciso instante en la soledad de mi improvisado despacho con algo de desorden vinculado con el trabajo antes que con el desinterés. Sobre el piso que da a una de las paredes todavía quedaban algunas cajas sin desembalar y unas pocas cosas que aún no encontraron su lugar en mi nuevo mundo. Luego de apagar la Notebook y ordenar los escritos que habría de presentar en tribunales en los próximos días, fui en busca de la puerta de salida listo para asistir al ritual de cada lunes.

Nómade por destino más que por decisión propia, llegué a San Martín de los Andes un año atrás, época en que la ciudad -más pueblo que ciudad- una vez terminada la temporada de esquí, retornaba a-su ritmo tranquilo habitual hasta el inicio de la temporada de verano. Recién una vez instalado en un lugar diferente y desacostumbrado para mí, pude filtrar las consecuencias de mi pasado inmediato, en la búsqueda de los refugios en los que pretendo desesperadamente protegerme.

No hubo una única razón que determinó mi llegada desde la lejana Buenos Aires. La certeza sobre el final de mi relación con Olivia, la mujer que más me marcó hasta ahora, fue uno de los disparadores de mi viaje hacia las entrañas de la inmensa Patagonia en el sur del país.El recuerdo de uno de los últimos diálogos con ella me asaltó, como si hubiera estado ahí escondido para aparecer cuando quisiese o cuando más me podía lastimar.

Cada día transcurrido nos convencía de que el trabajo intenso que teníamos los dos nos habilitaba el cono de sombra donde disolver los dolores de la pareja. En medio de la desesperanza, no nos era posible hallar nada de esperanza. Yo sabía que ella estaba herida y ella sabía que yo estaba dedicado tiempo completo a aprovechar el incipiente éxito profesional que se me presentaba en el mediano plazo. Los dos enfrentamos como podíamos y por momentos estoicamente, el duelo anticipado que mitigaba el dolor de la separación.

-Me quedé completamente dormido- grité una mañana con indisimulable bronca producto del dolor de cabeza que me partía el cerebro.

-Obvio. Mirá lo que sos -respondió ella recién salida del baño prendiéndose un cigarrillo que sostenía prolijamente entre los dedos índice y mayor de la mano izquierda- Anoche llegaste tarde y con olor a cerveza -siguió Olivia sacándose la toalla de la cabeza, arqueando el pelo hacia atrás. Salvo el mechón más rubio al comienzo de la frente, su pelo mojado caía hacia atrás de manera sensual- Aunque no lo creas, todavía me queda algo de orgullo.

-Me quedé tomando unas cervezas, pero te pido no seguir hablando que me retumba todo- elegí cuidadosamente el tono de las palabras, entreviendo lo que se venía.

-Ése es justamente tu problema. Que nunca tenés nada para decir. Lástima que anoche estabas tan borracho, como antes de anoche, como hace un mes. Tal vez nos habríamos llevado muy bien juntos en la cama si hubieras vuelto unas horas antes -acotó irónicamente Olivia dándole una pitada nerviosa al cigarrillo.

-No voy a seguir hablando y, por favor, al menos tené la amabilidad de abrir la ventana.

-Andate a la mierda, no te quiero ver en todo el día- dijo con una mezcla de furia y bronca, dando un manotazo a la manija de la ventana, con la certeza de quien no se sabe dañada, sino rota.

Sacudí la cabeza pero no respondí. Los minutos siguientes fueron un suplicio para nosotros. Hacía rato que se había acabado el tiempo de la ilusión al que se aferran la mayoría de los amores.

NOVIEMBRE ASTILLADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora