CAPÍTULO 20

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BELTRÁN I      

(Martes 12-4-18)


Estaba trabajando en el tema de mi amiga Lola, con la idea de iniciar una acción judicial a fin de asegurarle que efectivamente estuvieran eliminados y bloqueados de los patrones de búsqueda en Internet  toda referencia que permitiera vincularla con cualquier sitio y URL de contenido pornográfico o erótico o sexual. Después vería si se puede condenar a Yahoo de Argentina y a Google INC a la reparación de los daños y perjuicios por permitir el uso no autorizado de su imagen y el avasallamiento de sus derechos personales y de su privacidad.

El sonido del teléfono de línea me asustó. No me pregunten por qué, pero tuve un mal presentimiento y dudé antes de atender.

-Hola, Arraya.

Lo reconocí de inmediato. No estaba tan equivocado cuando había pensado en rechazar la llamada.

-Sí, quién habla- simulé.

-Esteban Domínguez, de Buenos Aires.

-Domínguez, ¿cómo le va? Perdone que sea directo con usted, pero dígame qué quiere porque estoy con el tiempo justo y no creo estar dispuesto a lo que me vaya a ofrecer de acuerdo a lo que hablamos personalmente la última vez en San Martín de los Andes.

Esa tarde, el tipo había aparecido de sorpresa en el bar en el que yo estaba, mostrando un inusitado interés en la tramitación del juicio de mi cliente Alonso. Inclusive llegó a ofrecerme la copia del voto de uno de los jueces del tribunal superior. Desde entonces, habían pasado dos meses.

-No se adelante, hombre – me respondió.

-¿Me llama por el expediente de mi cliente al que echaron por pegarle una piña a su jefe?

-No, para nada, olvídese de eso.

-Entonces usted dirá para qué me llama.

-Necesito hablar personalmente con usted con suma urgencia.

-Depende. Dígame antes el motivo -exigí ocultando mis nervios.

-Arraya, créame que es un asunto estrictamente de negocios que le va a interesar y que no es conveniente hablarlo por teléfono.

-Domínguez, la última vez que nos vimos terminó haciéndose el enigmático, una vez que dejó de jugar a ver quién la tiene más larga –mi tono era decididamente impaciente.

-Me gusta su sentido del humor -contrarrestó- Lo único que le pido es una hora cara a cara, mañana, en el horario que usted diga. Estoy dispuesto a tomarme el primer avión para allá.

¿Qué podía hacerme? pensé. De última, no perdía nada con verlo y me intrigaba saber qué carta tiene escondida.

-Está bien. Lo espero en mi casa mañana a las diez de la mañana.

-No, en su casa no. Prefiero que nos encontremos en el bar del aeropuerto a esa hora, de manera que pueda volver a Buenos Aires en el primer vuelo de la tarde sin necesidad de trasladarme hasta la ciudad. Créame que vale la pena que nos veamos personalmente. Si no fuera así, no me tomaría tantas molestias.

-Ok. Mañana a las diez lo veo en el bar del aeropuerto -respondí antes de cortar la comunicación.

A las siete de la tarde terminé de trabajar.

No estaba muy seguro de llamar a Paloma. Desde que volvimos de Chile habíamos estado juntos solamente un par de noches y la última vez no había terminado bien por una discusión estúpida que enfrió la relación. Me cuesta imaginar cuál de todas las emociones que ella me genera terminará prevaleciendo en el futuro. Aquella noche, ella se había mostrado más distante que de costumbre y eso ya era mucho decir. Dudaba en llamarla, pero finalmente cambié de idea, por una sencilla y valedera razón.

Me siento solo.

-Beltrán, no lo puedo creer –me dijo en un tono amable no del todo auténtico.

-¿Cómo estás? – le pregunté.

-Cansada, todavía trabajando en una querella penal que me está rompiendo la cabeza... ¿Vos?

- Acá, en casa, haciendo nada;  prefiero eso antes que luchar por los derechos de algunos de los  atorrantes que tenemos como clientes 

-Sí –rió –a veces es mejor no hablar de ciertas cosas.

-¿Eso significa que no tengo chances de verte el jueves, si es que viajo a Bariloche?

Supe la respuesta antes de terminar la pregunta.

-No puedo verte, aunque quisiera. Tengo una comida en la casa de Dolores, que viaja a Miami el viernes a la noche. Mejor lo dejamos para otra semana –Dolores, una de sus mejores amigas, había decidido experimentar una pareja transitoria en el extranjero.

-Una cagada, tengo ganas de hablar con vos.

-Yo también quiero hablar.

-¿Cómo estuviste todo este tiempo? ... la verdad...- tres semanas y media habían pasado desde la última vez que compartimos un fragmento de la noche.

-¿La verdad? ...no te entiendo... ¿Crees que puedo mentirte?

-Con relación a vos, sí. Aprendí a conocerte en el corto tiempo que llevamos inseparablemente juntos a la distancia.

-Qué simpático. De cualquier manera no te preocupes demasiado, estoy acostumbrada a que los hombres sólo me ofrezcan ausencias.

- Paloma, las últimas veces que nos vimos no estabas muy tratable. Te diría más bien todo lo contrario.

-Será porque no te he visto mucho últimamente – me contestó con ironía, seguramente dolida por mi comentario.

-No me jodas.

-Algo habrás hecho. Son momentos de calentura. Hay veces que no se pueden evitar las reacciones, como tampoco después los sentimientos que vuelven a aparecer.

-Paloma, tratándose de vos, por supuesto que podes evitarlas.

-No te creas. En eso, el maestro sos vos y nunca se puede engañar al maestro.

-A lo mejor hay otras razones que elegís callar.

-No tiene nada que ver con vos, adorado ególatra, si es que eso te tranquiliza, más allá de que te extraño y me siento más que bien cuando estoy ahí –ella intentaba bajar el tono de la discusión.

-No me tranquiliza ni deja de hacerlo. Lo cierto es que cada vez que termino de hablar con vos te siento más lejos.

-Y yo, en cambio, siento que necesito que duermas conmigo -cerró Paloma decidida a cortar el clima tenso de la charla- Te dejo porque se me hace tarde y todavía me queda un rato más de trabajo. Prometo llamarte en los próximos días.

Me di cuenta inmediatamente del por qué del matiz apurado del final, no tanto por la falta de tiempo que argumentaba, sino para terminar la charla de la mejor manera. Nada había cambiado demasiado desde la última vez que nos vimos, pese a que la despedida esta vez fue distinta. Peor, tuve la sensación de que la distancia se había potenciado y ni siquiera el último comentario de ella la amortiguaba. Cuando corté, me sentí más solo que antes. ¿Por qué un hombre puede perseguir a una mujer sin estar seguro?

Porque puede.

Seguramente condicionado por la charla con Paloma y como cada tanto me ocurría, no me gustó lo que vi en el espejo cuando me paré desnudo frente a él. Cuánto mejor resulta a veces verse en la propia sombra antes que recibir una apariencia nítida y fiel de uno mismo. En determinados momentos de la vida, es mejor no tener un espejo a mano por temor a reconocer lo que este devuelve. Ahí parado, podía mirarme al espejo para hacer lo que quisiese, pero nunca terminaría de saber de qué color eran mis ojos esa noche.

NOVIEMBRE ASTILLADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora