CAPÍTULO 21

9 1 0
                                    


BELTRÁN  II

(Miércoles 13-4-18)


El viaje hasta el aeropuerto de San Martín de los Andes duró quince minutos. Durante el mismo, repasé mentalmente las conversaciones mantenidas con Domínguez, llegando a la conclusión de que nada bueno saldría de mi relación con ese hombre. Estacioné el auto y me quedé algunos minutos mirando la obra de infraestructura que se estaba realizando y que iba a implicar un cambio completo en la actual terminal aérea. Era evidente que la ciudad crecía y demandaba mejores servicios. Lo único que por el momento permanecía intacto era el bar del segundo piso, en donde me esperaba mi nuevo amigo.

Lo vi sentado en la última mesa del fondo dando la espalda al enorme ventanal de blindex con vista a las laderas de las montañas de color verdoso que se veían a lo lejos, alivianando la tensa espera de los pasajeros. A excepción de un par de mesas ocupadas en la parte de adelante, no había gente en el lugar.

-¿Qué tal el vuelo? -lo saludé estrechandole la mano. Era bueno que no se diera cuenta, al menos tan rápido, de mi ansiedad y de los nervios que tenía.

-Excelente. Sobre todo para personas como yo que nunca consiguen relajarse del todo en los viajes en avión. Y eso que vivo más tiempo afuera que en mi propia casa –respondió.

- ¿Dónde vive? –quise saber aunque me importa un cuerno su vida.

-Cuando logro estar más de dos semanas en un lugar, en Buenos Aires.

-¿Casado?

-Con tres hijos mayores y un nieto. No lo tome a mal Arraya, pero ahorremos los prolegómenos y vayamos directo al punto. Tengo el tiempo justo -apuntó rotundo.

-Me parece bien.

-¿Lleva algún micrófono o cámara oculta?

-¿Está loco? ¿Por qué debería hacerlo? -le contesté entre sorprendido e impaciente.

-Le repito, ¿los lleva?

-No, y tampoco lo hice antes. No es mi estilo.

-Antes lo agarré siempre de sorpresa -replicó con rapidez Domínguez- De cualquier manera no soy tan ingenuo, sé positivamente que está limpio. Tengo mi forma de verificarlo, algo sé de micrófonos ambientales, del uso de equipos remotos de cientos de metros, incluso en el manejo del spyware en internet. Por favor, saquemos la batería a los celulares.

Ambos lo hicimos.

-¿Trabaja en la Secretaría de Inteligencia del Estado? –le pregunté.

-No, en absoluto. Ya que estamos, le comento que el Tribunal Superior rechazó el recurso que usted presentó en el juicio de su cliente Alonso. No me diga que no se lo había anticipado, pero el juez Trobbiani finalmente acompañó a regañadientes el voto de Blanco. No hubo margen para intentar una audiencia de conciliación. Los demás jueces adhirieron por razones de estricta obediencia debida.

-Era previsible que el tribunal rechazara el recurso.

-Por supuesto. Su cliente tiene una pegada formidable. No obstante, le repito lo que le dije la última vez que nos vimos: lo resuelto no le quita méritos a su trabajo. Su escrito fue muy elogiado, así que va a tener que extremar los recaudos para cobrarle a su cliente. Eso sí, no se exceda en el reclamo, por las dudas, vio -esbozó una sonrisa ante su propia ocurrencia- Ahora tenga la amabilidad de sentarse a mi lado y mire lo que le voy a mostrar, por favor.

Le hice caso y me senté a su izquierda dándole la espalda al ventanal. Acto seguido Domínguez pulsó el teclado de la Pavilion dv5  y desplegó en la pantalla una base de datos con fondo azul y letras en negro que daban cuenta de una serie de indicadores y opciones de búsqueda.

NOVIEMBRE ASTILLADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora