CAPÍTULO 51

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BELTRAN (III)

La tarde del 29 de noviembre no trajo ningún cambio sustancial, a no ser por el hecho de que no tener noticias de Lola me ponía mal. No supe nada más de ella desde aquel fin de semana que pasé en su casa de Bariloche y tampoco quería llamarla a raíz de la culpa que todavía sentía por haberme acostado con ella. Si bien antes de viajar a París aclaramos algunos puntos con Tommy, persistía cierta desconfianza y tensión entre los dos, aún cuando insistiera en que ella era un tema cerrado para él. Una sensación contradictoria me cruzaba el ánimo, haciéndome sentir como la gata flora -de la que tanto hablaba mi abuela- en versión millenian: te extraño tanto que no te quiero ver nunca más. Por un lado sentía que de una vez y para siempre iría a encauzar mi vida, luego de tantas idas y vueltas, dejando atrás los retazos de una historia personal con muchos placeres y bastante de tragedia. Por otro lado, también sabía que aquello poco que tenía en el sur era el único mecanismo a mi alcance para entender cómo sedimenta en uno la importancia de algunas personas. 

A Lola la extrañaría mucho, pese al poco tiempo que llevaba conociéndola.Tal vez, demasiado.

Llegué a casa poco después de las nueve de la noche y en breve se hicieron las once y media. Inesperadamente, el celular alteró el silencio interior de la cabaña.

-Beltrán, soy Jaime desde Buenos Aires -la voz sombría de de mi viejo amigo me puso de inmediato en guardia. Compañero de la vida, hacía meses que no tenía contacto con él salvo esporádicamente por algún que otro correo electrónico o wapp.

-Hola, Jaime,tanto tiempo –le dije sin ocultar la sorpresa del llamado.

-Mira, te llamo porque ocurrió algo grave con Olivia y me parece que lo tenías que saber.

-¿Con Olivia? ¿Le pasó algo?

-Está desaparecida desde hace unos días junto con su novio con quien estaba viviendo en  Santa Rosa.

-Deben haberse ido de viaje. Aunque no creas, pasa a veces con las personas que se quieren –contesté desaprensivamente.

-No me jodas, boludo. Parece que el padre del novio recibió una última llamada del hijo en la que le decía que Olivia quiso matarlo con un martillo, víctima de un brote de esquizotipia. El asunto es que tampoco aparece el novio, su celular no puede ser rastreado y los informes de la policía dan cuenta de que ninguno de los dos, hasta hoy, habría salido de los límites de la provincia.

No podía salir de mi estupor. Hasta pensé que se trataba de un chiste de mi amigo.

-No voy a llamarte para joder con algo tan sensible para vos -concluyó terminante.

-¿Cómo te enteraste?

-Porque me llamó hoy desde Salta una prima de la madre de Olivia en completo estado de shock. Me dijo que volvió ayer de un viaje y que le sorprendió que en la última semana no tuviera señales de ella, con quien mantenía contacto dada la situación delicada de salud de tu ex suegra.

-¿Y por qué te llamó a vos? – le pregunté. 

-En realidad quería comunicarse con vos pero como no pudo, me pidió tu nuevo celular, a lo que le respondí que primero te llamaría yo. Parece que el asilo en el que está internada la madre de Olivia fue notificado por la Policía de la Provincia de La Pampa de la desaparición. Ellas no saben dónde vivís, pero me contó que durante las últimas crisis que tuvo Olivia, lo único que pronunciaba era tu nombre. Aparentemente quería verte solamente a vos, pedía insistentemente por vos.

La evocación de Francisca, la madre de Olivia, inundó mi memoria. Calculo que ahora tendría cerca de ochenta años y que muy probablemente aún conservara esa calidez que siempre la había caracterizado como una mujer afectuosa por encima de todo. La mirada comprensiva y el gesto cariñoso habían marcado su semblante por años. Era de aquellas personas que estaban convencidas de que siempre era más difícil equivocarse en la serenidad y por ello conservaban una perpetua mansedumbre. Pese a los problemas de adicción de su futuro ex yerno, o sea yo, y a la previsible separación, nunca se mostró enojada conmigo. Víctima de una demencia senil, transcurría sus días entre la nada y la noche. No tenía otros hijos ni otros familiares cercanos; su marido había muerto hace diez años a raíz de un ACV fulminante.

-Gracias Jaime, realmente no sé cómo habría reaccionado ante una llamada así.

-Ojalá fuera un error, pero no lo es. ¿Qué vas a hacer?

-No sé, me agarras en frío, pero imagino que iré a Santa Rosa para averiguar cuál es la situación de ella.

-Beltrán, con una mano en el corazón y después de todo lo que viviste en estos últimos años, ¿vale la pena que te involucres personalmente en este asunto? Sé que fue alguien importante para vos, pero lo concreto es que ustedes no se ven ni se hablan desde hace muchísimo tiempo -Jaime cuidó las palabras-- ¿para qué meterte? Me parece bien que te intereses por ella y hasta te diría que sigamos en contacto para ver cómo evoluciona el tema, pero no tiene sentido que viajes a Santa Rosa.

-Olivia está sola en la vida, con una madre mental y físicamente ausente, sin parientes cercanos y a miles de kilómetros de su pueblo.

-No dudo de que todo esto te conmueva profundamente y te revuelva un montón de cosas del pasado, pero no se trata de eso, se trata de aquello a lo que te expones.

Pensé en la lógica irreprochable de mi amigo. No era la primera vez que alguien me remarcaba los peligros de mi condición. Todo lo que Jaime decía era cierto, pero existía una razón imposible de entender para quien no fuera yo: la historia de a dos. Y la situación.

Toda enfermedad siempre termina siendo una situación.

-Estás actuando motivado por la culpa. Estoy seguro que Olivia es un capítulo cerrado en tu vida.

-A lo mejor sea una forma de poner punto final a nuestra historia en común. Por algo ella me llamaba nada más que a mí.

-No me parece –adujo Jaime, seco- Vos y yo sabemos de los trastornos que ella padeció y que seguro subsisten. De otra manera no se entiende que quisiera matar a su pareja. Mira, hace como quieras, pero por favor cuidate. ¿Cuándo pensás ir ? –me inquirió dando por sentado que por más tiempo que estuviéramos hablando por teléfono, jamás lograría torcer mi voluntad. Me conocía de sobra.

Y por eso tenía miedo.

-No sé. Corto con vos y consulto los vuelos de mañana a Buenos Aires y las combinaciones a Santa Rosa. Por suerte esta semana no tengo compromisos acá en San Martín que me impidan viajar.

-Te mando un abrazo y manteneme al tanto de lo que pase.

-Otro para vos, te llamo desde allá -corté la comunicación todavía duro por la noticia.

Luego, el silencio.

Los bordes de la locura y los interrogantes que despierta y se suceden. Los insondables pliegos difusos de mi mente desbordada de angustia, inundada de dolor, incapaz de razonar por la punción que domina las acciones y los cuerpos. Las palabras finales que siempre ceden, inútiles, ante la inmediatez clínica de la demencia. El mutismo que se vuelve culpable mientras el recuerdo de aquel rostro dulce y bello revelaba un código de justicia, íntimo y personal, no para con ella, sino para conmigo. La anatomía intimista, confesional y minimalista de la locura.

Por eso, y por otras razones más, sabía dónde y cómo encontrarla.

Prendí la computadora con la esperanza de reservar el primer vuelo a Buenos Aires. Mientras la máquina desplegaba las pantallas de inicio, miré por la ventana y escuché el siseo persistente de la lluvia que había comenzado a caer. Hacia el este de la ciudad, del lado opuesto a la tenebrosa cordillera, los destellos distantes de los relámpagos que partían el cielo deslumbraban en la noche. Me sentí vacilante y desconcertado, sugestionado por el simple hecho de saber que el momento albergaba infinitas variantes. Percibía la inmediata urgencia de respirar aire que no fuera a muerte. Abrí la ventana de par en par sin importarme el agua que entraba y respiré hondo varias veces, advirtiéndome quebrado por los golpes interminables que parecía depararme el destino.

Acto seguido, rompí en llanto como nunca antes lo había hecho, ni siquiera en los peores momentos de mi vida. 

NOVIEMBRE ASTILLADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora