CAPÍTULO 16

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PALOMA


Me contó Beltrán que la audiencia de testigos duró toda una agotadora semana de marzo y que su cliente, la empresa eléctrica, estaba bien posicionada en el juicio. Los tres empleados despedidos basaron su defensa en degradar la posición que ocupaban en la estructura de la compañía, negando las verdaderas funciones que desempeñaban. Lo hicieron, claramente, con el temerario fin de desligarse de todo tipo de responsabilidad.Sin embargo, el dictamen del perito contador pulverizó categóricamente la tesis de los empleados y a su vez las declaraciones de todos los testigos también fueron coincidentes en reconocer que habían cometido las faltas, resistiendo incluso el interrogatorio mordaz del juez Díaz Santillán, que por momentos se mostró marcadamente hostil con ellos.

Parece que un momento de tensión se vivió durante la declaración de uno de los testigos propuestos por los empleados, una ex empleada de apellido Di Carlo. Rubia platinada, con un escote pronunciado y poseedora de un fuerte carácter, la testigo mostró un profundo odio hacia la empresa. Parecía feliz con cada frase que lanzaba a favor de los empleados, como si fuera un guion aprendido de memoria. Según su particular visión de los acontecimientos, los estafadores eran unas pobres víctimas del maltrato de las corporaciones dueñas del sistema capitalista. De cualquier manera no aportó mucho a la causa.

La que sí tuvo mucho para decir fue otra de las testigos citada por la empresa que se explayo en detalle sobre los fogosos encuentros sexuales entre uno de los empleados y Di Carlo, generalmente a última hora de la tarde, en la oficina del primero.

Una semana después, Beltrán y yo estábamos en otra dimensión.

Lentamente él comenzó a tocar mi cuerpo a través de las ropas al tiempo que yo gemía y moría para que me desnudara lo más rápido posible. Me quitó despacio la remera y luego el corpiño, acariciando suavemente durante unos minutos los costados y la base inferior de mis lolas, permitiendo que el estremecimiento que me provocaba el placentero dolor de la urgencia me enloqueciera. Su cara estaba enrojecida, torturada por una espera que sin embargo disfrutaba a cada segundo. Le quité el pantalón de manera atolondrada, torpe y enseguida me estremecí sintiéndolo. Ambos nos necesitábamos.

Y los dos lo sabíamos.

No habíamos pronunciado una palabra desde que llegamos al departamento. Sólo la imperiosa  arremetida del sexo. Cuanto más pensaba en él, más confusa me sentía. Me preguntaba si de verdad me daba cuenta de lo que me pasaba, de esa extraña sensación de percibir que entre los dos íbamos encontrando el equilibrio justo de aproximación y distanciamiento para durar en el tiempo, aun con intervalos más o menos prolongados. ..¿me estaría enamorando? Intuía que sí, pero a la vez no podía eludir el presentimiento de que Beltrán tendía una trampa a mis afectos.

Llegamos a la localidad costera de Algarrobo, al sur de la capital chilena, con la idea de encontrar un lugar y un tiempo para repensarnos y sobretodo, descansar. Luego de recorrer por la tarde el centro del balneario, al atardecer decidimos caminar por la extensa playa junto a las olas parejas y prolijamente bordeadas del océano Pacífico. La temperatura era accesible a la permanencia, no soplaba mucho el viento y el sol, de un rojo carmesí furioso, otorgaba un marco de espectacularidad atemporal en el horizonte.

-¿Qué fue de tu cliente, el confesor torturado? -me preguntó en relación al hijo del político acusado de violar y abusar de una chica en una fiesta privada en Bariloche.

-¿De abogada a abogado?

-Por supuesto

-La Cámara de Apelaciones no tuvo en cuenta, ni siquiera como presunción de culpabilidad, la confesión arrancada por la policía mediante torturas y por lo tanto revocó el procesamiento y lo dejó libre – dije sin énfasis

NOVIEMBRE ASTILLADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora