CAPITULO 6

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( AÑOS ATRÁS)


Un año.

Ese fue el tiempo que compartieron mientras estudiaban Derecho en la Universidad de Buenos Aires, tiempo durante el cual, durante muchos meses, poco y nada sabían uno del otro. Olivia era una lindísima chica nacida en un pintoresco pueblo del sur de la provincia de Salta, casi en el límite con Tucumán. Tenía un pelo largo rubio y unos ojos color miel que hablaban sin hablar y a la vez despedían algo de melancolía. Dueña de un cuerpo que no se destacaba por la perfección de sus formas ni de sus curvas, poseía una aristocrática belleza y un encanto particular.

Todo empezó una mañana de primavera en el bar de la planta baja de la facultad, después de que los dos huyeran de una clase aburridísima de sociología. No era justamente el lugar preferido de Beltrán, pero sí el lugar usual e inevitable para el encuentro con los compañeros de curso. El viejo bar, oscuro y sin ventilación, estaba casi vacío a esa hora de la media mañana. Olivia lo había esperado al comenzar la clase para invitarlo a tomar un café en agradecimiento por los apuntes que él le envió para el parcial de la semana anterior, aunque Beltrán sospechaba que su verdadera intención pasaba por otro lado.

A salvo de las miradas indiscretas, estaban sentados en una mesa del fondo. Ella vestía una remera escotada y un jean ajustado que era el punto de referencia de muchos alumnos y de algunos profesores babosos.

Beltrán aprovechó una pausa en el diálogo para cambiar completamente el tema de la conversación.

-Siempre fui de la idea de que Diego es un buen tipo, pero lo veo demasiado tranquilo -dijo en voz baja, casi con temor. Se refería al compañero de clase que salía con ella y de quien Olivia se había quejado al principio de la charla porque no le daba mucha importancia a cuestiones centrales para ella. Herida en su amor propio, se mordió el labio inferior por un momento y le contestó con su inconfundible tonada provinciana.

-Bueno, a lo mejor sea un poco así, manso, pero es un muy buen tipo, además de ser un caño.

-No me parece... sobre su aspecto físico, digo. No es mi tipo -contestó él demasiado rápido.

-¿Y cuál es tu tipo, si se puede saber? —preguntó Olivia divertida.

-Vos.

-No te creo  -sus ojos brillaron ligeramente incómoda y halagada por el comentario. El eco de lo dicho por Beltrán permaneció en su cabeza por varios segundos.

-No te boludeo...al fin y al cabo las palabras son lo único que no mienten, es lo que al final nos queda y permanece en el tiempo-agregó él con aires de intelectual medio barato.

-A lo mejor esa sea la razón por la cual la verdadera distancia entre un hombre y una mujer sea la conversación -le dijo Olivia recordando una frase que alguna vez había leído.

-Y eso cómo aplica en nuestro caso.

-¿Que cómo aplica? Contándome algo de tu vida, por ejemplo -Beltrán le interesaba, siempre le había gustado. Empezaba a excitarse en todo sentido.

-Mis padres murieron con pocos meses de diferencia uno del otro, cuando yo tenía trece años y por eso fui criado por una tía que actualmente está internada en un geriátrico con Alzheimer. La hermana de mi vieja, viuda de joven, hizo las veces de padre y madre. Fui a dos colegios privados de bajo perfil y poco caros, jugué mucho al fútbol y sobre todo al rugby y, lo más importante, pasaba mucho tiempo al pedo con mis amigos hasta que conseguí un laburo de cadete en una agencia de turismo. Después empecé a estudiar.

-Un tipo políticamente correcto – lo interrumpió ella.

-Sí, a excepción de algunas borracheras y de algunas yerbas.

-Debe haber algo más -acotó Olivia.

-¿Por qué lo decís? —respondió él extrañado.

-Porque se nota en tu mirada, como si guardaras algo de lo que nunca hablas con nadie o de lo que no quieres acordarte.

La miró a los ojos. La gran atracción física que siempre había sentido por ella se agigantaba ahora en el bar por el interés que le demostraba. Permaneció callado hasta que Olivia volvió a la carga.

-Si por un segundo estás pensando que te voy a devolver cualquier favor sexual o te voy a hacer una gauchada porque me abrís tu corazón, entonces sos un pendejo y no te doy más bola. Somos vos y yo y me interesa tu historia como para empezar a conocerte y punto.

Beltrán pensó en nada, bajó la vista y comenzó a hablar como jamás lo había hecho con alguien a quien conocía poco y nada.


La primera vez fue en el sillón del living del departamento que ella alquilaba, una tarde que estudiaban a solas. Mientras leían los textos, al mes del encuentro en el bar de la facultad, ninguno de los dos dejaba de imaginar lo que vendría después. Los ojos nerviosos de Beltrán se fijaban cada vez más en los de Olivia, mientras la luz de la lámpara traslucía las tetas redondas insinuadas bajo la camisa, excitándolo.

De repente, bruscamente, se inclinó sobre ella y la besó. La proximidad de los cuerpos lo había enloquecido todavía más, al tiempo que ella lo sorprendió con su reacción bien ardiente. Ahora Olivia se movía con él a un ritmo constante, como poseída por la magia de un encuentro que deseaba desde hacía mucho.

Generalmente Beltrán salía con más de una chica al mismo tiempo, sin que le importara mucho y sin comprometerse con ninguna. Por su parte Olivia había roto con su novio y se sentía liviana y en especial, liberada. Había pasado un año lleno de peleas y discusiones, un año de asfixia poco trascendente.

Más tarde, en la cama, ella se volvió y apoyó su pequeña boca sobre su hombro, apretujando el cuerpo contra el de él. Su presencia, firme y desnuda, se parecía a la de un ángel. No era una mujer de verdad, pensó Beltrán, poseído por una sensación de deslumbramiento como nunca antes había sentido.

-Tengo que irme -le susurró. La noche se había internado en esa especie de zona en la que las dos de la mañana se vuelven de repente las tres o las cuatro. Estaban solos en el departamento que Olivia compartía con una amiga, pero igualmente ella habló como si alguien pudiera escucharlos, como si todo aquello que pasaba esa noche era un secreto que nadie debía saber.

- Quédate un rato más, Luciana no vuelve hasta mañana.

-Ya lo sé, pero no puedo. Es tarde y mañana tenemos que seguir estudiando desde temprano. Eso sí, por separado.

-Una de las enormes ventajas que tiene el sexo es que te permite olvidar de toda la mierda anterior a los exámenes finales.

-Explicaselo al titular de la cátedra pasado mañana. Decile...mire profesor, la verdad es que no me preparé lo suficientemente bien para el examen porque tuve problemas personales. Además, me la pasé cogiendo a lo loco todas las tardes con mi compañero de estudio. Tal vez, por esto último, hasta te ponga un cuatro -acotó él.

Olivia lo pellizcó fuertemente en el brazo.

-Bobo.

Era la típica mujer provinciana, ingenua y segura de sí misma, como la mayoría de aquellos que dejaban la comodidad de la familia y se marchaban a vivir solos a una ciudad áspera como Buenos Aires. Beltrán estaba sorprendido ante la fogosidad de Olivia que le hacía perder el control, hundiéndose en el más absoluto imperio de las sensaciones. A las cinco de la mañana abrió los ojos sobresaltado, dándose cuenta que se había despertado por el silencio reinante. Dejó vagar la mente por un rato, escuchando los primeros ruidos de la ciudad que amanecía. El sonido de una sirena pasó rápidamente por el frente del edificio, tras lo cual se levantó con decisión, se vistió y se fue sin despertarla.

Todo lo vivido esa noche se reducía a esa etapa de la juventud en que nada se vuelve imposible, mucho antes de que con el paso del tiempo, ambos llegaran a comprender de la manera más dura, que en la vida sólo se hace lo que se puede.

NOVIEMBRE ASTILLADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora