CAPÍTULO 8

45 4 1
                                    


NOVIEMBRE  - DICIEMBRE 2017

TOMMY


-Alguna vez escuché el lado oscuro del corazón, también el lado ausente, hasta leí el Corazón Delator del maestro Edgar Allan Poe, pero jamás escuché hablar de un corazón invertido.

Lola y yo estábamos tomando una copa de Malbec en el estudio luego del programa de radio. Yo me había quedado bastante impresionado con el comentario que ella hiciera sobre su problema cardíaco de nacimiento y más impresionado todavía con lo fuerte que estaba. Como se habían ido todos, pensé en tragarme la llave.

-Siempre se aprende algo nuevo, viste - dijo recogiéndose el pelo con aire sexy– Es una enfermedad no demasiado conocida, se da un caso en diez mil. Uno es el mío.

-¿Te operaron?

-Tres veces. Dos al día siguiente de haber nacido y la tercera hace unos años cuando me pusieron un marcapasos. Por suerte zafé, pero nunca se sabe –bajó la vista mientras jugueteaba nerviosa con un hilo del sweater- Hay días en los que siento que tengo cuarenta pulsaciones por minuto y flasheo con que palmo en cualquier momento por una arritmia.

-El corazón al revés...me estás dando una buena idea para escribir un cuento –le dije para bajar el clima.

-¿Y cómo sería esa historia? – me miró divertida.

-Sería algo...

Me callé para pensar unos segundos.

-Por ejemplo, el nacimiento de un bebe con otra variante, la de un corazón clandestino, que está pero no se lo pueden detectar -continuó ella.

-No estaría mal...yo lo relacionaría con una especie de premonición... por ejemplo, un corazón que no acepta de ningún modo que lo dejen, pero no insiste en seguir presionando porque sabe que si lo hace, se muere, como el síndrome de la morfina.

-Estás re loco.

-¿Qué hace un enfermo terminal cuando no soporta más el dolor?

-Pide que le den drogas, morfina.

-Bien. Pero sabe en el fondo que cuanta más pida, más se desconecta del mundo y más rápido se muere. Por eso prefiere bancarse el dolor hasta que el cuerpo le pida a gritos basta.

-¿Y eso que tiene que ver con el corazón al revés?

-Que el quía asume las consecuencias del problema que tiene de fábrica y sabe que va a sufrir toda la vida su lado derecho del cuerpo sin pretender cambiarlo.

-¿Eh?

-Claro, cualquier problema físico que tenga en el futuro va a ser en ese costado...por ejemplo, si tiene artrosis o se desgarra algún músculo o se saca el hombro, siempre será sobre la parte derecha del cuerpo...nunca el izquierdo...el hemisferio derecho del cerebro le causará un ACV y así con todo...

-Y si se sube a un auto se sentará en el asiento derecho.

-Si no maneja, obvio.

-¿Y si tiene un problema en el pito?

-Se la bancara el huevo correspondiente.

Lola rió con ganas. La charla era delirante y sin sentido, pero muchas veces son las mejores ya que no se encuentran atadas a ninguna idea y sorprenden. Después de unos segundos de silencio se puso seria y bajo la vista. Se respaldó sobre el asiento y me preguntó con suavidad.

-¿Cuántos cuentos llevas escritos?

-Diez terminados y listos para publicar, algunos por ver la luz y unos cuantos apagados.

Ella había quedado encantada con el cuento que yo leí al aire al final del programa de radio. Cuando se fue el operador y nos quedamos los dos solos, le conté el final.

Más que encantada, estaba petrificada.

Reaccioné con un leve encogimiento de hombros

-Soy una especie de pintor del desamparo y la soledad de las personas –arremetí hablándole cerca del oído.

-Sos un chamuyero – me dijo sacándome el brazo con cuidado y tomando distancia con tacto. La voz de Lola había perdido todo rastro de suavidad.

-No siempre. Si lees más sobre lo que escribo, vas a encontrarte con relatos provocadores y crudos, con personajes profundos, llenos de sensibilidad que parecen opuestos pero que en definitiva resultan idénticos.

-O sea, según vos, lo más opuesto a un ser humano sería el propio ser humano –me explicó en un tono que no se si era serio o en joda.

-Si. Soy un convencido que todos tenemos un clon en alguna parte del universo, pero encontrarlo es muy difícil, porque siempre hace el movimiento contrario.

Largó una carcajada. Me la quería comer ya mismo. Si supiera que en el fondo todo lo que hago, lo hago para levantarme minas...


Al día siguiente el timbre de mi casa me sorprendió mirando un partido de la NBA por televisión. No esperaba a nadie a esa hora de la tarde y a quien esperaba, seguramente no era.

La noche anterior con Lola había sido un empate con sabor a derrota.

Mi historia es una historia llena de ausencias, pero no soy de aquellos que para recuperar su pasado, terminan odiándolo. Crecí solo y no me quejo. Más de una vez me pregunté qué era eso de ser hijo y a la vez imaginaba qué significaba ser padre, siendo que fui educado en la cultura judeocristiana, sustentada en la idea de la culpa, el sacrificio y la muerte.

Que loco, no?

La resurrección de Cristo significó, al fin y al cabo, la formación de hijos para enviarlos al destino final de la eternidad, pero muchos nos queremos quedar abajo y nos rebelamos contra el Padre, y por carácter transitivo, contra nuestros padres biológicos. En casa fue más sencillo. Cuando aún vivía mi madre, papá amanecía a menudo con una disyuntiva que lo ponía de la cabeza: o bien se divorciaba y planeaba rehacer su vida, incluso con la posibilidad de formar una nueva familia, o, destruía la propia.

Hizo las dos cosas.

Nada me fue fácil en la vida, ni antes ni ahora, pero jamás se me ocurrió inventar excusas para justificar las boludeces que hice cuando era más pendejo, ni mi inseguridad para estudiar una carrera, como quería mi padre. Empecé arquitectura y dejé al año. Empecé administración de empresas y no me gustó. Cursé dos meses publicidad y me fui al carajo...mejor dicho, empecé a hacer lo que realmente me gusta y a hacerme cargo de las consecuencias de mis decisiones: ser un seco y no saber qué pasará conmigo en el futuro.

Pero es lo que siento y a la mierda con todo.

Bajé lentamente las escaleras sujetándome de la baranda ya que rengueaba por una patada que me dieron jugando al fútbol la semana pasada. Cuando llegué a la planta baja, abrí la puerta de calle y lo vi. Tendría no más de veinte o veintiún años, era desgarbado y flaco, de pelo rubio enrulado y ojos de un azul agudo. La barba, difícil, a medio crecer desparramada en la cara llena de pecas junto a la mochila y a la vestimenta sucia y desprolija, le daban un aire despojado de toda formalidad. Tenía algunos extraños tatuajes en el brazo tal vez como un brutal intento de explicar que los cuerpos, además de carne, son inscripciones.

Parecía calmo, hasta algo sombrío y sin duda nervioso...como puede estarlo un chico de esa edad que viaja miles de kilómetros para conocer a su hermanastro. 

NOVIEMBRE ASTILLADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora