CAPITULO 42

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BELTRÁN


Desperté con las primeras luces del amanecer y me vestí tratando de hacer el menor ruido posible para no despertarla. La idea era ir bien temprano a tribunales a consultar el expediente de la empresa eléctrica, para luego retornar de inmediato a San Martín de los Andes. Esperaba llegar en horario bancario para depositar el cheque por los honorarios cobrados a la compañía aseguradora del trabajo. Luego aprovecharía el resto de la tarde para trabajar en mi cabaña. Le estaba dejando a Paloma una nota promisoria sobre la mesa de luz cuando ella me habló.

-Es temprano -dijo con voz somnolienta arremolinada entre las sábanas blancas.

-Pero inevitable... Como te dije ayer, quiero volver a la cabaña lo antes posible... no hables y seguí durmiendo, es muy temprano.

- Vení acá -respondió al tiempo que descubría de manera sugerente la desnudez de su pierna derecha- Ya te extraño.

-Si vuelvo a la cama no me voy más... ¿Extrañando?... No te lo aconsejo -sonreí con aire canchero.

-Sí, te extraño tanto como me rompe tener que bajar a abrirte la puerta de calle... a ver... espera... -hizo un lento giro hacia la mesa de luz que estaba a su izquierda y revolvió el cajón- Mejor agarra el otro juego de llaves que están colgadas en la pared de la cocina y me las das cuando nos veamos de nuevo -dijo mientras se acomodaba la sábana desperezándose de manera ampulosa, dispuesta a continuar durmiendo.

-Toda una verdadera declaración de amor la tuya -le dije luego de darle un beso en la frente y salir de la habitación en busca de las llaves.

Una vez que estuve en la calle fui a desayunar a un bar, antes de ir a los tribunales. Eran las siete y media y, vista la mañana que me esperaba hasta llegar a casa, nada mejor que un buen café con leche con un par de medialunas de manteca. Más tarde llamaría al celular de Vanoli de quien seguía sin tener novedad alguna. Por otro lado, el presidente de la compañía Pedro Lambert estaba de viaje y por los dichos de su asistente, no estaría de regreso hasta la semana entrante.

El edificio de los tribunales ocupaba una superficie de más de una hectárea en el sur de la ciudad, albergando a todos los juzgados y las dependencias del departamento judicial de la región. Mientras cruzaba la avenida en diagonal hacia la puerta principal de entrada, lo vi caminando por la vereda opuesta en la misma dirección. Sorprendido, des aceleré la marcha para que el otro no me viera y, sin una razón válida que lo justifique, a no ser por simple curiosidad y algo de intuición, lo seguí discretamente a una distancia prudencial. No recordaba su apellido, si bien estaba seguro de que se trataba de un abogado de Buenos Aires que alguna vez trabajó conmigo. Tranquilamente podía suceder que el abogado estuviera acá representando circunstancialmente a la parte trabajadora en algún juicio puntual o a la inversa. También podía ocurrir que estuviera radicado en Bariloche, si bien esta última hipótesis parecía más improbable dado que yo nunca lo había visto con anterioridad en la ciudad.

Una vez que el abogado entró al edificio, me escondí entre la gente que ingresaba y salía presurosa, siguiéndolo a unos veinte metros para que no me reconociera. Vi que el abogado subía por las escaleras hacia el segundo piso, donde funciona el Tribunal del Trabajo Número I. Cuando llegué al piso, esperé un rato en el pasillo y enfilé hacia la mesa de atención al público.  Me atendió con discreta cortesía una empleada a quien no conocía.

-Buen día, doctor, dígame qué expediente quiere ver -me dijo la joven.

-Buen día... ¿Su nombre es...? -pregunté.

-Ángeles.

-Buen día, Ángeles. En realidad no le voy a pedir un expediente. Arreglé para encontrarme acá con un colega y se me hizo un poco tarde. No lo veo y encima perdí su contacto. Es un abogado de estatura media, prácticamente pelado, de unos cuarenta años más o menos... ¿Por casualidad lo vio?

NOVIEMBRE ASTILLADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora