CAPÍTULO 32

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La angustia mata.

La angustia castiga físicamente, altera los latidos del corazón, hace que el cerebro se vaya quedando sin oxígeno y que todo en derredor se vea en planos yuxtapuestos; desequilibra y despedaza los callos construidos por años, aniquila emocionalmente; se traduce en infinidad de aristas que descubren nuevos ángulos de sosiego, transformándose en un imán de pesar y dolor que consume y empuja al vacío. Siempre hay un motivo para todas las acciones, pero ocurre que muchas veces no se cuenta con la penetración psicológica ni con la previsión necesaria para comprender las motivaciones de lo que se hace. Sólo se actúa. Como lo hiciera él aquella noche, preso del desencanto que propone el despertar de la locura.

Somos eso, un rapto de locura, un azar, una vida que puede cambiar su recorrido en cuestión de segundos.

Existía algo fulminante y sanguíneo que lo atormentaba. Una auto imputación tan despiadada como lacerante. Tal era el temor que el recuerdo le producía, que se transformaba en exterminio emocional actual que posiblemente mutara a una suerte de nostalgia crónica. 

No era piadoso que se dijera a sí mismo que Olivia perdió un hijo por su culpa.

Los días sin el otro, a veces largos, a veces varios, determinan que en la soledad no existe nada que perder y ante cada intervalo de misericordia, se puede discernir un respiro en el dolor. El desabrido espacio existente que lo abrumaba le había generado varios cuestionamientos y si bien cada historia era un mundo, la de Beltrán no se parecía a ninguna, exhibiendo los avatares de los días, una progresión dramáticamente persistente. Las emociones se iban intensificando hasta terminar en golpes diversos en modo metáfora y frases pensadas con inoportuno relieve en ese mundo interior cínico que lo mortificaba.

Un alma imperfecta, insegura, con fallas muy humanas.

La mirada impiadosa y asfixiante de aquello que yacía desplegado sobre el escritorio de su cabaña en San Martín de los Andes lo abrumaba. Eran un total de cinco fotografías de diez por doce centímetros que daban cuenta del estado de completa ebriedad en que se encontraba sumido aquella noche nefasta del año anterior. Una de las fotos lo mostraba sentado en la barra del único bar abierto de la ciudad a las cuatro de la mañana, el bar del casino, bebiendo un vaso de cerveza; otra, arrumbado sobre la misma barra al lado de una botella vacía, con la mitad del cuerpo fuera del taburete; otra fotografía lo retrataba abrazado a un árbol de la calle para no caerse; la última, la más impresionante, la que graficaba lo patético de la situación, lo encontraba tirado boca abajo sobre el capó de su automóvil con los brazos estirados. Todos retratos estremecedores que no merecían explicaciones de ninguna índole ya que hablaban por sí mismos, tal era el grado de elocuencia que representaban.

Imaginó el destino de esas fotos en manos de los miembros del tribunal, de cara a la advertencia que le hiciera la presidenta en la audiencia de conciliación y se asustó. No sólo por las consecuencias que traería aparejada para su cliente en el futuro la eventual declaración de nulidad del juicio en razón del alcoholismo de su abogado, algo que los jueces a esta altura del pleito no le perdonarían, sino también por lo que significaba para él en lo personal y en lo profesional. No existiría una segunda oportunidad y el Colegio Público Nacional de Abogados le retiraría la matrícula para ejercer por largo tiempo en todo el país.

Próximo a cumplir treinta años, vedado el trabajo profesional con los antecedentes que arrastraba, desterrado en una ciudad que en realidad era más que nada un pueblo al que recién ahora comenzaba a entender, ¿de qué iba a trabajar en el futuro?; seguramente estaría confinado a vivir de algún contrato de mala muerte con el Estado provincial o con el municipio que una mano amiga, que no tenía, pudiera conseguirle. Sin grandes ahorros, con una vida fluctuante hacia atrás y hacia adelante, sin contactos políticos, se preguntó qué sería de su vida y no quiso saber la respuesta. Lo único de lo que estaba absolutamente seguro era de que no volvería nunca más a vivir en Buenos Aires. No quería saber nada con esa ciudad.

Aún en la duda de seguir viviendo.

NOVIEMBRE ASTILLADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora