CAPÍTULO 47

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SANTA ROSA LA PAMPA, Enero 2019

El crimen fue uno de los más espeluznantes que se recuerden en la historia de la ciudad. La escena era elocuente y hablaba por sí misma. Las persianas de la habitación estaban bajas por completo, las cortinas cerradas, la cama de una plaza y media era un remolino de sábanas sucias manchadas con sangre. Había diminutas astillas de huesos rotos y pedazos de vidrios  desparramados por toda la alfombra mientras la lámpara de la mesa de luz colgaba del cable a centímetros del piso. La aterradora mezcla de imágenes grotescas y aberrantes indicaba que el cuerpo desnudo fue hallado al día siguiente, tirado en el piso con las piernas retorcidas y la cara bastante deformada por los golpes.

Volvió al cabo de dos horas. 

Con sumo cuidado rodeó el cuerpo, recogió todos los elementos que habilitaban la sospecha de la policía y limpió lo mejor que pudo el lugar. No tenía mucho tiempo, debía pensar con claridad y actuar con determinación. Se cambió de ropa rápidamente dándose cuenta que su cara y su pierna derecha tenían signos visibles de golpes y rasguños. Con extraña dignidad respiró profundo dos veces, pasó junto a él y se fue del departamento, convencida que no le daría el gusto de la victoria. 

La rabia, fibrosa y penetrante, aún flotaba en el  interior.


-Saúl, lo que hizo el juez es una locura, lo voy a denunciar por mal ejercicio del cargo -amenazaba el Fiscal Pesce preso de su enojo.

-Horacio, sabes perfectamente bien que Rubén es un juez honesto y justo. Una vez que te tranquilices vas a ver que lo que resolvió es correcto.

-Correcto las pelotas...¿qué mierda tengo que hacer para convencerlo que esta mujer actuó premeditadamente, con plena conciencia de lo que hacía? Nos vamos al carajo como sociedad con estas teorías progresistas sobre la criminalidad y la locura, que lo único que logran es hacer zafar de la cárcel a gente peligrosa que merece ser castigada y encerrada por mucho tiempo.

Saúl Sackman, el defensor oficial y Horacio Pesce, el fiscal de la causa, discutían acerca de la sentencia dictada por el juez Sella, quien decidió sobreseer a la imputada de intento de asesinato y de lesiones gravísimas, en razón de la dificultad que ella tuvo para comprender la criminalidad del acto. En base a dos nuevas pericias médicas que determinaron la afectación de la inteligencia y de la voluntad de la acusada, el magistrado entendió que la mujer no supo lo que hacía y que debía ser internada en un instituto psiquiátrico ya que no era culpable de ningún delito. 

Por eso, el fiscal ardía de bronca y se descargaba con el abogado defensor. Ambos funcionarios judiciales trabajaban desde hace mucho tiempo y se conocían de memoria, si bien jamás lograron articular una relación del todo pacífica, más allá del respeto habitual en el trato. Cada vez que se encontraban, personalmente o por teléfono, mantenían una cordialidad tensa producto de dos visiones totalmente antagónicas sobre el Derecho Penal y sobre la vida misma. Moldeados básicamente por la misma educación, tenían ideologías claramente contrapuestas.

-Mañana mismo voy a apelar el fallo y pedir el dictado de uno nuevo. Saúl, tu defendida volvió a la escena del crimen y trató de limpiar las huellas . Además...

-Horacio, estas siendo más papista que el papa –lo cortó el defensor- Yo también podría argumentar que por más peligrosa que parezca una persona, no hay delito si no comprendió lo que hizo...

-Te pido que no me interrumpas. Reconozco que todavía no hay pruebas directas que la involucren en el intento de homicidio y en las lesiones a la víctima -que entre paréntesis, no se si vive de casualidad o por obra y magia del espíritu santo- pero los indicios categóricos que existen presuponen que ella lo hizo y que lo hizo sabiendo perfectamente bien lo que hacía.

-Pesce...

-Todos los testigos que viven en el edificio hablaron sobre la personalidad agresiva de tu defendida, asegurando que estaban convencidos que ella fue quien lo atacó. Era un secreto a voces que lo amenazaba permanentemente.

-Con eso no alcanza para condenarla aunque estuviera más lúcida que vos y yo. Además, tener una personalidad agresiva no implica que vaya a cometer un crimen.

-Pero carajo, déjame hablar por favor...ella solía insultar y agredir a la víctima,  a menudo se escuchaban fuertes golpes en las paredes así como ruidos de platos rotos y de objetos que golpeaban contra las puertas, según dijeron también los vecinos.

Sackman esta vez no dijo nada y el fiscal continuó con su indignada verborragia.

-Además, casualmente ella desapareció de todos los lugares que solía frecuentar...¿por qué habría de hacerlo? ¿por qué decidió esconderse del resto del mundo?

-Ella tenía una llamada perdida en su celular hecha horas antes del hecho -argumentó el defensor.

-¿ Y con eso qué? Esa llamada nunca pudo pudo ser identificada.Ojalá supiéramos quien la hizo para que declare.

El defensor guardó silencio mientras pensaba del otro lado de la línea. Los argumentos del fiscal permitirían elaborar una historia de vida sobre la acusada que la condenará para siempre, que la llevará a la cárcel de por vida, en tanto proyecta potenciales conductas hacia el futuro que la sociedad debe prevenir y sobretodo evitar. En otras palabras, ella resulta una persona inmoral y obscena para la "voz del pueblo", no importa la enfermedad psiquiátrica que padezca o si comprendía o no lo que hacía. 

Y la voz del pueblo es la voz de DIOS. Ya lo dijo hace muchísimos años Shakespeare en Hamlet,"... aunque el crimen no tenga lengua, puede hablar por los medios más prodigiosos".

NOVIEMBRE ASTILLADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora