CAPÍTULO 55

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A principios de Febrero de 2019 el presidente de la empresa Electricidad del Sur Argentino, Pedro Lambert, fue despedido por sus familiares y por sus amigos en un cementerio privado de la localidad de Pilar, al norte del conurbano bonaerense. También lo hicieron varios de los empleados, muchos jóvenes que veían en él a un directivo bastante más cercano de lo que marcaba el calendario. Sus últimos días no habían sido ni fáciles ni dóciles. Conoció en vida la suma del poder y la multiplicación de todos los males. Conoció, próximo a la muerte, las entrañas de la competencia cruel y despiadada por la bendición de respirar.

Conoció la esencia del pánico.

Hecho prácticamente un esqueleto, de a ratos lúcido y por momentos fuera de toda distancia y tiempo, al final del recorrido era sólo piel y huesos. Una noche les pidió semi conscientemente a los médicos que interrumpieran la obstinación irrazonable de continuar con el tratamiento. El cáncer de páncreas que apareció sin aviso previo en el mes de diciembre del año anterior, le quemaba la carne y lo quemaba por dentro, como una brasa que genera olores moribundos, contaminando el ambiente, extendiéndose a los seres más cercanos. Se había ido consumiendo de a poco y su contextura física, antes flexible y sólida, se había tornado frágil y temblorosa, su rostro cincelado, sus facciones hundidas y deterioradas, su ánimo devastado. "Me ha olvidado la felicidad", le confesó a su mujer con los ojos secos. Al día siguiente, murió como consecuencia de un paro cardíaco, inconsciente por la morfina y sin saber a ciencia cierta dónde se hallaba.

Como si fuera una paradoja del destino, la misma tarde de lluvia en que enterraron al ejecutivo de la comercializadora eléctrica, el defensor de pobres y ausentes, Saúl Sackman, se hallaba en el cementerio de la ciudad de Santa Rosa. Era una rutina casi diaria que, a media tarde, se entierran cuerpos que carecían de identidad, que transcurrieron en el incógnito más cruel y absoluto. Gente sin rumbo, indigentes e insanos, por lo general muertos sin violencia. Todos ellos seres anónimos expuestos al desgano burocrático de la obediencia debida médica que legitimaba el abandono sin más trámite que un papel y un sello de goma.

Observó detenidamente la tumba destinada a honrar humildemente a la persona sepultada en ella signada por una soledad inapelable. Desde chico, los padres del defensor le habían enseñado a mantenerse distante de los placeres de la vida, ajeno a las tentaciones del mundo y él cumplió con creces. Estudió a destajo y se recibió de abogado con esfuerzo y tesón. Ellos confiaron ciegamente en la madurez intelectual de su hijo y esa confianza precoz se tradujo en una actitud que, en su caso, decantó en un excelente profesional tremendamente comprometido con su trabajo. Un refugio, el suyo, contra todos los males de este mundo.

Hasta hoy.

Cansado y sin fuerzas, decidió que sólo libraría en el futuro aquellas batallas que tuvieran sentido. No estaba dispuesto a persistir en su intento de operar como una instancia en la que el sistema judicial pudiera contener a quienes padecen descalabros psíquicos. Ya no creía más en ayudar a comprender las escenas en que las posibilidades de esta pobre gente se fracturaban definitivamente. No siempre existen responsables para todo lo que ocurre en la vida.

Nadie, absolutamente nadie, debería ser responsable por lo posible.

Evocó con pena el último diálogo que tuviera con su defendida, al tiempo que despejaba el moho que empezaba a cubrir la parte superior de la lápida; una especie de ceremonia secreta, un pacto de reconocimiento entre ellos del instinto maternal de las mujeres como una construcción social que se vuelve evidente. No obstante, nada de ello le importó a la perito ni al juez, únicos capaces de modificar el concepto. En el proceso penal al que la acusada fue sometida se tergiversó la manera en que se presentaron los hechos y no se analizaron a conciencia las circunstancias que la condujeron a una injusta privación de la libertad en lugar de la internación en un hospital psiquiátrico. Las estructuras de poder y de opresión operaron en todo su esplendor, los imperativos sociales se respetaron y los roles de cada uno fueron debidamente resguardados por la ley.

NOVIEMBRE ASTILLADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora