CAPÍTULO 11

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TOMMY


La historia es así.

Mi viejo, nacido en Irlanda, después de que mi madre murió, se liberó del todo. Desde entonces entre nosotros hubo sombras y luces, encuentros y desencuentros varios, con los cuales aprendí que los cambios verdaderamente se producen una vez que se aceptan las decepciones. Reconocido y exitoso artista plástico, la distancia con su país de origen, así como el tiempo transcurrido viviendo en la Argentina, delineó a mi padre como un ser humano sensible y caótico, sin lazos familiares con sus raíces, pero fundamentalmente libre.

Desde su remota infancia en Belfast, mi viejo vivió la violencia vertical y horizontal de la inseguridad, del hambre y el frío, de las bombas y las muertes, de la aniquilación de los afectos, todos vestigios lacerantes que terminaron alimentando su creatividad y formando su personalidad como artista. Irlanda era un campo minado por el terrorismo, un lugar donde cada situación era frágil y todo podía estallar en mil pedazos en cualquier momento. Sin embargo, él creía firmemente que la misma esencia que subyace a la violencia y a la ferocidad, subyace a las posibilidades de construir la paz mediante la energía que da la vida.

El problema era a qué precio.

Había llegado a un límite imposible de traspasar a raíz de su vinculación con el grupo armado del IRA que luchaba contra el gobierno. Su experiencia con el arte era producto de las luchas ideológicas y filosóficas, físicas y doctrinarias en las que mi padre se encontraba envuelto, que necesitaba imperiosamente de incentivos. Para él la plástica, además de una inspiración, era una contraseña, un elemento de irritación contracultural, asociado a movimientos revolucionarios que, con el traspaso del tiempo, fueron transformándose en una bandera que fue cayendo. Cuando no le quedó más remedio, huyó de su país y luego de vivir en Buenos Aires, donde conoció a mi madre, se instaló en el sur. Su esencia nunca cambió. Un loco lindo, irresponsable y mujeriego, generoso e idealista, iba y venía constantemente en todo sentido. Radicado en San Pablo desde hace años, nos veíamos poco y nada aunque hablábamos cada tanto.

-¿Y cómo carajo se yo que vos sos mi hermano? – le escupí al tal Jon la tarde que se presentó inesperadamente en mi casa- Encima el pelotudo de mi padre, que no se si también es el tuyo, te aclaro, no me contesta el celular. El conchudo está en la Polinesia en un barco de solo y solas.

-¿Solo y...solas?

-Sí, él y tres minas.

Para colmo este nerd hablaba poco de castellano, así que no entendía un pomo lo que le decía y yo no pensaba hablar en inglés. Pero lo que más me jodía era que realmente se parecía al viejo.

Hijo de una inglesa que estuvo un tiempo en pareja con papá, prácticamente no tenían relación, aunque reconoció que nuestro progenitor nunca dejó de cumplir sus obligaciones. Me contó que la última vez que habían compartido algo juntos fue un domingo en la final de un partido de fútbol entre dos clubes de una liga menor a los que identificaba como los adictos contra los depresivos, por lo vagos que eran los jugadores y lo mal que jugaban.

La hago corta.

Jon me contó que quería conocerme, aprovechar para recorrer el sur de la Argentina antes de viajar a San Pablo y de paso, aprender el idioma porque tenía pensado irse unos meses a España. Al inglés este, parece que una gallega le había movido el piso. 

Yo había invitado a comer casa a Beltrán y los tres estábamos sentados en la mesa del comedor charlando de boludeces.

-Alguna vez la BBC pasó un documental sobre los místicos de la India en el que aparecía un maestro pelado en la cima de una colina cubierto únicamente por una túnica de tela finita. El tema es que el pirado éste estuvo diez años así, sin hablar con nadie y comiendo las sobras que le acercaban los aldeanos- les contaba mientras servía las copas de agua con limón y de costado controlaba la polenta con queso que preparaba en una inmensa cacerola.

NOVIEMBRE ASTILLADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora