BELTRÁN
La distancia entre la ciudad de San Martín de los Andes y San Carlos de Bariloche es de doscientos sesenta kilómetros. El equivalente a tres horas de viaje en auto en medio de un paisaje enmarcado por la imponente cordillera que se despliega a ambos lados del camino y por los bosques de cipreses que se abren paso entre las añosas rocas. A lo largo de la ruta se encuentra el tramo conocido mundialmente llamado "De los Siete Lagos", que une las localidades de Villa La Angostura y San Martín de los Andes. A medida que avanzaba en mi viejo Peugeot 206, vi cómo asomaba con toda su imponencia y esplendor el lago Falkner y su sucesión de playas de arena.
La magnificencia de un lugar único, mirase por donde fuere.
El despacho de la presidenta del Tribunal del Trabajo Número I de la Ciudad de San Carlos de Bariloche, Esther Lamas, era vasto y muy cómodo. La gruesa y algo raída alfombra, los muebles de roble lustrados, los sillones grandes y las cortinas de color verde oscuro le daban un aspecto de severidad a la oficina. El tribunal estaba integrado por dos jueces más y ella era famosa no tanto por su fina ironía, que ciertamente tenía, sino por por sus arranques de furia que infundían pánico entre los empleados.
Delgada, morocha y de tez oscura, últimamente cuando se miraba en el espejo, se preguntaba si se era vieja a los cincuenta años. El pelo aún caía oscuro sobre sus estrechos hombros y su cintura todavía no se había ensanchado en demasía. Al entrar, sentí de inmediato la presencia de su figura, sin llegar a ser particularmente linda. El pelo destacaba los marcados rasgos que se desprendían de sus pómulos prominentes. Su mirada denotaba temor; se decía de ella que era una mujer que sabía utilizar su inteligencia y su poder de observación como un arma de ataque o de defensa, según la ocasión.
Algunas historias que circulaban por los tribunales -no siempre verdaderas- la pintaban de cuerpo entero. Como aquella que decía que una vez, en medio de una audiencia de testigos, le ordenó a uno de los abogados que le tapara la cabeza a su cliente con un saco porque le molestaba la mirada despectiva con la que miraba a la jueza. Lamas utilizaba un sarcasmo insolente para imponer su autoridad, que por ahora, esta mañana, parecía dejar de lado.
-Pase señor- me dijo- Tome asiento. El abogado de los trabajadores es siempre muy puntual, debe de estar por llegar de un momento a otro.
La jueza, sentada tras el escritorio, con su prolijo peinado y la camisa blanca inmaculada. Su sonrisa, nada de benévola.
La sociedad anónima Electricidad del Sur Argentino (ESA) comercializaba mayoritariamente el servicio público de electricidad en la región patagónica. Millones de usuarios residenciales, comerciales e industriales eran sus clientes y era habitual que algunos de ellos adulterara los medidores de electricidad que la empresa colocaba en sus domicilios o realizara conexiones clandestinas para pagar precios irrisorios o directamente no pagar nada por el consumo de la luz. El gerente del área del Control de Facturación de ESA, junto a dos de sus empleados de mayor confianza, fueron despedidos con justa causa por haber estafado en varios millones de pesos a la empresa.
¿Qué hacían los cráneos?
Recorrían los domicilios de los usuarios inspeccionando los medidores y en muchos casos los denunciaban como adulterados siendo que en realidad funcionaban correctamente. Luego, por afuera, acercaban sus "contactos" para arreglarlos. A la vez, los tres cobraban y extorsionaban a la gente para no denunciar las conexiones ilícitas que detectaban en algunos de los domicilios, entre otras maniobras fraudulentas.
Claro que ese no era el criterio de los pobres angelitos, quienes habían entablado una demanda judicial millonaria por despido sin causa justa y por daños y perjuicios en contra de la empresa. Ugarte, el abogado que los representaba, tenía cincuenta y ocho años, era calvo y de grueso abdomen y hacía gala de una fuerte voz, áspera y amenazante. Estábamos reunidos con la presidente del tribunal en su despacho.
Aunque pocos lo creyeran, soy el abogado de la compañía eléctrica en este juicio.
-Señores, los he convocado a esta reunión informal con el fin de que evalúen la posibilidad de llegar a un acuerdo económico en la próxima audiencia de conciliación que se irá a celebrar en el juicio. Ustedes saben perfectamente bien cuál es la posición del tribunal y el sumo agrado con que se reciben las propuestas que permiten terminar con este bendito entuerto -abrió juego con altivez la jueza Lamas.
-Su señoría -dijo rápidamente Ugarte- las tareas que mis clientes cumplían en la firma eléctrica eran de rutina y mecanizadas, jamás pudieron cometer las faltas que injustificadamente se les atribuyeron.
Ugarte ensayaba el eterno discurso de oreja, como si ninguno de los presentes supiéramos que más de la mitad de las cosas que decía eran mentira. Una vez finalizada la explicación del abogado, contraataque sabiendo que contaba con el mismo nivel de credibilidad. En rigor, tratándose yo de un abogado joven y porteño, nuevo por ese lugar y de dos viejos lugareños, soberbios y cabrones, tenía varios puntos menos.
-Abogado, por favor, basta, ya es suficiente -me interrumpió un minuto después Lamas- Conozco el expediente de memoria, sólo le pido que analice la posibilidad de que el tribunal condene a su cliente y lo convenza de llegar a un acuerdo para terminar con el juicio.
En otros términos, la presidenta del tribunal me estaba pidiendo que le dijera a la empresa que los tres empleados que la habían estafado y defraudado durante años debían ser recompensados para evitar el riesgo de una eventual sentencia condenatoria.
Una pavada.
-Por su parte, Ugarte -ella continuó dirigiéndose al abogado de los empleados despedidos- le pido que hable con sus clientes y los haga entrar en razón de existir de parte de la compañía un ofrecimiento económico razonable.
La jueza hizo un breve silencio, para luego proseguir hablando con el mismo tono firme y seguro.
-Estoy seguro que ambas partes harán todos los esfuerzos a su alcance para cumplir con lo que les pide el tribunal. Por lo tanto vamos a fijar la audiencia de conciliación para el día 21 de Diciembre -concluyó antes de que los tres nos saludamos formalmente una vez finalizada la reunión.
Al salir del despacho, no pude dejar de sostener su mirada. No tenía más de veintiún años. Llevaba puesto un pantalón marrón de corderoy muy ajustado y lucía el pelo negro muy corto. La cara, exótica, estaba decorada con un piercing en la nariz, revelando el conjunto un aspecto de extraña hermosura. Pese a lo entrado de la mañana, parecía recién levantada, la mirada algo entorpecida y vidriosa.
-Adoro las drogas -me dijo cuando se acercó lo suficiente para que nadie pudiera escucharla.
La miré sorprendido sin atinar a responder.
-¿Conseguís blanca? -continuó sin miramiento y sin pudor alguno.
-No te entiendo –me hice el tarado por precaución. Estábamos en la secretaría privada de un juez y aunque no había nadie más, nunca había visto a esa chica en mi vida.
-Sí, magia blanca, un papel, una piedra, lo que sea. No te preocupes, trabajo acá pero nadie va a saber de esto -insistió, mientras se acercaba seductoramente a una distancia poco prudencial. La advertencia de la proximidad de los cuerpos me ponía nervioso y al mismo tiempo me empujaba al vacío.
-Anotame tu número de celular en un papel y hablamos para vernos otro día –le dije.
Lo hizo.
-Sé de tu historia personal. Estoy segura que alguien que viene de Buenos Aires, con un background importante en el tema adicciones, no puede no tener buenos contactos acá. Los míos, por desgracia, ya fueron. Y la que consigo en la calle huele a pis de gato -dijo la enigmática mujer incrementando la postura insinuante y el tono sensual de la voz- Debes ser uno de esos que siempre guardan algo para los días fríos de lluvia -concluyó.

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NOVIEMBRE ASTILLADO
Ficción GeneralBELTRAN ARRAYA es un joven abogado de Buenos Aires que, a causa de sus problemas con el alcohol y algún que otro imperdonable error, perdió su trabajo. Con gran voluntad para recuperarse, decide irse a vivir a San Martín de los Andes y comenzar una...