CAPÍTULO 14

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PALOMA

Paloma alzó la copa y brindó con emocionado silencio. Se concentró en la figura de su amado padre de ochenta años sentado en la cabecera de la mesa con la vista perdida. Encorvado a raíz del paso del tiempo, el rostro expresivo lleno de arrugas, los ojos llenos de añoranzas, aún conservaba ese señorío tan propio de él, esa hidalguía que siempre lo había distinguido y que generaba en ella una enorme admiración. De contextura baja, tenía un pecho grande con el que amortiguó física y anímicamente un sinfín de contratiempos a lo largo de toda su vida. Educado con los atributos básicos del sacrificio, el cariño y la lealtad, mantuvo con su hija una relación especial, asentada esencialmente en el profundo amor que se tenían a pesar de los distanciamientos y de las peleas del pasado.

Ahora, a medida que se apagaba su luz, crecía en ella su recuerdo.

El pensamiento la hizo imaginar una futura celebración de la navidad sin su presencia y se estremeció. Como también la estremeció reconocerse en el estado de bohemia y aletargamiento que transitaba desde la noche en que se acostaron por primera vez. Alzó la copa de nuevo y volvió a brindar, esta vez por él, lamentándolo más lejos de lo que realmente estaba, sabiendo por experiencia que los laberínticos senderos del amor no necesariamente conducen a lo más sublime de ese sentimiento.

NOVIEMBRE ASTILLADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora