CAPÍTULO 36

19 1 0
                                    


AGOSTO/OCTUBRE 2018

PALOMA


Años después lo recordaría como uno de los recitales más increíbles que vi en toda mi vida. Un lugar fabuloso, con la vista a pleno del lago Nahuel Huapi y las montañas nevadas de fondo, contribuyó para hacerlo aún más glamoroso. El anfiteatro de la ciudad de Bariloche, repleto de gente, estalló con los primeros acordes de la banda y las más de cinco mil personas que bailaban y saltaban al mismo tiempo hicieron el resto. El techo mitad descubierto resplandecía fosforescente y la aureola era de una magia ancestral, habitada por cuerpos y espíritus en estado de delirio absoluto. El aura venía dada por la voz potente del cantante y por el sonido aceitado del grupo que demolía el espacio semicircular. Divididos (por la felicidad), la aplanadora del rock no daba tregua. Nada más que dejarse llevar por esa voz, cerrar los ojos y a la vez entregarse sin retorno a la música y al último recuerdo, sueño ajeno y pesadilla propia de dos almas mutiladas. 

Habíamos pasado las primeras horas de la tarde juntos en un motel ubicado a veinte kilómetros de la ciudad. No fue precisamente lo que se dice uno de los mejores encuentros; desde el inicio percibí que nuestros cuerpos estaban despojados de toda química y los pensamientos, ausentes, matizaron una búsqueda que se volvió infructuosa primero e inútil después.

-¿Cómo está tu relación con Bárbara? –le pregunté intentando abrir el juego.

-Pésimo. Sigue sin aceptar la separación de ninguna manera.

-Porque sabe lo nuestro.

-No, de ninguna manera. Puede que sospeche que haya otra persona, pero no sabe quién es.

-Siempre lo ha sospechado. Desde que entré a trabajar en el estudio jurídico para recorrer los benditos pasillos de tribunales –dije con cautela.

-Te amo –dijo, mientras me tomaba la mano. Seguía profundamente embelesado conmigo, como si fuera obra de un destino imposible de desandar. No le contesté. La vida me enseñó a los golpes, que el amor oscila entre la ilusión y el escepticismo y que quizás no fuera posible enamorarse sin prometer que fuera para toda la vida. 

-Nunca sentí algo por una mujer como lo que siento por vos -insistió.

-Lo sé -atiné a responder. Estaba acostada desnuda a su lado. Incómoda y acalorada, me levanté para ir al baño.

-No te enojes con lo que voy a decirte, pero estás rara y no es la primera vez que lo noto últimamente. Te siento como alejada cuando estamos juntos... ¿te pasa algo?

-A lo mejor sea el exceso de trabajo y algunos temores que nunca faltan –mentí.

-Mi amor, hace años que nos vemos...

-No, hace muchos años que estás casado y, hasta hace poco, durmiendo con tu mujer en la misma cama -lo interrumpí de manera brusca.

-Ya no y es lo que queríamos los dos.

-Puede ser, pero no sé si es lo que quiero hoy -dije desde el interior del baño, con voz entrecortada, a sabiendas de que no debía decirlo, imposible de contenerme.

Ahora sí estábamos divididos por la felicidad, definitivamente.

Una súbita sensación de congoja lo paralizó por completo. No podía creer las palabras que escuchaba de mi boca ni el curso que iba tomando el diálogo. Quiso retroceder treinta segundos en el tiempo para hacer de cuenta de que sólo hubo silencio entre las paredes del motel. Se incorporó en la cama y alzó la voz sin llegar al grito, seguramente porque no quería que alguien lo escuchara.

-¿De qué mierda hablas?  

-No tengo ganas de seguir hablando de este tema acá...

-Paloma, por favor, basta –me cortó imperativamente- Entiendo que no pases por el mejor momento de tu vida y que a esta altura del año uno se encuentra saturado de muchas cosas que te hacen perder el foco. Me separé para cumplir con lo que habíamos arreglado entre nosotros. Vos y yo sabemos que no podíamos seguir así, a escondidas del mundo.

-Si te separaste, no fue solamente por mí. Te pido que no me uses de justificativo para tu frustración matrimonial, que por cierto viene desde el día en que te casaste –mis palabras salían de mi boca fulgurantes, auto suficientes. Me había lanzado nuevamente por la pendiente y ya no podía detenerme. El dolor de él se había transformado en un torbellino de adrenalina, impulsado por la bronca primero y la impotencia después. Se pasó una mano por la cabeza y procuró tranquilizarse antes de afirmar, conociendo el miedo que le podría causar la respuesta.

-Hay otro.

Por un segundo quise ser otra.

-No es eso. La verdad es que estoy confundida, como aturdida con todo lo que me está pasando, incluida mi crisis con relación a la profesión que nos toca. Vos, como abogado y mejor que nadie, sabes perfectamente bien todo lo que me afecta. Necesito estar un tiempo a solas, tomar distancia de lo que nos pasa para resolver cuestiones que son enteramente mías.

-Nuestra relación no es algo enteramente tuyo.

Sentada en el borde de la bañera, sin querer mostrarme ante sus ojos, no quería permanecer ni un segundo más en la habitación. Al cabo, él continuó hablando, estremecido al imaginar con mayor precisión las consecuencias futuras que podía tener aquello que estábamos discutiendo.

-No te creo nada de nada -frunció el entrecejo con gesto de suspicacia- Ahora caigo en la cuenta de que siempre manipulaste nuestra relación al amparo de mi situación con Bárbara. Una vez que me fui de casa, con lo traumático y complicado que eso significa para mí, resulta que de repente necesitas tiempo para pensar porque no estás segura de lo que te pasa conmigo.

-No me creas, pero es así.

-No, no te creo un carajo -insistió con toda la carga emocional que su cuerpo podía asimilar- Intuía que en los últimos meses te ocurría algo y ahora lo sé. Hecho el amor, hecha la trampa -concluyó antes de levantarse de la cama para vestirse y no dirigirme más la palabra. Gracias a dios, cada uno había ido con su propio automóvil.

Claro que había otro, me estremecí al recordar la escena de la tarde, mientras la guitarra y la voz del cantante habilitaban la conexión perfecta para entender dónde radicaba la diferencia entre lo sagrado y lo profano en esa noche mágica, segunda parte de un día premonitorio.


NOVIEMBRE ASTILLADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora