CAPÍTULO 23

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BELTRÁN


Las sombras azuladas del atardecer se cernían sobre Buenos Aires y en el piso de la torre de puerto madero las luces brillaban por todas partes, al igual que en algunos de los edificios circundantes, con la diferencia de que ésta era tan alta que los pisos superiores aún resplandecían manchados por los rayos dorados del sol poniente.

Una década atrás, con la compra de la mayoría del paquete accionario de Global Electric Services, una de las principales comercializadoras eléctricas de los Estados Unidos con fuerte presencia en varios estados americanos, el grupo de capitales franceses SAPA se sumó a la ola de consolidación del mercado energético. Durante la gestión de François Bertrand, presidente ejecutivo del grupo, se habían incrementado los activos, los ingresos y la presencia de la compañía en veinte países, entre ellos la Argentina, por medio de la filial local. La empresa  Electricidad del Sur Argentino comercializaba mayoritariamente el servicio público de electricidad en la región patagónica.  Aún hoy, para el holding, este país seguía siendo una incógnita desde todo punto de vista. 

Carlos Vanoli, director de legales, el presidente Pedro Lambert y yo estábamos reunidos. Cinco minutos más tarde se sumó Eugenio Larrambere, el abogado penalista de la empresa. Arrogante y altanero, representaba la clase de profesional que juntaba en un solo cuerpo -ya que corría firme el rumor de que no tenía alma- todo aquello que el resto de las personas aborrece de los abogados. Hijo de un famoso historiador homónimo, cuya figura pública lo agobió durante muchos años de su vida, era muy creído como seguro de sí mismo e inescrupuloso. Al fin y al cabo, todas virtudes a la hora de defender los intereses de la compañía. Este abogado de setenta y un años recién cumplidos -era de aquellos que creían que recién cuando se cruza la barrera de los setenta uno empieza a sospechar que no es inmortal- formaba parte de la selecta elite de lo mejor del mercado en una especialidad tan difícil como escabrosa.

Lambert me pidió que relatara con precisión aquello que les había adelantado telefónicamente desde San Martín de los Andes.

Durante diez minutos les conté, sin olvidarme de nada y sin que ninguno de los tres me interrumpiera, todos los encuentros con Domínguez. Empecé por la noche en que me abordó en el hotel en Buenos Aires, seguí por la tarde en que tomamos un café cerca de mi cabaña y por último, la mañana que conversamos en el aeropuerto de San Martín de los Andes cuando me hizo la propuesta concreta de poner plata en el juicio iniciado por los empleados para ganarlo. La base de datos con los datos de los jueces, sus antecedentes personales, bancarios y crediticios, los pedidos de juicio político y demás información sensible de la que alardeaba el misterioso sujeto fueron explicados en detalle por mí.

-Que se vaya a la puta madre que lo parió -dijo Lambert en un tono que denotaba enojo e indignación por partes iguales.

-Más allá de la claridad de la afirmación de Pedro, ¿te dijo qué garantía existe sobre el resultado final de la propuesta? -inquirió con pragmatismo el jefe de los abogados.

-Se mostró siempre muy seguro de sí mismo, pero obviamente no se lo pregunté –dije con cuidado.

-Yo le creo a ese tal Domínguez -sostuvo Larrambere, a quien todos miramos de inmediato. Evidentemente, en su especialidad, el Derecho Penal, lo que escuchaba era más habitual.

-No podemos siquiera pensarlo. Se imaginan lo que ocurriría con todos nosotros si se entera el Comité de Ética de la Compañía -adujo el presidente.

-Tal vez no haya manera de enterarse -dijo pensativamente Vanoli.

-No, está bien -intercedió nuevamente Lambert- No podemos siquiera evaluarlo.

-Entonces lo más probable es que se pierda el juicio. Sugiero hacer un ofrecimiento económico importante a los empleados para desarticular la posibilidad de que el tribunal dicte  una  sentencia condenatoria que sin duda será mucho más alta económicamente para la empresa -sostuvo el penalista con voz neutra.

-¿Y cómo lo justificamos frente al resto del directorio y frente a los accionistas si tenemos un informe de él que dice todo lo contrario? -argumentó Lambert señalándome a mí con la cabeza- Ni hablar si lo tenemos que explicar en Francia.

-Podríamos justificarlo haciendo una nueva evaluación del riesgo económico que representa seguir adelante con el juicio -alegó Vanoli.

Yo permanecía en silencio, como si tuviera que pedir permiso para dar mi opinión.

Y era así.

-¿Qué opina usted? – me preguntó Lambert.

- Las pruebas que existen en el expediente son favorables para nosotros y por lo tanto el riesgo de una sentencia de condena debería irse reduciendo a medida que avanza el juicio. Faltan agregar algunos informes de organismos públicos y una pericia caligráfica para que finalice la etapa probatoria.  

-¿Y eso en cuanto tiempo sería? - insistió el presidente.

-No puedo precisarlo ya que no depende de nosotros sino del tiempo en que los organismos públicos contesten los informes, de la carga de trabajo que tenga el tribunal y de las impugnaciones que hubiere sobre la prueba pericial. Estimo que para fin de año el expediente puede quedar listo para dictar sentencia.   

-Visto así, no hay manera de hacer un ofrecimiento a los empleados – dijo el presidente.

-Me parece muy tirado de los pelos -argumentó el director de legales- Quiero decir que gran parte de esta historia me resulta ciertamente increíble.

-No te entiendo.

-Dejame terminar, Pedro. No creo que se pueda coimear de manera tan fácil. Menos aún tratándose de un tribunal con tres jueces en una ciudad chica como Bariloche.

-Tal vez en otro lado sea así, pero estamos en un país casi imposible e inadjetivable...¿realmente te sorprende lo que cuenta Arraya? -intervino lacónicamente Larrambere.

Vanoli hizo caso omiso del comentario.

-A lo mejor este buen hombre inventa una historia para que nosotros la compremos como unos ingenuos. Digo, quizás le ha dicho a Beltrán lo que todos nosotros no queremos escuchar, para meternos presión y obligarnos a hacer justamente lo que dice Larrambere, un ofrecimiento económico a los demandantes para terminar con el juicio y todo el mundo contento.

-De cualquier manera, no lo vamos a saber nunca –habló Lambert en tono categórico- Si les parece bien, convengamos que Beltrán evite de ahora en más todo contacto con ese tal Domínguez  y si eso no es posible, que le diga que no a su extorsión. Sigamos adelante, aún en el convencimiento de que una sentencia en contra nos haría mucho daño. Lo digo a los efectos de extremar los recaudos para que no nos sorprendan las previsiones económicas que tenemos hechas en relación al juicio, ya que es muy probable que cuando este hombre vea nuestro silencio, cruce de vereda.

-Ya investigué a Ugarte, el abogado. No tiene límites con tal de ganar el juicio ni prurito alguno para arreglar y cobrar sus honorarios -señaló Vanoli.

-Un tipo eminentemente práctico -agregó ya se sabe quién.

-Por otro lado pienso que, para el hipotético supuesto de que fuera verdad lo que plantea , si primero se dirigieron a nosotros, no significa necesariamente que el tribunal tenga argumentos sólidos en favor de los empleados -continuó el abogado de la empresa.

-Ojalá tengas razón. Por el bien de la compañía y por el nuestro. Beltrán, avísenos de cualquier movimiento que haga este tipo o de cualquier novedad que haya al respecto. Cerremos el tema por el momento hasta nuevo aviso - acotó el presidente en tono semi esperanzador.

Regresé al hotel y fui directamente a mi habitación. A las diez de la noche dormía intranquilo por el temor a que volvieran algunas de mis pesadillas recurrentes.

NOVIEMBRE ASTILLADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora