CAPITULO 7

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BELTRAN

El fin de semana pasó sin que ocurriera nada demasiado importante. Paloma no pudo o no quiso venir desde Bariloche a visitarme, Tommy se fue a pescar con un amigo a Villa la Angostura y yo aproveché el tiempo para devorarme la última temporada de Homeland. Al día siguiente tampoco pasó nada trascendente, a excepción de mi asistencia al ritual de todos los lunes.

El martes estaba preparando la apelación del obrero boxeador, cuando me interrumpió el sonido del teléfono celular.

-Hola Carlos - contesté.

-Hola Beltrán, ¿cómo va todo?

Carlos Vanoli era el director de Asuntos Legales de la empresa eléctrica que yo defendía en el juicio de los tres empleados despedidos. Si la inteligencia es una virtud muy apreciada en la profesión de abogado, más lo es el carácter y el temperamento. Pese a ser un excelente negociador, mi jefe podía resultar duro y aguerrido si las circunstancias lo requerían.

Un verdadero figther de tribunales y de los buenos.

El primo hermano de mi madre –de él se trata- fue uno de los pocos que no sólo no me soltó la mano cuando desbarranque por el alcohol y por las cagadas que hice en mi época de Buenos Aires, sino que fue uno de los que más influyeron para que no me suspendieran la matrícula profesional por tiempo indeterminado. Estuve internado un mes en una clínica especializada para recuperación de adictos alcohólicos y solamente cuando me dieron el alta sujeta a controles periódicos, pude volver a trabajar.

Además, Vanoli fue el principal impulsor de mi contratación como abogado en Bariloche. Yo le había remitido un informe por correo electrónico días atrás con el detalle de lo que había ocurrido en la reunión con la jueza y por tal motivo me llamaba para que fuera el próximo jueves a Buenos Aires. Arreglamos para encontrarnos en la sede de la compañía a las diez de la mañana.

Dos horas después, decidí poner fin al trabajo. Por la noche iría al programa de radio de Tommy, que hoy leería al aire la segunda parte del cuento que había escrito. Todavía era de día, me sentía bien y el cielo azul, muriendo lentamente detrás de las montañas, me invitaba. Tuve una premonición que años después sería realidad: lo bueno de estar solo es que la soledad nunca miente.

Cuando llegué a la radio, el programa recién había empezado. Tommy conversaba al oído con una chica que yo nunca había visto antes y que me impresionó por lo buena que estaba. Bien por mi amigo, pensé, mientras el estudio, casi a oscuras, se emocionaba con la versión de Knocking on Heaven's Door de Slash en vivo, que es más larga que la habitual y le daba a Tommy espacio para seguir hablando con esa especie de bestia pop que estaba de visita.

-¿Acaso existe algo más abstracto, más intangible en este mundo que el momento en que dos personas se enamoran? ¿En qué instante, en qué momento se da esa sensación? ¿Cuándo tienen sexo por primera vez? ¿Cuándo ríen por primera vez? ¿Durante el primer beso? - abrió el juego en su rol de conductor Tommy una vez que se prendió la luz roja del micrófono.

¿En la primera mirada? –continuó y enseguida miró a su nueva amiga.

Un capo.

Mientras lo observaba, me preguntaba si la música sensible que pasaba en su programa, que tanto me gustaba y que en casa escucho para iluminarme el camino cuando la negrura empieza a desparramarse, tiene más que ver con los estados de bajón que cada tanto me invaden o si, por el contrario, era al revés. Quiero decir, si esa música era la que terminaba llevándome a esas sensaciones de melancolía. De algo estoy seguro: en esos acordes intimistas que nos ponen en carne viva, se halla el entendimiento y la posibilidad de dimensionar el placer de estar despierto. Al final de cuentas, las crisis  alguna vez finalizan y en cambio la personalidad de uno sigue por el resto de los días.

NOVIEMBRE ASTILLADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora