CAPÍTULO 33

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TOMMY


-Tengo que hablar con vos lo antes posible – me dijo Beltrán por la tarde.

-Hijo de puta, te curtiste a Lola sin decirme nada.

-Pedazo de pelotudo, nada que ver con lo que tengo que contarte.

-Sé que está muerta con vos.

-Por una puta vez podes dejar de pensar en esa mina, por favor. Necesito contarte otra cosa mucho más importante y grave.

Quedamos en vernos a la noche.

Media hora después de que terminara el programa de radio me quedé a solas con Beltrán.  Acto seguido, me contó la extorsión de ese tal Domínguez, las fotos recibidas en su cabaña y la advertencia que le hizo oportunamente la jueza del tribunal acerca de las consecuencias que traería aparejada una recaída suya. Yo lo escuchaba atentamente y no podía creer lo que me contaba. Por la forma algo atolondrada en que me hablaba, parecía que mi cara no revelaba reacción alguna y lo que oía no me causaba el menor asombro, si bien era todo lo contrario. Cuando terminó de hablar, asentí levemente con la cabeza.

-¿Informaste de todo esto a la empresa?

-Menos lo de las fotos, sí. Están al tanto de todo.

-¿Qué te dijeron?

-Que cortara todo tipo de relación con este turro y con cualquier otra persona que no fuera parte interesada en el juicio.

-No lo estás haciendo -advertí.

-Ya lo sé, pero no tengo a quién recurrir -reconoció finalmente.

Me levanté de la silla y prendí un porro mientras servía café, sabiendo el terreno farragoso por el que transitaba mi amigo.

-El año pasado, una prima de mi viejo, que ahora debe estar jubilada como jueza en Río Negro, vino a comer una noche a mi casa con él. Decía que mientras ejercía el cargo siempre tuvo la creencia, inocente o estúpida si se quiere, de que el exceso de trabajo, la dedicación completa, el sentirse por momentos abrumada por las exigencias formales y por las presiones, cedían ante el premio de conocimiento y a veces, de reconocimiento, que según ella la esperaba al final de cada jornada.

-Una mierda, Tommy.

-Déjame terminar...la mina se llamaba María del Carmen Zabala y estaba convencida que tanto romperse el culo trabajando valía la pena -hice una pausa para darle suspenso a mis palabras- La mujer creía a muerte en la justicia y en que no hay trabajo más pleno ni satisfactorio en el mundo que el de un juez.

-Más que el de los abogados, seguro -indicó Beltrán.

- Claro que yo, bohemio y descreído como soy, le tiraba su idealismo a la mierda ya que, como bien sabes, no me gustan para nada los abogados ni los jueces, aunque reconozco que la culpa muchas veces no es del chancho sino del que le da de comer...quiero decir que la gente espera de los jueces invencibles certezas, que obviamente no tienen. Pero eso no quita, se enojaba la mujer aquella noche, que ellos eran, antes que nada, indagadores y críticos de la realidad, y que sobre esa premisa impartían justicia, fundando sus opiniones en algo más que el sentido común o a la obediencia confesada a una ideología progresista o conservadora.

-No entiendo adonde puta vas con esto... afloja con tu retórica que el programa terminó hace rato. Son todas estupideces lo que decís que ni vos las crees.

-Rookie, no me interrumpas...digo que esta jueza contaba que frente a las agresiones múltiples de las que era víctima, sólo le quedaba hacer caso a los dictados de su conciencia y a sus convicciones, única forma que concebía de enaltecer el cargo -hice una nueva pausa para tomar un sorbo de café, acrecentando el tinte dramático de mis afirmaciones suavizadas por el dulce olor del chocolate- Salvo que seas un reverendo hijo de puta, como lo es el juez que hoy te toca en el juicio, Díaz Santillán, quien según la prima de papá, es de lo peor que conoció en su carrera.

NOVIEMBRE ASTILLADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora