CAPÍTULO 24

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OLIVIA (I)


La mañana amaneció con el cielo completamente nublado y las condiciones meteorológicas advertían turbulencias en la ruta de vuelo a San Martín de los Andes, razón por la cual el avión salió de Buenos Aires con una hora de retraso. Según explicara durante la espera en la sala de embarque un piloto comercial de una aerolínea chilena, por la tarde el aire caliente asciende desde el pie de las montañas y confluye con el gélido aire situado por sobre la nieve creando una inestabilidad traicionera por encima de los picos. Por tal motivo los vuelos que cruzan la Cordillera de los Andes lo hacen generalmente o por la mañana o por la noche.

El Airbus 456 de Aerolíneas Argentinas despegó finalmente del aeroparque metropolitano a las diez menos cuarto de la mañana y durante el ascenso comenzó a ladearse hacia la izquierda, generando cierta intranquilidad entre los pasajeros. Pasados algunos minutos de nerviosismo controlado, el avión, azotado por la turbulencia del aire despejado, se inclinó hacia adelante y se estabilizó rumbo al sur. Y entonces, sin previo aviso, surgió de la nada, inevitable, el recuerdo de ella, como una historia de y a partir de la alteración perceptiva de lo ocurrido tiempo atrás entre ambos. Una necesaria catarsis en la ansiada quietud sentimental del presente inmediato de Beltrán, lejos de todo remordimiento. 

De alguna manera cruel, el pasado le había robado esas vivencias que dieron paso a un hombre complejo que muchas veces pensaba que la futura mujer con la que algún día podría llegar a rehacer su vida quizás estuviera viviendo en otra sintonía, alejándose el momento en que debería haberla conocido. Y si llegara el momento, tal vez él ya no estuviera allí, pese a que aún no se resignaba del todo a dejar de anhelar aquello que posiblemente nunca llegaría a tener.

Incluyendo a Paloma.

Nicolás Beltrán murió dos meses antes de la fecha estimada para el parto. De acuerdo con las estadísticas médicas, el riesgo de toda madre de ser internada en una clínica psiquiátrica durante el mes posterior al parto resulta ocho veces mayor que durante los meses de embarazo. En cierto modo previsible, ella no pudo escapar de esa situación, menos aún con la tragedia a cuestas. Muy pronto aparecieron los primeros síntomas de actividad psicótica, que derivaron en un cuadro agudo de depresión postparto, caracterizado por el llanto permanente y la inestabilidad emocional.

La realidad de los días anteriores a la pérdida del embarazo no había sido distinta. Ella decidió guardarse para sí los sentimientos y las emociones y culparse por su estado no querido, en medio de una crisis de pareja fenomenal. La angustia y el miedo que la futura maternidad le traía, la enloquecía cuando caía en la cuenta de los riesgos que esperaban a quien más debía proteger. De a poco, su vida se había transformado en una vida secreta, incomunicable. La noche era la densidad del vacío; era el lamento y el llanto a solas, inerte frente al dolor ajeno y silencioso de Beltrán.

Con breves intervalos, nada cambió una vez que regresaron de la clínica.  El enamoramiento siguió cayendo mientras crecía el ajetreado ritmo de su novio, quien apenas podía con su vida. Olivia se preguntaba, con el grado concreto de la duda, si podía recuperarlo o si ya era demasiado tarde.

-Tengo mucho miedo, he pasado muchísimo miedo todo este tiempo y vos nunca te diste cuenta de nada. Nunca has querido saber nada de mis temores, enfrascado cada vez más en tu maldita profesión de abogado. Quiero que sepas, por si todavía no te diste cuenta, que no soy tan fuerte como vos. Nunca lo fui -lloraba aquella noche víspera de un viernes santo-¿Por qué no me dejas de una vez por todas y te vas si ya no soy lo bastante buena para vos?

Se quedó parada con la vista clavada en el hombre que tanto había amado, conmovida al punto de no poder seguir hablando. Estaba convencida de que no estaba dispuesta a hacer varias cosas. No correría tras él ni le rogaría que se quedara, aunque muy posiblemente luego se arrepintiera. Parada allí, entumecida, estaba hipnotizada por la sensación de la temida hilaridad que se tiene cuando se siente que las cosas que se poseen en la vida se consumen.

Beltrán contestó con frialdad.

-¿Qué te hace pensar que te voy a dejar?

Él estaba convencido de que si bien toda relación de pareja es una construcción de a dos, ninguno está obligado a compartir todo con el otro. No se puede ser tan egoísta de desconocer el espacio interior que pertenece pura y exclusivamente a cada uno. Entonces la grieta, ese punto ciego inevitable de la relación, daba paso a la decepción y a los fantasmas de Olivia, que se preguntaba en silencio cuándo empezaría de nuevo el ataque de pánico. Había comenzado a mentirle para complacerlo en su impotencia.

El principio del final que se precipitaba.

-¿Por qué lo hiciste? -le preguntó Marcos una tarde lluviosa de julio.

-Porque lo necesitaba.

-No creo que necesites vaciar medio frasco de pastillas para buscar la atención de no dormir. ¿No te das cuenta de que estás jugando a la ruleta rusa con tu vida y algún día vas a perder?

-Guarda tu elocuencia para los tribunales, no soy uno de tus estúpidos clientes.

-Estas matándote de a poco.

-¿Acaso vos no? ¿O preferís que te recuerde el estado patético en el que llegaste estas últimas noches?

Un diálogo y una escenografía áspera que se repitió seguido en las semanas siguientes. Se habían transformado en una pareja completamente disfuncional, sin que Beltrán pudiera comprender por completo la necesidad imperiosa de Olivia de escaparse de la realidad, las fluctuaciones emocionales que iban de la melancolía a la irritación, de la exaltación a la depresión, del letargo al insomnio. Cada día transcurrido lo convencía de que el trabajo intenso le habilitaba el cono de sombra donde disolver los dolores matrimoniales. Hacía tiempo que el eje principal de su vida pasaba por otro lado, obrando como un poderoso analgésico para sus estados de ánimo cambiantes. No era congoja sino falta de placer, de no disfrutar, de sentirse vacío. 

En paralelo, la resignación de Olivia era tan colosal que no reconocía ni siquiera que el orden amoroso hubiera atravesado alguna vez su vida. En medio de la desesperanza, no le era posible hallar nada de esperanza. Sabía que estaba herida y no hacía el más mínimo esfuerzo por ocultarlo, lo cual contribuía fatalmente a la extrañeza que descollaba en el hogar. Los dos enfrentaban, como podían y por momentos estoicamente, el duelo anticipado que mitigaba el dolor de la separación, conscientes de la tristeza que sobreviene cuando se dinamita el futuro, sin que la búsqueda desencantada de tanta sensación, tanto sentimiento esfumado, le quitara sustento a la autenticidad de las actitudes.

El desabrido espacio existente había generado enjundiosos cuestionamientos y si bien cada historia era un mundo, la de ellos últimamente no se parecía a ninguna, exhibiendo los avatares de los días en común, una progresión dramáticamente persistente. Las emociones se iban intensificando hasta terminar en golpes diversos en modo metáfora y frases dichas con inoportuno relieve. Los años habían dejado de ser dorados; ese mundo interior, al inicio pretendidamente familiar, luego cínico y ufano, no era sino el devenir de la implosión de una pareja. Dos almas imperfectas, inseguras, con fallas muy humanas. 

Y los cuerpos, antes congraciados, ahora lastimaban.

Fue lo último que recordó cuando un fuerte sacudón del avión lo despertó de los pensamientos rotos.

NOVIEMBRE ASTILLADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora