CAPÍTULO 17

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NOVIEMBRE ASTILLADO (2018)


En el hastío de la rutina y de un tiempo que nunca terminaba de transcurrir definitivo, los dos habitantes de la morada tejían un plan que rompiera con el tedio, con la pesadumbre de sus vidas. Intuían que lo inesperado había irrumpido días atrás, haciendo tambalear todos los conceptos existentes y que la narración bíblica llevaba consigo la indagación de lo novedoso y de lo fantástico. Cada una de las historias que les narraba el visitante ponía al descubierto la complejidad y el misterio de la existencia humana, deviniendo en un desenfreno de espiral negra que les producía una irreprimible agitación.

El relato se volvía múltiple y la voz, coral.

No se trataba de una fantasía ni del juego fatuo que ésta siempre propone; era la lectura que se sustentaba en la realidad, transformándola, tornandola verosímil.  La joven de la belleza extrema traslucía una inocencia casi infantil; los ojos sin rostro del viejo miraban a oscuras intentando descifrar el enigma. El enigma de la herencia de aquello que únicamente se vislumbra en la clarividencia que confiere la majestuosa luminosidad de Cristo.

"Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3.16).

La palabra de Dios, en quien se cumple el proyecto divino que comprende a todos los seres humanos, explicó. La salvación que a lo largo de toda la eternidad representará su muerte. Poco importa si somos transgresores en el pecado; al fin y al cabo nos salvaremos gracias y a través de la fe en Cristo.

"Porque Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan y luego de dar gracias lo partió y dijo: Este es mi cuerpo, que se da por vosotros, haced esto en recuerdo mío... pues cada vez que coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva" (I Corintios 11.23-27).

Las palabras que sacuden la templanza del temperamento bíblico.

La muerte y la resurrección.

Las últimas recomendaciones y la despedida de los apóstoles; la prédica antes de marcharse al Huerto de Getsemaní. Luego, el nacimiento de la pasión, el martirio, el sufrimiento, el camino de la cruz, todos signos inevitables de salvación, de redención y de esperanza. El quebranto con Cristo quebrantado, la sangre derramada y Él simplemente mirándolos.

Súbitamente, la narración se agrieta, con las fricciones en los bordes, no alcanzando la palabra final que debiera clausurar el decurso natural del relato bíblico.

Empezó a sentir miedo.

Los cuerpos presentes proyectaban sombras mientras su cerebro proyectaba discernimiento; el problema era que éste no controlaba al primero, de igual manera que las sombras son inmunes y no controlan a los cuerpos. Sintió un fortísimo golpe en la parte anterior de la nuca, inesperado, seguido de otro golpe más fuerte en el hombro izquierdo, y cayó al suelo en dos etapas, primero apoyando una de sus rodillas en el piso de tierra, para luego comenzar a desvanecerse en cámara lenta.

Aturdido por el golpe, notó con pánico cómo empezaba a depender de su memoria visual para orientarse en esos oscuros y tenebrosos instantes previos a que la inconsciencia le ganara del todo. Nunca se dio cuenta de que comenzaba el camino de lo irremediable, del triunfo de lo humano sobre la violencia irracional, de la fe sobre la resignación, de la vida para siempre sobre la muerte.

"Todo está cumplido" (Juan 20.30).

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