CAPÍTULO 9

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BELTRAN

La ciudad de Buenos Aires, interminable como siempre y aún más, comulgaba algo distinto desde que la había dejado para instalarme en el sur. Era el contraste lacerante entre la pobreza que había crecido y la añoranza de haber sido alguna vez una ciudad de la hostia. Cosmopolita y sanguinaria, fascinante y sórdida como muchas de sus pares capitales, en sus entrañas reina tanto la soledad de la gente como la garantía de los encuentros ocasionales. No hay soledad más penetrante e hiriente que el sentirse solo en medio de la muchedumbre.

Llegué al aeropuerto ubicado en la costanera norte de la ciudad a las nueve de la mañana del jueves, luego de un vuelo de una hora y media sin mayores sobresaltos Durante el mismo, repasé los informes vinculados con el juicio iniciado a la comercializadora eléctrica que era el motivo de la reunión que habría de tener esta mañana. Al bajar del avión, noté con sorpresa que el clima era agradable, apenas fresco y no muy húmedo para la época. El cielo azul conjugaba con el marrón claro del agua del río, otorgando un decorado acogedor.

El edificio de la sede central de la empresa estaba ubicado en el lujoso barrio de Puerto Madero, una lujuria de ostentación y moderna arquitectura compuesta por majestuosas torres de precios imposibles para el común de la gente. ESA, la empresa que yo representaba, tenía tres pisos en uno de los edificios más altos con vista al Río de la Plata y pertenecía a un poderoso grupo francés que prestaba servicios energéticos y petroleros en países de Europa, Asia y América Latina.

Llevábamos más de una hora de reunión, durante la cual discutimos las diferentes alternativas en relación al pedido del tribunal de llegar a un acuerdo con los empleados despedidos. La empresa tenía prácticamente comprobado que los informes que presentaban los tres  eran falsos, ya  que no existían medidores de electricidad en las casas ni en las industrias de los usuarios que estuvieran rotos  y sí en cambio existían las conexiones clandestinas que no denunciaban a cambio del pago de dinero.

De un lado de la mesa oval estaba sentado el director de Legales, Carlos Vanoli, quien me había convocado y en la cabecera se ubicaba el gerente general y presidente de la compañía, Pedro Lambert, un tipo que tenía a su favor algo no muy habitual en un ambiente tan caracterizado por la competencia feroz, la plata, la envidia y la figuración: no escondía sus orígenes humildes y en su manual no había lugar para ángeles ni para los predicadores. Además de ser tremendamente inteligente y eficiente en su trabajo.

Luego de analizar detenidamente la situación entre los tres, el jefe máximo de la empresa resumió la conclusión a la que llegáramos.  

-En definitiva, dígale a la jueza que no vamos a hacer  ninguna propuesta económica de arreglo, ni iniciar ningún tipo de negociación con esos tres cretinos que nos causaron un daño enorme. Beltrán, aún en el convencimiento de que el informe que presentó fue muy claro, sepamos todos que nuestra posición no tiene marcha atrás. Lo que hicieron los empleados es intolerable e imperdonable y cualquier acuerdo con ellos sentaría no sólo un antecedente negativo para el futuro, sino que, lo que es peor, denotará suma debilidad de nuestra parte.

Lambert se incorporó levemente hacia adelante en su silla y siguió hablando.

-Lo cierto es que las maniobras fraudulentas de los empleados se han transformado en una fase más de la lucha contra la corrupción en el sector privado al que todas las empresas debemos combatir.

-En buena hora -dijo Vanoli.

-No digo nada nuevo cuando afirmo que el tema de la corrupción es prioritario en la agenda de los países del primer mundo, como lo es Francia, no sólo por todo lo que significa para sus intereses públicos sino también para los del sector privado.

NOVIEMBRE ASTILLADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora