CAPÍTULO 57

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BELTRÁN

Nací exactamente hace treinta y dos años y jamás hubiera imaginado que los cumpliría en Madrid, sentado en un bar en la Plaza del Sol. Tampoco hubiera imaginado que a esta altura de mi vida estaría cursando un posgrado en París y trabajando para la Embajada Argentina en Francia. Lo cierto es que me tomé unos días de vacaciones, aprovechando que terminó el primer cuatrimestre en la universidad, para volver a una de las ciudades que más me gusta. Será por la cadencia del lenguaje, por la exquisitez de la comida, por la historia viva de sus monumentos, la impronta de Velázquez o por lo que lo que fuera que no vislumbro, Madrid siempre estuvo cerca. Es Salamanca y Malasaña al mismo tiempo, es Europa y es América Latina, es Sabina y Andrés Calamaro, Real y el Atlético y cualquier equipo argentino de fútbol ...y tan y cual. Saboreando el humo del café, miro la gente pasar, con ese andar presuroso que entrevé un dejo de alegre cabronada y me siento igual a mí mismo. El fárrago de la inseguridad y del miedo, de la soledad mal entendida, ya no encuentran lugar en mi foto.

En tiempos en que a menudo nos comunicamos con frías y metálicas voces grabadas, tan neutras como inhumanas, ya no me canso tanto de oír mi propia voz.

Estuve horas estuve recorriendo la ciudad y me detuve en uno de mis reductos preferidos a la caza de una reliquia que cambió la historia del jazz. El vinilo Kind of Blue, de Miles Davis, que desde chico escuchaba –sin entender mucho- en la casa de uno de mis amigos cuyo padre era fanático del músico. No es solo la melodía que alcanza expresiones de genialidad, como descubrí mucho tiempo después, sino la clase de tristeza que destila y me remonta a tiempos delineados por vestigios de una vida tan veloz como errante, en contraste con los dóciles días actuales que me impiden volver atrás.

¿Qué habría sido de mí si no me radicaba a vivir en San Martín de Los Andes? ¿Qué hubiera ocurrido conmigo si no encontraba ese refugio que fue el centro de alcohólicos anónimos? Quizás hoy estaría tirado en una zanja, internado en un psiquiátrico o transformado en un yonker alcohólico deambulando por la nada. O tal vez preso; o (definitivamente) muerto. El año 2014 fue cuando todo se fue a la mierda para mí y me convertí en un dolor de muelas para aquellos que me rodeaban.

Perdí el trabajo y los afectos.

Me fui de todo y de todos.

Y ahora me pregunto, aprovechando que en el reparto de suertes Dios me devolvió al mar,  consciente de mi imperfecta humanidad...¿Por qué me tuve que ir tan lejos para estar acá? (Charly García Dixit). Hoy trato de hacer con la vida posible, lo mejor posible. ¿ Acaso soy la misma persona que en estos momentos recuerda?  Este Beltrán es mil veces el mismo, en las mil y una versiones que en muchas ocasiones yo mismo rechazaba, otras me avergonzaba y tantas me vanagloriaba. Este Beltrán es mil veces él. Por fin, logré hacer las paces con mi pasado para entender que soy todos los que fui, incluido en mi inventario, aquellos que no hubiera querido ser nunca.  

De mis antiguos jefes en Buenos Aires, Lambert y Ezcurra, supe que el primero había muerto y que el segundo se encontraba prófugo en Centroamérica buscado por Interpol. De mi viejo amigo, Esteban Domínguez –una delicadeza de hijo de puta- me enteré que está preso junto a varios jueces que cayeron en la redada de la investigación que llevó adelante el estado por corrupción judicial. Entre ellos, dos de los miembros del tribunal de Bariloche que tan amablemente me trató durante el juicio en que representé a la compañía eléctrica.

Paloma debe haber muerto en vida, de tristeza o de tanto inclinarse frente a los demás. Probablemente su cerebro la siga traicionando en su recurrente intento de ganar tiempo contra su memoria. Pretendió un par de veces contactarme, pero no le respondí. Aún así, de vez en cuando me acuerdo de ella, que precisamente es eso, un recuerdo; nunca fue corpórea, jamás se atrevió a expresar emociones reales y no virtuales que no pudiera controlar.

Lola es otra cosa.

Una vez que yo me recuperara del accidente de auto que sufriera a fines del 2018, salimos un par de meses pero la cosa no funcionó y ella se fue a vivir al exterior, como si estar lejos fuese condición ineludible para el amor, convencida que las heridas sanan cuando se rompen las cadenas del silencio a través de la distancia. Al principio la extrañé muchísimo, pero lo cierto es que también tenía otras cuestiones en qué ocupar mi cabeza mientras permanecí en San Martín de los Andes luego de un par de años movidos en la montaña rusa.

Después apareció París y mi acompasado dejarme llevar, al abrigo de una ciudad inigualable que ruge su cotidianidad llena de turistas, mientras muchos anónimos ensayan en silencio pequeñas notas de cálido humanismo. Mis días transcurren entre el estudio de noche y el trabajo, matizado con algún fin de semana en el sur de Francia o en la rivera. Por supuesto que sigo teniendo mis costados más vulnerables, sabiendo las carencias y las debilidades con las que crecí y edifiqué varias etapas de mi vida, pero lucho y logro que se aquieten. Vivimos en una sociedad hipócrita que no acepta lo que es diferente, a pesar que se dice todo lo contrario. Hacemos  hincapié en lo que nos diferencia pero para hacernos iguales. Nacemos con la obsesión de la belleza y del culto a la moral y a las buenas costumbres que muchas veces se traducen en vidas tan correctas como desdichadas.Gente que consume sus días en convivencias obligadas, llevando en los ojos la inevitable desorientación de los tristes. Nunca más tomé una gota de alcohol, ni cometí excesos de ningún tipo, aún cuando ese universo resulta muy atractivo de tener en cuenta en determinadas circunstancias.

Pagué la cuenta y salí a la calle. El contacto con el aire fresco me obligó a parar por un instante y darme vuelta para levantar el cuello del saco. De repente, sentí que me empujaban suavemente desde atrás. 

-Perdón- me dijo.

Tenía los ojos de siempre, más colorados e inofensivos, inevitablemente  seductores . 

NOVIEMBRE ASTILLADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora