CAPÍTULO 10

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PALOMA

Estamos en la cabaña de mis padres a orillas del lago que más quiero, el Lago Gutierrez de Bariloche que me trae recuerdos hermosos de mi infancia. Hace mucho frío pero la calefacción a gas y a leña nos mantiene calientes. La imponente vista sobre el lago se sobredimensiona por la luz de una luna que proyecta un color blanco intenso sobre el espejo de agua. Del otro lado, a más de cinco kilómetros, asoman las montañas con sus picos nevados.

La noche, su tempo; el escenario, único y el conjunto, nos permite evitar pensar más allá de los límites que Beltrán y yo nos fijamos en cada encuentro. Siento una tremenda atracción física por él  y estoy segura que a su vez yo lo pongo loco cada vez que me acerco. Me doy cuenta por el placer que yo siento cuando percibo el placer que siente él.

Después de que nos enredáramos sobre la alfombra frente a la chimenea de madera calmando urgencias, por primera vez desde que nos conocimos, él se abrió conmigo por entero, contándome con lujo de detalle sus adicción al alcohol, el fin de su relación con Olivia y lo caótico de su expulsión de Buenos Aires.

Aclaro lo siguiente.

Beltrán me moviliza cada vez más y eso no me gusta para nada, ya que soy una mujer que va al frente, capaz de herir hasta la médula y por esa razón no puedo permitirme perder el control de las emociones ni mostrarme por completo frente al otro. El temor a ser lastimada con la misma intensidad que lastimo me jode horrores y me doy cuenta que esta vez estoy cediendo más de la cuenta.

-Me parece que no terminas de aceptar del todo los cambios en tu vida -le comenté jugando con la mirada y con el timbre de voz.

-No es eso. Es que uno se acostumbra a vivir de determinada forma y no es fácil reemplazar toda una etapa marcada a fuego por la ciudad en la que viví durante muchos años y en la que me suicidé.

-¿Qué sabes de Olivia?

-Nada. Creo que se fue a vivir al interior del país, a Córdoba o a Santa Rosa en La Pampa...no sé bien...¿ a qué viene la pregunta?

-A que se nota que no te podes olvidar de ella.

-No, ni ahí. Sí te reconozco que me jodió mucho cuando terminamos y eso no hizo más que acelerar mi caída, pero no fue determinante, ni mucho menos, de lo que me pasó después.

-Bueno, pero te abrió una grieta.

-Eso puede ser. Hay muchos que te enseñan que hay que aceptar el dolor de las separaciones, que hay que vivir con ese karma del sufrimiento y no tapar la realidad con otras cosas, como el alcohol o lo que fuere. La cruel verdad, en mi caso, fue que el escabio amortiguó la locura que me envolvía por la adicción al trabajo, me contuvo frente a las presiones y claro, en el desamor también me ayudó a olvidarla.

Las inflexiones de su mirada hicieron que yo descubriera texturas hasta entonces nunca traslucidas. Hizo una pausa más que nada obligado por las circunstancias. Teníamos toda la noche por delante, aunque las horas duelan.

-Uno no se da cuenta de que te crees una especie de genio, pero resulta que ese genio de repente puede morirse de un balazo en la calle o le pueden pegar una patada en el culo. Podes ganar plata, ser reconocido en tu profesión, hacerte el canchero, salir con cuanta mina se te cruce, pero lo cierto es que llegaba a mi casa y estaba angustiado- dijo con sincera resignación.

Yo lo alentaba a que siguiera hablando, pero no quiso.

-Podemos ponerle un límite al sufrimiento de igual forma que probablemente también se pueda poner límites a la felicidad...justamente uno de esos límites está dado por la posibilidad de no hablar de aquello de lo que no quieres hablar.

NOVIEMBRE ASTILLADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora