CAPÍTULO 43

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LO QUE SANGRA 


Llegó al departamento del cual se había ido esa mañana bien temprano. Necesitaba verla, necesitaba hablar con ella, sentirla al lado, que lo ayudara, lo contuviera. Todavía aturdido por lo que vivió en el tribunal por la mañana, las imágenes lo martirizaban. No se trataba de tomar conciencia de las modalidades más oscuras del funcionamiento de la la justicia. Se trataba de volver a tomar conciencia, una vez más, que el dolor de la realidad no tiene remedio, si bien cada tanto puede recibir algún bálsamo, una caricia.

Y debe.

Beltrán tocó el timbre del portero eléctrico dos veces con la esperanza de que a esa hora estuviera almorzando en su casa, como lo hacía seguidamente, pero nadie respondió al llamado. Esperó unos minutos en la puerta de entrada del edificio mientras la llamaba al celular. Atendió el contestador y decidió no insistir en el estudio jurídico. La tarde ya estaba perdida y no se encontraba en condiciones anímicas de regresar a San Martín de los Andes. Recordó que en el maletín tenía las llaves que había tomado de la cocina y sin dudarlo abrió la puerta del edificio y subió por la escalera, levemente incómodo por la inesperada intrusión. Después de todo habían generado entre ellos un vínculo lo suficientemente fuerte para explicar su comportamiento.

Sin hacer ruido entró en el departamento, percibiendo algunos pequeños trozos esparcidos de vidrio bajo la suela de sus zapatos. Corroboró que no había nadie. Fue hacia el dormitorio y vio que la ventana se encontraba abierta y que el borde de la cortina flameaba violentamente por efecto del viento. La cerró con precaución, cuidando de no romper la tela. También advirtió que la computadora del escritorio ubicado frente a la cama de dos plazas estaba encendida, con la pantalla oscura. No pensaba ni por asomo irse de ahí, la esperaría todo lo que hiciera falta, ya que añoraba su necesidad de estar. Con total cuidado para no despertar la sospecha de los vecinos, se quitó el saco, se desabrochó la camisa y se sentó en el cómodo sillón del living. Apagó el teléfono celular y se fue relajando de a poco. No escuchaba nada, no existían los ruidos de ninguna especie.

Ni siquiera el de los remordimientos.

Durmió profundamente durante más de dos horas hasta que el teléfono de la casa lo despertó . Fuera quien fuere el que llamaba, no lo volvió a hacer. Se dirigió al baño y se lavó la cara para despabilarse, observando las huellas de cansancio que reflejaba. Eran las cuatro y media de la tarde y tenía todo el tiempo del mundo a su disposición. Podía esperar lo que fuera necesario y no quería encender el teléfono celular para no alterar el silencio.

Pasada una media hora transitada por el aburrimiento, entró en el dormitorio  y se sentó en el escritorio con la idea de consultar por internet algunos expedientes. Una forma de matar el tiempo hasta que ella volviera. Apretó la tecla enter y percibió que Paloma no había cerrado su cuenta personal de correo electrónico. Dudó unos segundos en minimizar la pantalla del Outlook que se desplegaba enfrente, pero algo más fuerte pudo con él. No era su estilo, jamás se imaginó que lo haría, pero era la segunda vez en el día que actuaba impulsivamente y antes no se había equivocado. Miró los correos en la bandeja de entrada. Hubo uno que le llamó poderosamente la atención y por eso no resistió la tentación de abrirlo. En todo caso, cuando ella se diera cuenta de que Beltrán había violado su intimidad, pediría disculpas y, quién sabe, el estado de necesidad y desolación que lo abrigaba tal vez justificaría su accionar. Leyó la cadena con el intercambio de correos electrónicos y no hizo falta nada más. Estaba seguro de que no habría disculpas ni justificación posible; menos aún, perdón u olvido.

Sí, en cambio, bastante pena y demasiada rabia.

Dos horas más tarde el sonido de la llave introduciéndose en la cerradura de la puerta principal lo encontró a oscuras sentado en el mismo sillón en el que se había quedado dormido. Paloma ingresó en el departamento y prendió la luz del living, soltando un grito de espanto que debió de haberse escuchado en todo el edificio cuando notó la presencia de Beltrán. Consternada por lo imprevisto de la situación, molesta por el descubrimiento, se tranquilizó dejando caer con torpeza la cartera encima de la mesa del comedor.

NOVIEMBRE ASTILLADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora