CAPITULO 54

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TOMMY

El espaldarazo que significó el premio al mejor cuento  fue -además de imprevisible para mi historia personal- para nada inmerecido, aunque suene un poco pedante decirlo. Pero la verdad es que los pedidos de entrevistas por parte de los medios periodísticos, las solicitudes de redacción de notas y de artículos para revistas literarias, las invitaciones a dar charlas sobre mi libro (yo diría más explicaciones que charlas) modificaron sustancialmente el sentido y el ritmo de mis días. 

Todo lo que le me ocurría era como un inflador anímico, un sostén diferente de la fantasía inspiradora que me compromete a escribir siempre más, cada vez más cómodo con el juego de las palabras. Así, las historias, las ideas que estas despiertan y la inventiva se entrelazan con mucha elocuencia. Y eso también influye en el programa de radio que hago a la noche porque se me nota más suelto, de mejor humor, creando climas sensibles, sí, pero sin lugar para desgarramientos muchas veces innecesarios. 

Sin embargo, existe algo que debo aprender de ahora en más y que me preocupa.

Debo aprender a preservar mi esencia caótica, tan creativa como lunática, sin creérmela. Debo seguir recorriendo mi lugar en el mundo, San Martín de los Andes, sin cambiar la piel . Ni por putas dejaría que mi libro, en pleno ascenso, sea el que me advierta sobre el futuro que me espera. Estoy absolutamente a contracorriente de la generalidad que sostiene aquello de que lo mejor para un escritor es permanecer en las conversaciones propias y ajenas. Tengo avanzado un segundo libro de cuentos. 

Quizás en el futuro hasta me anime a a escribir una novela, pero  juro que nunca dejaré de mirar atrás.

Ayer lo busqué en la biblioteca, en un renovado gesto de agradecimiento. Con discreta y serena admiración por el resultado logrado, descubrí algo hasta entonces nunca percibido. El libro, mi libro, el que fuera escrito como una fuente de consuelo interior, como un grito de quien alguna vez fue dominado por las fallas de lo nocturno. Con cuidado, hasta con miedo, recordé el relato que tanto le gustaba a él. Aquel con un final aterrador que trataba sobre el amor trágico de un chico adolescente que aún no había nacido, narrado en tercera persona y que fuera el cuento premiado. Nadie escapa del egoísmo que produce la confrontación directa con la muerte cuando se trata de alguien tan cercano, como mi amigo Beltrán. Es como si el rayo pudiera caer encima de uno en cualquier momento, el cruel aviso que todos recibimos alguna vez con relación a la inevitable fecha de vencimiento que tiene la vida, en el entendimiento que solo Dios puede llegar a separar aquello que ha unido.

Dramático legado del mes de noviembre de 2018, que, en un instante, se astilló en mil pedazos.


NOVIEMBRE ASTILLADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora