CAPÍTULO 26

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ESTHER


-Esteban, tomé una decisión -le dije sin siquiera saludarlo, pese a que no lo había visto en toda la mañana.

-Me alegro, era hora. Te veía sumamente preocupada con este tema, ni tu cara ni tu ánimo eran los de siempre... ¿qué resolviste? –me contestó mi mano derecha y principal asistente.

-No voy a votar a favor de la provincia en el conflicto que tienen con los trabajadores de la acería. En mi opinión, los despidos dispuestos por la empresa provincial son nulos. En todo caso, que desempate el juez del tribunal número dos, si el otro miembro de nuestro tribunal no puede votar-  Peñalba, el tercer juez, estaba impedido de votar en el juicio por conflicto de intereses.

-Me parece que perdiste el foco.

-Hace rato de eso, ¿o no te diste cuenta de lo que es trabajar con ustedes?

Esteban Luro no se rió. No podía creer lo que escuchaba de mi parte, pese a que era una de las posibilidades que íntimamente venía manejando.

-Por Dios, Esther, Díaz Santillán no te la va a perdonar. Te van a crucificar los jueces que le responden, además de la corporación política.

-No puedo avalar los despidos de ninguna manera. Fueron decididos sin tener en cuenta el acta que la misma fábrica de acero firmó con el sindicato con anterioridad comprometiéndose a mantener las fuentes de trabajo.

-¿Qué opina Carlos?

- Obviamente no está de acuerdo con mi decisión.

Ayer a la tarde yo había llamado a mi marido inmovilizada por una angustia galopante, diciéndole que quería hablar con él por la noche. Yo era consciente que las repercusiones que tendría mi voto me sumía en un estado de malhumor e intolerancia constante, en especial con los empleados del tribunal. No porque me vaya a arrepentir en el día de mañana, sino en virtud del inevitable designio que siempre conlleva la configuración de las certezas: la entrega por entero, en cuerpo y alma, de mi presente y de mi futuro, a costa de un férreo apego a la justicia de las decisiones que tomo.

-No seas cínico –le decía la noche anterior a él- Sé perfectamente que no estás de acuerdo con lo que pienso. De cómo una jueza va tirarse en contra del sistema. No hay forma de justificarlo según tu algoritmo. Dos más dos es cuatro, ¿no es así?

-Sí, dos más dos es cuatro -levantó levemente la voz Carlos.

-A esta altura de tu vida deberías saber que, en Derecho, dos más dos no necesariamente suman cuatro. Y que la justicia no es un número. Mañana haría exactamente lo mismo. 

-No me cabe la menor duda, conociéndote como te conozco. Aunque supieras que estás equivocada, lo cual no significa que no puedas estarlo. Todos nos equivocamos alguna vez en la vida. Al menos una.

Desaparecido el recuerdo de la conversación en mi casa, miré a mi asistente detenidamente y una vez más me sorprendió lo apuesto que es. Era el único empleado de todo el tribunal al que le permito tener una relación más estrecha y de confianza, producto en parte por los muchos años de trabajar conmigo, más allá de que valoro sus razonamientos jurídicos y especialmente su lealtad. Cualquier otro empleado que no fuera par mío hubiera salido eyectado de mi despacho si se hubiera dirigido a mí en esos términos.

- Me preocupa lo que haga en el futuro tu colega...

-Que se joda -lo interrumpí haciéndole un gesto con la mano- Debe entender que no somos sus marionetas.

- Es el presidente de la Asociación de Jueces y tiene relación con mucha gente importante del gobierno.

-Como si no lo supiera -le dije de manera algo nerviosa y por eso mismo, altanera.

Ninguno dijo nada por unos segundos, lo que me dio tiempo para acordarme que anoche, antes de acostarme, me llamó la atención el cambio operado en las facciones de mi cara, últimamente surcada por ostensibles arrugas. Era de esperar que después de tantos años de carrera judicial quedaran huellas plasmadas en los surcos que trazaban la dirección de cada sonrisa, como paréntesis a los costados de mi boca y de mi nariz. Pero no tantas.

Estaba claro que en mis ojos no había ni asomo de diversión en la tarea que tenía por delante.

-Que hagan lo que quieran, Esteban, si total los políticos siempre se cagan en los derechos de la gente. Sé que me puede costar caro todo esto, hasta quizás lo pague con mi propio cargo, pero me estaría traicionando a mí misma si no resuelvo como pienso.

-Me parece que estás siendo más papista que el papa.

-Allá ellos. No puedo decidir de otra manera sin que termine cuestionándome a mí misma.

-No estoy de acuerdo, bien pueden justificarse la validez de los despidos argumentando razones económicas para después acordar con el gremio el pago de las indemnizaciones. Si no lo haces, te van a destrozar.

-El gremio no lo va a aceptar y amenazan con tomar la fábrica.Después de todo, la gente no tiene mucha memoria y, más que recordar, termina inventando con el paso del tiempo. Nada de lo que en definitiva se termine diciendo alrededor de este asunto va a finalizar importando- esgrimí en favor de mi tesitura, sabiendo en lo más íntimo de mi ser que lo que decía era una trampa de la cual no podría salir.

-No estés tan segura. Mejor me voy a mi escritorio a terminar de analizar uno de los tantos expedientes que tengo pendientes. Lo único que te pido es que lo pienses de nuevo.

Una vez que abrió la puerta del despacho, se frenó en seco y se dio vuelta con gesto adusto.

-Esther, con todo el cariño y respeto que sabes te tengo...

-Andá al grano – le respondí tajante. No me gustan nada los melosos.

-Creo sinceramente que, consciente o inconscientemente, estás buscando una salida.

-Basta Luro, la mía es una interpretación jurídica factible como tantas otras.

-No hablo de tu voto en la sentencia. Hablo de algo muchísimo más profundo y personal -tras lo cual se retiró dejándome tan desnuda como las paredes de color beige de mi ordenado despacho.

NOVIEMBRE ASTILLADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora