Globos

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Un mes después, la próxima salida la planeó Steve de improviso. Ir a Disneyland. Nunca había podido viajar a California y disfrutar de la atracción más famosa de los Estados Unidos, así que pensó que sería bueno compartir ese momento al lado de Tony.

Al castaño le atraía la idea de la comida temática del lugar, y los desfiles que se veían por las calles, pero lo que más le interesaba era el sospechoso "entusiasmo" que el rubio mostraba en sus pupilas al mencionar la casa de Mickie Mouse.

Viajaron en el primer vuelo que encontraron disponible y durante las 5 horas que duró su viaje, vieron películas de acción, platicaron y jugaron scrabble por un rato, hasta que Steve perdió tres veces seguidas.

Una vez hospedados, y con altas expectativas sobre el lugar; Tony sabía al que todos los niños soñaban con ir, el ver a las grandes botargas interactuando con las personas, bailando y haciendo el ridículo, le parecía gracioso, y por otra parte le era demasiada alegría, desbordante y casi rebasando la línea de lo normal; pero si Steve quería ir, estaba bien.

Luego de mostrar su boleto de entrada y que los de la taquilla se los sellara, caminaron de la mano por las coloridas calles, puestos llenos de artículos de la empresa eran visitados por niños que arrastraban a sus padres. Mientras más andaban, se unieron a un grupo que era conducido por una joven guía que les mostraba los espacios más emblemáticos, como por ejemplo, la casa de Walt Disney donde comenzó a crear lo que hoy todos conocían. La casa era alta, de un tono verde un poco oscuro, con una ventana grande, arriba de una sencilla puerta café.

Al acabar el recorrido, les regalaron unas diademas con las orejas del más que reconocido ratón de Disney. Tony descubrió que Steve sonreía mucho más de lo que lo hizo en el partido de beisbol y que cada poro de su cuerpo irradiaba efusividad.

-Eres un gran fan de esto ¿verdad?, o es algo así como un gusto culposo que habías estado reprimiendo.- más que una pregunta era una afirmación.

Steve se rio largamente antes de abrazarlo por los hombros, lo que obligó al castaño a apoyar su mentón en el pecho del rubio.

-Me descubriste.- susurró Steve.

Tony se rio, sin emitir ningún ruido, sólo sus hombros se movían por el movimiento de su cuerpo, y soltó un suave gruñido.

Se subieron a varias atracciones, se retaron a cantar una canción mientras la montaña rusa subía lentamente y bajaba vertiginosamente, Tony se había reído a más no poder, ante la cara arrugada que Steve hizo cuando el carrito bajó. Después, comieron hamburguesas en unas mesas de madera y sombrilla de colores, afuera de un pequeño restaurant; después compraron sodas italianas, y los vasos donde se las sirvieron tenían el logo del castillo en color negro.

Luego de comer, pasearon por los diferentes establecimientos de juguetes y artículos para coleccionar; mientras él veía un par de cosas, Steve ya había visto una docena, llevando en sus brazos varios peluches que llamaron su atención. Tony sólo negaba y se reía de su novio, fue a la hora de pagar, cuando él miraba todo lo que el rubio quería comprar con una ceja arqueada, que percibió a la vendedora, hacerle ojitos al rubio, sin que éste lo notara ni un poco, pero las intenciones de esa tipa quedarían en el suelo, después de lo que haría.

-Steve.- llamó su atención con voz melosa.

-Dime Tony,- volteó el aludido a la vez que le entregaba a la chica su tarjeta.

Y Tony sin decir una sola palabra, atrajo la cara del más alto, tomándolo de las mejillas, uniendo sus labios en un beso que duró más de lo que a la joven detrás del mostrador le hubiera gustado y menos de lo que al castaño estaba acostumbrado.

-¿Y eso?- preguntó Steve con una sonrisa boba.

Tony no contestó, sólo alzó los hombros.

-Aquí está su tarjeta señor.- mencionó la chica ya sin sonrisa y con la revolución de sus pestañas a mil por segundo.

-Gracias.- respondió Tony, mirándola con arrogancia. Ella desvió la vista y asintió cabizbaja.

-¿Todo eso es para ti?- cuestionó a Steve al salir de la tienda.

-No. Los chicos y Nat me pidieron algunas cosas cuando les platiqué que veníamos aquí.

Por la noche cuando el sol ya no estaba en el cielo, pudieron apreciar los fuegos artificiales, comieron algodones de azúcar, y posaron para la foto del recuerdo: Tony enfrente de Steve, el cual lo abrazaba por la cintura, con su mentón apoyado en su cabeza.

Pasearon hasta las doce de la noche, observaron a los señores de las tiendas cerrar las cortinas de metal, y a pesar de que el enorme lugar poco a poco se iba viendo más oscuro ante la falta de las luces y los escaparates luminosos, ellos iban felices con sus globos de figuras, atadas a sus muñecas de los extremos contrarios, pues con la otra se mantenían agarrados.

A Tony, le había fascinado un globo naranja con rayas negras que era la representación exacta de Tiger, y Steve lo acompañó con uno de Mickie Mouse, ya que luego de que el castaño descubriera que la canción de la sirenita, era la favorita del rubio, consiguió un peluche sumamente adorable del pez de Ariel y otro del cangrejo Sebastián, y cuando vio los globos, quiso que fuera de esos personajes o uno que fuera de la película, pero lamentablemente ya no había.

Sin embargo, Tony descubrió que sí le gustaba Disneyland y ahora entendía el porqué de ese anhelo y amor incondicional que los niños tenían por el lugar. Pero era seguro que todo aquel viaje le había parecido así porque iba con Steve; ese hombre de mirada cautivante, cabello sedoso y sonrisa amable, que escondía un niño curioso, alegre y tierno, que él mimaría por el resto de sus días.
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La idea para éste capítulo nació con la imágen, y luego se me ocurrió que podría ser Disneyland y no una simple feria.
Espero les guste. Además puse el amor que Chris Evans le tiene a ese mundo.
Ciao

Siempre has sido túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora