Extraño

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Un nuevo día había comenzado.

Su primer pensamiento se había remontado a unos cuantos años atrás, exactamente a la primera vez que Tony fue a su departamento, y se rio. Recordó que en esa ocasión, sintió unas inmensas ganas de tomarle por el rostro y besarlo; así sin siquiera conocerlo, pero creyó que lo más seguro, era que Tony lo abofeteara y se fuese.

Volvió a reírse en silencio, sólo el movimiento de sus hombros evidenciaban su risa. Nunca vio que apenas un segundo después que lo miró, él ya estaba perdidamente enamorado del castaño; ahora al ver sobre su hombro, el pasado era claro. Se dijo así mismo, que había tardado demasiado en darse cuenta de los verdaderos sentimientos que tenía hacia su esposo.

Otro par de años habían pasado, bastantes diría él. Peter tenía 8 y Harley 6. El departamento fue cambiado por la casa de Manhattan; al tener dos niños que corrían por todos lados, se aburrían fácilmente tras unas horas. Tanto él como Tony amaban su pequeño y modesto hogar y lo que más les dolió fue dejar a Peggy, a los hermanos Maximoff y a Vis; aunque el mudarse no fue nunca un límite para que se siguieran viendo.

Ahora las fiestas de cumpleaños se realizaban en una amplia sala, donde todos cabían sin necesidad de pegarse a la pared para que los demás respiraran bien. Otra ventaja del cambio de casa era que los niños se divertían por más tiempo, lo que sus padres agradecían.

Amaban su nuevo estilo de vida, y aunque Tony vivía constantemente pendiendo de un hilo, al tratar de alejar y separar a Peter de un niño rubio que era peor que un tornado andante, ellos vivían felices.

-Es un mocoso con súper hiperactividad. Está loco si cree que seguirá al lado de mi hijo.- respondía Tony frunciendo el ceño, cada vez que el tema era tratado, o cuando el nombre del niño era pronunciado por su hijo mayor, con una marcada alegría impresa en su voz.

Él se reía largamente al escucharlo. Si bien el pequeño Wilson era ruidoso, un tanto desiquilibrado, ideático y demasiado extraño, aún para su edad, se comportaba medianamente normal cuando se encontraba al lado de Peter.

Sí. Su vida era magnífica.

Pero...

Era curioso y extraño cómo lo mismo le venía pasando desde hace unas semanas; ésta vez, la dejaría pasar (como todas las anteriores), así que solo se levantó de la cama, evitando hacer movimientos bruscos o un ruido fuerte para no despertar al castaño que seguía irremediablemente pegado a la almohada; se arregló para ir a dar una vuelta por la manzana y comprar de regreso el desayuno para los cinco.

Aquella voz que siempre escuchaba en los lugares menos esperados y la cual también estaba cuando caía dormido, era más fuerte y recurrente que en todas las ocasiones pasadas.

Era...incesante, alta, intensa, áspera, a veces solemne, que evidenciaba una profunda tristeza; otras era dulce, alegre y podía calificarla como celestial. En otras más casi podía asegurar que le sonaba familiar.

Sin embargo, no sabía con exactitud de dónde provenía. Podía escucharla de día o de noche. Realmente lo que importaba, no era cómo o dónde la oyera; lo que sí, era el tono con la que la percibía. En su mayoría, la voz le transmitía angustia, preocupación y un dolor en el pecho que le punzaba de forma aguda, lo que lo orillaba a tranquilizar a quien lo llamara, le llenaba de una asfixiante preocupación si ésta sonaba de manera ahogada, como si esa persona tuviera un nudo en la garganta, los ojos empañados de lágrimas y aún así se esforzara por hablarle.

Suspiró. No sabía porqué ahora mismo pensaba en eso. Tal vez se trataba por que el cielo estaba nublado, y toda la ciudad tenía esos matices grises nebulosos que normalmente el paisaje adquiría en un día lluvioso. "Eso era extraño", pensó, "el día de ayer no anunciaron mal tiempo".

Pero fue algo en su interior lo que lo hizo concentrarse en lo que sucedía realmente. Se desconcentró al mirar bien. Las manos le empezaron a sudar, un leve mareo lo obligó a tomar un hondo respiro, en el que sintió cómo el aire entraba por sus fosas nasales, recorría su esternón y llegaba a hinchar sus pulmones. Fue durante ese mismo proceso, que se percató de algo más: su corazón latía desbocado y en su estómago había un vació que en mucho tiempo no había vuelto a sentir.

¿Qué diablos estaba pasando?

Negó con la cabeza cerrando sus ojos. Tal vez sólo era algo pasajero, algunas veces sus pensamientos hacían que su cuerpo reaccionara acorde a éstos. Pero cuando levantó la vista, la respiración se le cortó abruptamente.

No había nadie. Las calles estaban vacías. Eso era imposible. Manhattan estaba atestada a cualquier hora del día. ¿Entonces qué...

Después, con cierta paranoia creciendo lentamente en él, se dio cuenta que el clima no tenía nada que ver con los colores de su entorno, ni de su percepción del paisaje. Los colores se habían desvanecido, todos. El gris reinaba en cada una de las esquinas y adonde fuera que volteara a ver.

Una repentina taquicardia lo hizo caer en la desesperación. Corrió hacia el café y al abrir las puertas el sentimiento aumentó; no había nadie. La dueña, su amiga, no estaba. Las mesas, el local entero era gris. Lo único blanco era la luz del sol que entraba por las ventanas.

Quiso gritar, pero un inexplicable miedo le paralizó las cuerdas vocales. Salió como alma que lleva el diablo del lugar, con dirección a su casa. Por su mente corría que todo eso se trataba de una catástrofe que había golpeado al mundo, en un parpadeo. Tony, pensó. Tony y sus hijos estaban solos en su casa.

Con cada paso que daba la distancia se le hacía más distante, más larga e inalcanzable. Cada zancada aumentaba su desesperación. Los ojos le picaban por las muy posibles lágrimas que no le permitía a su cuerpo dejar correr.

Giró en las conocidas calles, derecha, izquierda, derecho, otra más, otra y otra. La situación simplemente se le hacía agonizante. Cuando por fin logró llegar a su casa, sacó las llaves de su bolsillo en la sudadera gris con manos temblorosas, estuvo dos veces de que se le cayeran, pero al tercer intento de localizar la llave correcta, pudo girar el pomo de la puerta.

El mortal silencio que encontró, le heló las puntas de los dedos, y pensó por un breve instante, que si eso continuaba así, todo su cuerpo terminaría congelado, en hipotermia segura.

Gritó el nombre de Tony conforme subía las escaleras de dos en dos, mas el silencio era lo único que obtenía como respuesta. "No", se dijo. "Ésto no puede ser posible".

Buscó en cada habitación, su cama, la de él y el castaño se hallaba fría, y no tibia por el calor que el cuerpo de Tony solía dejar en ella. Con el peor de los temores acrecentándose en sus entrañas, lo detuvo y obligó al mismo tiempo a revisar las habitaciones de sus hijos.

Ni Peter ni Harley se encontraban tampoco en sus camas. Ninguno estaba ahí.

"¿Dónde estaban?" se preguntaba una y otra vez.

Llegó hasta la sala y se dejó caer de rodillas, temblando incesantemente, balanceándose hacia delante y atrás. Se tomó la cabeza con ambas manos, intentando tranquilizarse.

No, eso no era cierto, Todo esto era una pesadilla, él había dejado a su esposo e hijos dormidos cómodamente en sus camas. Ellos DEBÍAN de estar ahí. Pero no.

Y gritó. Gritó como nunca lo había hecho. Las lágrimas corrieron furiosas una tras otra por su rostro.

Siempre has sido túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora