Capítulo 64

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«La experiencia no se tiene cuando se necesita, y cuando ya la tienes, no sirve de nada».

Las olas golpean la proa del bote la noche que Gladio zarpo lejos de casa, hace seis años

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Las olas golpean la proa del bote la noche que Gladio zarpo lejos de casa, hace seis años. Un oscilar ininterrumpido en el camino para comprender el peso de las palabras de su padre desaparecido. A su corta edad, pudo comprobar que las decisiones acarrean un peso que llevas siempre a donde quiera que su viaje le guíe.

Antes, llevaba la vida de cualquier niño de ocho años junto a su hermana Lillie dos años menor. Mimados por padres cariñosos y de gran influencia en la región, dueños de la Fundación Æther, una de las compañías más prestigiosas del mundo en investigación pokémon. Gozaban de toda clase de lujos en la lujosa mansión de la isla artificial también propiedad de su familia, bautizándola como Paraíso Æther. Especialmente Lillie, dueña de la mayor colección de peluches pokémon, inclusive de regiones muy alejadas de Alola. Solo faltándole un Vulpix aloliano que, por alguna extraña razón siempre estaba agotado, incluso en otras regiones.

Gladio por otra parte, es un fanático de las tiras cómicas y del héroe enmascarado del Domo Royale y su confiable Torracat. Nunca se saltaba sus batallas con los ojos pegados al televisor de su habitación, siempre a la espera que evolucionase en Incineroar. En su pequeño escritorio tenía revistas y libros referentes a cómo tener una batalla pokémon y paredes llenas de posters de sus entrenadores favoritos, entre los que destacaba uno de los primeros poseedores de la pokedex: Red, el Luchador. Gozaba de la mejor educación en manos de profesores privados, ansiosos por moldear la mente del próximo en controlar la gran Fundación.

Ese era gran parte de los problemas con su madre, siempre preocupada por sus estudios.

⎯No digas tonterías ⎯dijo Lusamine cuando su hijo discutía durante la cena, anunciando a viva voz que deseaba tomar el recorrido insular⎯, yo a tu edad quería ser cantante, y mírame ahora. Solo un miembro de la familia puede controlar todo esto, y ese serás tú, Gladio.

⎯No seas tan dura con él cariño. Todos debemos tener la oportunidad de ser niños. ⎯dijo Polo en complicidad con su hijo.

Con frecuencia, Lillie era considerada una molestia para él. Más todavía cuando sus comentarios lo exponían al público, como el singular apodo por el que lo bautizó. De todos sus peluches, defendía que Gladio era el más mullido y abrazable de todos, mostrando vivamente su gusto cuando su hermano lucía el rosado en sus mejillas.

⎯Tranquilo Teddy. ¡Yo seré presidenta y tu podrás viajar por el mundo como Red!  ⎯señaló la pequeña rubia con una sonrisa traviesa, con su voz suave y cantarina de niña.

⎯¡No me llames así, tonta! ⎯replicaba, mostrando el rubicundo de sus mejillas. Lusamine y Polo, debían esforzarse por reñirles en lugar de reírse.

Aún con sus comentarios bochornosos, Gladio amaba a la pequeña Lillie.

A medida que la ausencia de sus padres se hizo más frecuente, su mayordomo y Wicke, jefa de personal de la Fundación, cuidaban de ellos en su lugar. Gladio solía saltarse sus deberes para acompañar a Lillie y alegrarle el día con sus juegos, aunque no fuera muy fanático de la infame "hora del té", una ceremonia a celebrarse en la mesa redonda de la Reina y los caballeros de la Corte, considerándolo en especial humillante no solamente por su epíteto: "consejero real Teddy", sino que le concedía el honor de llevar un sombrero de copa adornado con plumas en un intento por recrear la antigua aristocracia, aunque solo hiciese el papel de un monigote sin gracia, más que de un miembro de la realeza. "¿Por qué me someto a estas humillaciones?", era el pensamiento más rutinario de Gladio.

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